¡Aguanten los sumerios!
El reconocimiento de los así llamados “pueblos originarios” podría tener consecuencias impredecibles si se aplicara a todos ellos la lógica que el progresismo impuso en América.Hacia...
El reconocimiento de los así llamados “pueblos originarios” podría tener consecuencias impredecibles si se aplicara a todos ellos la lógica que el progresismo impuso en América.
Hacia 3500 (a.C.), surgió la civilización sumeria en lo que después se llamó la Mesopotamia, la tierra que se extiende entre los ríos Éufrates y Tigris. Tenían un origen incierto: no eran indoeuropeos ni semitas, hablaban su propio idioma, desarrollaron la escritura cuneiforme y crearon escuelas donde se enseñaba escritura, cálculo, literatura propia, textos legales y religiosos.
Pero como nadie puede estar mil años tranquilo, hacia 2500 (a.C.), en los territorios de los sumerios comenzaron a asentarse los acadios, de origen semita, los que siglos después formaron dos ramas. Por un lado, los famosos asirios, guerreros sanguinarios, al norte de la Mesopotamia. Por otro, en sucesivas etapas, una serie de pueblos que después se integraron en el imperio babilónico; entre ellos, los amorritas y los caldeos, también de origen semita.
Hoy en día, todavía existen los caldeos o, al menos, así se llaman los que se consideran descendientes de los antiguos mesopotámicos, mantienen la lengua aramea y son, en general, cristianos pertenecientes a la Iglesia Católica de rito oriental. Ellos se extienden a lo largo de lo que hoy es Irak, parte de Siria y de Irán. Pero a diferencia de lo que ocurre en América, los caldeos no tienen reivindicaciones territoriales, sino que únicamente buscan conservar una identidad cultural y religiosa.
Difícil sería imaginar, de todos modos, una reivindicación territorial en el Irán de hoy, aunque sí podríamos prever su resultado, lo mismo que en Siria o aun en el debilitado Irak. Tampoco contarían con el apoyo de las múltiples y millonarias asociaciones de la llamada sociedad civil, hoy tan dedicadas a financiar a las organizaciones propalestinas, en Medio Oriente y en Europa, y a los movimientos indigenistas en América; más por minar la resistencia del occidente judeocristiano que por un sentimiento auténtico hacia los patrocinados.
En el continente americano, hay de todo entre los denominados “pueblos originarios”. Algunas comunidades que más o menos se han mantenido unidas están sinceramente preocupadas por su supervivencia o por los daños ambientales, como los Quom en Formosa, un grupo perseguido por el gobierno provincial que sugestivamente no recibe ayuda de las ONGs internacionales. Tampoco la recibieron las comunidades originarias que en Bolivia se manifestaron en su tiempo contra la represión de Evo Morales y su política de ampliar los sembradíos de coca. Pero otros grupos están convenientemente asentados en los lugares donde la riqueza natural podría hacer posible vivir sin trabajar o, al menos, vivir del trabajo de los descendientes de la civilización europea. Esto no sucede únicamente en América hispana, sino hasta incluso en los Estados Unidos. Allí, las tribus que se extienden fundamentalmente hacia el oeste obtienen la mayor parte de sus ingresos de los dividendos derivados de fuentes de energía exploradas o inexploradas. Por ejemplo, reciben dividendos del petróleo y del gas los hopis, los navajos, los utes, los blackfeet (pies negros), los croux, los sioux, los cheyenes del norte, los jicarilla apaches, los así llamados Tres Afiliados, y otras comunidades menos conocidas. Algunos, como los arapahoe y los navajos, se benefician también con las regalías del uranio.
En el este de los Estados Unidos, donde la naturaleza no ha concentrado tan ricas fuentes de energía, se las ingeniaron de otro modo. En el Estado de Florida, por ejemplo, donde el juego fue estrictamente regulado y los casinos están prohibidos, la tribu de los seminoles posee una especie de reserva extraterritorial donde explota casinos muy concurridos. Cualquiera que atraviese la península a cierta latitud puede ver desde lejos los reflectores que indican a los viajeros la localización de estos centros de juego permitidos para ellos. También se benefician con las regalías de la famosa cadena Hard Rock, donde pueden ofrecer tragamonedas, mesas de póker, blackjack, ruleta, etc., todo con autorización del Estado. Hacia ese rubro no avanzaron aún en la Argentina, entre otras cosas, porque el juego está aquí en manos de organizaciones más blindadas y decididas a defender sus intereses que las de los así llamados pueblos originarios.
La situación en la Argentina provoca, a quienes tienen conciencia de identidad, mayor indignación que en cualquier otro país. En los Estados Unidos, las tribus no tuvieron una mestización en el grado en que sí la hubo en la Argentina, de manera que permanecieron allí más puras. En estas latitudes, en buena medida por razones históricas y religiosas, los españoles primero y los europeos en general después, no mantuvieron con los indios la distancia que mayoritariamente conservaron los puritanos anglosajones. El matrimonio o el simple aparejamiento entre conquistadores y mujeres nativas era común en toda Hispanoamérica y esa tendencia creció a lo largo de los siglos. En ciertos países, como Paraguay, por ejemplo, el mestizaje fue absoluto. Por eso, en estas latitudes, hablar hoy de tribus o de comunidades originarias es algo que no puede hacerse sin una abstracción, sin una interpretación forzada de la realidad.
¿Quién es originario y quién europeo? Y esto sin contar con que las organizaciones que más problemas nos han traído hasta ahora son aquellas que reivindican la identidad de un pueblo que nunca fue originario de lo que hoy es el territorio argentino y, ni siquiera, del Virreinato del Río de la Plata.
Los araucanos, como su nombre lo indica –aunque prefieran llamarse mapuches– habitaban la Araucanía, es decir, una de las regiones pertenecientes a lo que fue la Capitanía General de Chile. Cuando cruzaban la cordillera, lo hacían para combatir contra los tehuelches y los pampas, que sí eran pueblos originarios, menos belicosos que los invasores, y también contra los cristianos de la región pampeana.
A ese reconocimiento contra natura de la calidad de “originarios” a los araucanos, debemos agregar el absurdo argumento de la autopercepción. Durante el kirchnerismo, y hasta que fue derogada por el actual gobierno la ridícula “emergencia en tierras”, bastaba con que alguien se autopercibiera “mapuche” o alegara un vínculo religioso ancestral con algún lugar, para que pudiera apropiarse de ese sitio al amparo de una inconstitucional prohibición de iniciar acciones de desalojo, que duró nada menos que 18 años.
Esos vínculos procedentes del ensueño no era casuales; coincidían con los lugares más ricos en fuentes de petróleo y de shale-gas. A otros, sus antepasados los guiaron a los mejores lugares turísticos de la región de los siete lagos. Todo un verdadero cuento del tío que los argentinos hemos aceptado; algunos por negligencia, otros por idiotez o por temor, y otros por complicidad. Después de todo, nadie mejor que las supuestas comunidades ancestrales, sin contabilidad y sin auditorías, para distribuir dinero procedente de la extorsión.
Que aprendan los sumerios, los acadios y los caldeos. Si un día cambian los vientos en las viejas tierras de Persia, acá damos clase de autopercepción.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/aguanten-los-sumerios-nid02092025/