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Alejandro Dolina, el miedo que lo acompaña desde niño, sus amores y los 40 años de su programa

Llega corriendo. En jogging y con sus rulos renegridos al viento. “Perdón por la demora”, se excusa Alejandro Dolina, quien extendió unos minutos más su habitual café con leche en una panad...

Alejandro Dolina, el miedo que lo acompaña desde niño, sus amores y los 40 años de su programa

Llega corriendo. En jogging y con sus rulos renegridos al viento. “Perdón por la demora”, se excusa Alejandro Dolina, quien extendió unos minutos más su habitual café con leche en una panad...

Llega corriendo. En jogging y con sus rulos renegridos al viento. “Perdón por la demora”, se excusa Alejandro Dolina, quien extendió unos minutos más su habitual café con leche en una panadería-bar ubicada a pocas cuadras de su centenaria vivienda, en el barrio de Núñez, un primer piso escudado en libros, plantas y un piano prodigioso.

“Me gusta desayunar en ese lugar porque puedo elegir las facturas”. Y sí, el caballero de la filosofía profunda, el erudito de la mitología griega, de pronto desciende a los infiernos terrenales para declarar su debilidad por el hojaldre y la crema pastelera.

Alguna vez lo apoderaron “El Negro” y él se dejó apodar. Ojos penetrantes. Es de los que miran de frente a su interlocutor. Sube y baja los tonos. Genera climas, como en la radio, ese océano en el que navega, desde hace exactas cuatro décadas, con La venganza será terrible, el ciclo nocturno -que nació bautizado como Demasiado tarde para lágrimas- y que acompaña a sus oyentes con una fórmula tan propia como inusual. “La radio ha sido hospitalaria conmigo”, confiesa Dolina en torno a su propia miscelánea algo promiscua que galantea con varios saberes y géneros.

La entrevista con LA NACION estaba pautada para las tres de la tarde, pero su amanecer es pasado el mediodía, impuesto por la trasnochada frente a los micrófonos. Acaba de desayunar y está listo para la charla, cordial y hondo. A lo Dolina.

“El hombre inteligente habla con autoridad cuando dirige su propia vida”, dicen que sostuvo Platón. Posiblemente, Alejandro Dolina pueda suscribir con su propio hacer la máxima del filósofo griego que no conoció a Cristo y que, cada tanto, es protagonista de los guiones del autor de la opereta Lo que me costó el amor de Laura. “Ahora hace como siete años que estoy de novio, es mucho”, dice como al pasar, dejando en claro cierta atemporalidad que pugna con sus casi 81 años.

—Es muy complejo describirlo. Músico, escritor, filósofo...

—Soy un aficionado a todo eso. Un perpetuo aficionado y eso no es bueno. Sin embargo, en las últimas décadas, esa amplitud de horizontes, que, en una época, mis tías castigarían con eso de “el que mucho abarca, poco aprieta”, se ha convertido en reglas de la modernidad, del pensamiento contemporáneo. Parece que una sola cosa no bastara. De manera que se trata de articular esas destrezas en una destreza nueva. Me preparé seriamente para escribir y también lo hice, aunque de un modo no completamente suficiente, para ser músico. Esas son dos formaciones.

—¿Y la radio?

—La radio, y excluyo de esto a lo periodístico y editorial, es algo para difundir las otras virtudes artísticas que uno tenga. La radio no es un arte, es una técnica, es la comunicación, donde también aparecen la música, la escritura, y el humor, como condimento al saber artístico.

Y si Sócrates, otra vez la filosofía, abrazaba la idea de la muerte no desde el temor, sino desde un misterio imposible de acompañar con certezas, Dolina se escuda en un pavor terrenal para renegar del paso del tiempo y desconfiar de las mortajas. Un dolor anticipatorio, una especie de vía crucis que transita con final sabido, pero se niega a aceptar.

Una y otra vez, el autor del sensible libro de relatos Crónicas del ángel gris blasfemará de ese final inexorable de la vida. Será por eso que regó su vida con música, ideas, humor.

Demasiada radio para una venganza

El 2 de abril de 1985, Alejandro Dolina estrenó, junto a Adolfo Castelo, el ciclo Demasiado tarde para lágrimas. Fue el comienzo de ese derrotero homérico que alguien definió (siempre hay que definir) como teatro radial, humorístico, de divulgación científica, literaria, cultural y espacio de reflexión. Y, si bien, los rótulos son incómodos y simplificadores, La venganza será terrible es todo eso. Y más.

Junto a sus históricos compañeros Gillespi y Patricio Barton, fundamentales, lo acompaña también el Trío sin nombre, la agrupación musical que integran sus hijos Ale y Martín Dolina y Manuel Moreira.

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“Son saqueos literarios”, sostiene Dolina, cuando se le consulta sobre la posibilidad de editar un libro con los guiones de sus programas. El conductor explica que, a diferencia de las ficciones que ha escrito, musicalizado y hasta teatralizado, los libretos de su programa también incluyen citas de otras fuentes, filósofos clásicos incluidos.

Allí están las hojas escritas en teclado, a un considerable cuerpo de letra, que el cronista aprovecha a pispear mientras el entrevistado se entrega a la sesión de fotos con LA NACION. Una belleza de arquitectura literaria y conciencia ideológica que se esparce por el gigantesco living que balconea a la calle. Que delicia leer eso que tantos oyentes ya han escuchado.

“Estas charlas, que nosotros llamamos reflexiones, contienen alguna idea que está basada en un hecho histórico, en una biografía o, incluso, en otros cuentos. Muchas veces, se trata de ideas originales. A veces, algo de eso nace en el propio programa, como un destello, una paradoja, una invención, que después se desarrolla en forma de cuento o de otro tipo de relato”.

Dolina ofrenda alguna de las claves de esos procesos creativos ad hoc que hacen, junto con la música, al corpus de su programa.

—¿Conserva todos sus libretos?

—Al principio, tiraba todo, pero, ya desde hace un largo tiempo, los guardo.

—A lo largo de 40 años de aire radial, ¿escribe el mismo día del programa, hay momentos puntuales para ir en busca de la inspiración?

—Lo único que escribo son las charlas de tono filosófico y algunas extravagancias.

—Ni más, ni menos.

—Es lo que nosotros llamamos la “charla seria”, pero, con respecto a los humores, antes nos inspiraban las revistas, de ahí tomábamos material y empezábamos a divagar. Como ahora no hay revistas, buscamos en internet.

El “maestro” da un ejemplo de ese proceso creativo y uno no puede más que agradecer ese lapsus incunable: “Podemos leer en internet temas como ´Reglas de etiqueta en las farmacias´, eso está y está escrito en serio”.

—Todo un mundo.

—Es un mundo. Por ejemplo, plantea la duda acerca de si es lícito pesarse y no comprar nada.

—Hoy eso se lee desde el humor.

—Exacto, aunque trato que el humor no lo tiña todo porque podría resultar empalagoso. Un tarro lleno de diamantes es más deslucido que un solo diamante sobre un terciopelo.

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—La mezcla del erudito, que puede hablar con profundidad y conocimiento de causa y que también puede reírse sobre el protocolo para ingresar a una farmacia, y mixturar todo eso con música, no es habitual. En usted se conjuga el filósofo con el hombre de barrio. Podríamos hablar de una forma muy propia de hacer “a lo Dolina”.

—Debe haber quién lo haga y quien lo haga mejor. Todo eso se lo debo a la radio, por la necesidad de dialogar con tus compañeros y también con el oyente. A veces, utilizamos la técnica de “sujetos inconstantes”.

—¿“Sujetos inconstantes”?

—Podemos estar dialogando sobre cualquier cosa, en un tono serio, sarcástico o meramente informativo, y, de golpe, alguien dice “¿ustedes venden catalejos?”. Y eso hace que cambie la situación. Entonces, ante la pregunta, aparece otro que interpreta el rol de vendedor que atiende y sostiene “¿qué le parece este modelo?”.

Arma la escena. Organiza el juego y hace la gambeta. El disparate agudo. Y es imposible no cobijarse en la necesidad de cerrar los ojos, apoyar la cabeza contra algo mullido y sentir que se está ante una de esas tantas trasnoches radiales que acompañan la última vigilia del día y se desobedecen ante el cabeceo final. “Me gusta pensar cómo, algunas cosas cotidianas, tienen su origen y nos remiten a algunos sucesos históricos a algo que pensó alguien en el siglo lV en Atenas”.

Hitos

—En La venganza será terrible ha sucedido de todo a lo largo de los años, le pido la osadía y la compleja tarea de recordar algunos mojones especiales.

—Trataré de contestarte adecuadamente. Puedo recordar emociones, una es muy cercana. El año pasado estuvimos en Barcelona, en un teatro lleno, ya una alegría, pero no era solo eso. Resultó ser que, la mitad de las personas que fueron, no vivían en esta ciudad, sino que habían llegado desde otros puntos de Europa. Habían hecho el viaje porque se habían enterado que yo estaba en Barcelona. Seguramente habrán recordado su adolescencia como asistentes del programa y, en muchos casos, habían traído a sus hijos ya grandes. Eso, que en un solo caso ya resulta emocionante, se daba con la mitad de la sala. Nos quedamos después del programa hablando entre todos.

—Una emoción enorme.

—De parte mía y de ellos. Las asistentes que trabajan con nosotros se emocionaron de manera tal que soltaron un par de lagrimones ante lo que escuchaban.

—¿Usted dimensiona lo que ha provocado y sigue provocando e influenciando, a través de su espacio en millones de oyentes?

—No, pero soy consciente de cómo me han acompañado ellos, quienes ni siquiera sabían que me estaban acompañando. Uno escribe, busca unas ideas, siempre sospecha que no son del todo buenas, ya que eso forma parte de la técnica artística.

—La duda.

—Instalate en la plazoleta de la duda. Hay un estilo que consiste en creer que todo lo que se hace es genial y que conduce, directamente, a la avenida de la mediocridad. Volviendo a tu consulta, uno puede escribir y hablar sobre la angustia en torno a lo que se termina, la vida o un libro, y, cinco años después, se cruza con una persona que te dice “aquella noche me conmovió”. Ahí es cuando uno piensa “no estaba solo”. Sé la emoción que eso me produce, lo cual me permite conjeturar que hubo otros que se sintieron acompañados por el mensaje.

—¿Qué persona pisó La venganza será terrible y usted recuerda especialmente?

—Podría mencionar a “Juan” Serrat. Estaba en Buenos Aires y vino a ver el programa sin avisar, conversamos durante casi toda la noche con la alegría del público, fue inesperado.

—Otras celebridades llegaron por expresa invitación.

—Así sucedió con figuras como Mercedes Sosa, Les Luthiers, hemos tenido la suerte de cantar con ellos. Creo que los mejores pasaron por el programa, incluyo a los muchachos del rock y del tango. También estuvieron los actores. En una época más feliz que la actual en torno a la creatividad, hacíamos el “radio cine”, unas comedietas musicales, donde participaban leyendas como Jorge Luz, China Zorrilla o Alfredo Alcón.

Hogar

—Si uno observa la intimidad de una vivienda, acaso pueda trazar un perfil, más o menos cercano, de quién la habita. Veo en las paredes referencias a Jorge Luis Borges, Juan Domingo Perón y Eva Perón, y hasta un banderín de fútbol. Ahí está Dolina.

—Parece un poco contradictorio.

—Usted hizo de la contradicción, una manera posible.

—¿Cómo te va a gustar Borges y vas a ser peronista?

—Sin embargo...

—Así es el mundo. Tanto Perón, Evita como Borges son admiraciones fortísimas que tengo, creo son buenas noticias del universo. Son gente que, de una u otra manera, hicieron que otros fueran felices gracias al ejercicio de sus profesiones. Algunos lo fueron leyendo a Borges y otros yéndose de vacaciones, por primera vez en su vida, gracias a Perón. No me voy a privar de Borges porque no era peronista. Tomemos de este jardín, antes que nos echen, las flores que nos gusten más.

—¿Cómo ve al país?

—Con tristeza. Hay una fuerte pulsión de odio y crueldad y eso va más allá del color político. Uno puede discrepar políticamente, pero va más allá. Tengo una inclinación keynesiana, peronista y estatista, que podríamos discutir en 1950.

—Pero estamos en 2025.

—Hoy, lo que más me entristece es la gran pobreza, que ha generado odio y crueldad. Cada discusión política es una feria de canalladas, se trata de ver quién es más miserable, quién se burla del sufrimiento ajeno. Eso me llena de tristeza. La situación económica hace que muchos no sepan si van a comer mañana, pero hay gente a la que esto no le importa y eso es muy raro.

Y zapatos de goma

—¿Cómo se aplica la filosofía en la vida cotidiana?

—Todo el tiempo, eso creo yo que no soy filósofo. En este momento, estoy haciendo con Darío Sztajnszrajber, filósofo de profesión, unas charlas, que resultaron muy exitosas. Establecemos una suerte de discusión sobre unos poquitos temas.

—A saber.

—Planteamos, a modo de interrogante, si es posible la felicidad, nos preguntamos a qué demonios vino uno a este mundo, hablamos sobre la angustia que nos acompaña siempre y sus razones y, finalmente, nos referimos a la muerte.

—Felicidad, angustia y muerte, nada menos.

—¿Cuál es la principal angustia? Saber que te vas a morir. Luego de tanto que se ha dicho, hablamos sobre la muerte con muchas dudas. Aristóteles decía que “venimos a este mundo a realizarnos” y eso qué será. Así que, le pedimos al público que levante la mano quién se siente realizado. En mil quinientas personas levantan la mano cuatro.

—Muy fuerte.

—Lo cual revela, al menos en nuestras funciones, que estamos ante un público que no es nada inocente. Esa respuesta significa que, lo que, a veces, se plantea como realización, en realidad es una trampa.

—¿Por qué?

—Es una trampa del mundo, de las clases dominantes. Tiene que ver con la orden de hacer lo que se nos dice que debemos hacer.

—Y creer que se está ejerciendo un acto libre de realización personal.

—Eso lo ponemos en tela de juicio y nos proponemos pensar, de manera interrogativa, que la única manera de que el género humano pueda prosperar es el de creer que somos felices, aún cuando estamos obligados a llevar una vida mísera.

—¿Qué sucedería si comprendiéramos que llevamos una vida mísera?

—Nos suicidaríamos en masa.

—¿Cómo lo atraviesa el tema de la muerte?

—Mal, ese tema, desde niño, me atraviesa mal. Me da angustia, tristeza y casi me impide disfrutar de cualquier otra cosa.

—¿Desde niño?

—Sí, desde que tuve conciencia que la gente se moría.

—En su infancia, ¿padeció muertes cercanas?

—No, mis primeros muertos llegaron en la preadolescencia.

—Lo natural.

—Lo esperable. Mi miedo tiene que ver con una situación más abstracta. “Abuela, ¿la gente se muere?”

—¿Qué respondía esa abuela?

-Me daba unas nociones falsas de filosofía, que son las más lindas, donde siempre quedaba una esperanza.

—El cielo.

—El cielo.

—Hoy, ¿qué piensa al respecto? ¿El cielo es una ilusión óptica?

—Quizás no le tenía tanta confianza a mi abuela y, ya desde niño, me hice un poquitín agnóstico. “¿Será cierto todo eso que me cuenta la abuela?”, me preguntaba.

—Alguna vez confesó su deseo en torno a la eternidad y alguien le inquirió si no sería aburrida esa posibilidad de una vida carente de finitud.

—Dame la eternidad, que del aburrimiento me encargo yo. No se trataría de tener rutinas, sino de tener tiempo para hacerlo todo y para serlo todo, hasta para cambiar de diseño y de pensamiento.

—Cuantas veces quisiéramos...

—Entonces, quién se puede aburrir. Nos aburrimos de nuestra vida, porque, quizás, es pobre. Si la persona fuese eterna también tendría otras virtudes a partir de permanecer mucho tiempo en el mundo. Tarde o temprano uno sería un sabio.

—¿Siente el paso del tiempo?

—He sido premiado con la salud, juego al fútbol una vez por semana y llegué a charlar con vos corriendo porque era tarde, pero eso no es la juventud.

—¿Qué es la juventud?

—Sería tonto no sentir que hoy estoy más cerca de la muerte. Puedo recordar algunas épocas donde aún me podía pasar cualquier cosa, en el libro del futuro me cabía cualquier historia. Ahora, hay algunas que ya no. Eso duele.

—La única certeza es el paso del tiempo y la muerte. No asumir eso, ¿no es vivir muy atormentado?

—Vivo muy atormentado, pero, en el medio, bailo arriba de las mesas.

Hendiduras

—¿Cómo lo atravesó el amor?

—El amor me atravesó muy fuertemente, muchas veces con dolor y, en otras oportunidades, con una gran dicha, que, me parece, es lo más cercano al milagro que se puede encontrar en la vida real. La dicha de estar enamorado, de saberse amado y de disfrutar los goces del amor plenamente. Eso es lo más parecido a ese cielo que me remarcaba mi abuela y que yo no conozco.

—El cielo en la tierra.

—Pero, cuando acontece el paraíso perdido, sobreviene uno de los chistes del amor, que es la angustia, el pesar, el duelo. Uno nunca está seguro con el amor y, quizás, hasta nos gusta eso.

—¿Es parte del atractivo?

-Es parte del asunto del amor estar parado sobre la piedra movediza de Tandil. Es ver si te vas a caer o no. Uno ve personas abandonadas, gente que deja de amar, historias maravillosas que llegan a su fin, entonces, llega la pregunta “¿por qué no me va a pasar a mí?”.

—Entonces, ¿cómo vive la experiencia del amor?

—Con miedo, admitiendo que ese miedo forma parte del paquete amoroso y que, a lo mejor, es un componente necesario para garpar goces.

—El costo.

—El precio.

—Hace un momento dijo “el chiste del amor”.

—Claro, ese es el “yeite”. A veces, la sensibilidad sirve para disfrutar lo bueno y padecer lo malo. El insensible no siente dolor, tiene la piel gruesa como un elefante, pero tampoco disfruta el placer.

Medios

—Desde hace ya un tiempo, el streaming se ha instalado como una posibilidad de comunicación. La radio también apeló a otras posibilidades como las cámaras dentro de los estudios. Un hombre de micrófonos como usted, ¿cómo se planta ante estos desafíos y nuevos formatos?

—Si hay ideas detrás, eso será atractivo en la forma tecnológica que sea. Por otra parte, nada es tan sorprendente. Una vez pregunté cómo era el streaming y la respuesta fue “se sientan unos tipos y hablan” y yo dije “bueno, eso ya lo vi en la radio”. Entonces me retrucaron, “lo hacen frente a cámaras” y respondí “eso lo había visto en la televisión”.

—La pólvora está inventada. Más allá de eso, ¿se fideliza con alguna posibilidad de streaming?

—No soy como el poeta que, para sentirse como tal, no atendía el teléfono. No soy de los que, cuando algo es popular, se niegan a usarlo para, de ese modo, destacarse. Aunque, como diría mi amigo (Horacio) Ferrer, hay un fastidio por las “modisterías”, que es propio de los que trabajan con las ideas, de los que indagan en ideas ajenas, y eso genera una suerte de rechazo por las novedades del mercado, pero, hay que cuidarse también para que las pequeñas antipatías no nos hagan perder a grandes artistas que suelen aparecer bajo la forma de una moda.

—Observo el piano. ¿Toca mucho?

—Sí, pero mi formación es más teórica que práctica, puedo componer partituras que ni siquiera puedo tocar, el piano no es mi instrumento.

—¿Cuál es su instrumento?

—El acordeón es lo que toco realmente bien. Me acompaña desde chico, era tan “grasa” que siempre me gustó el instrumento más atorrante.

—¿Qué le gusta ejecutar?

—Toco muchos tangos, música folclórica y algo de jazz. Me gustaría interpretar clásico, pero no me da.

—¿Qué le falta?

—Eternidad.

Para agendarLa venganza será terrible, de lunes a viernes, a la medianoche, por AM 750-.La venganza será terrible (en vivo), 16 y 30 de mayo y 13, 20 y 27 de junio, a las 21, en el Chacarerean Teatre (Nicaragua 5565) y gira por San Isidro, La Plata, Pilar y Rosario. La conversación infinita, con Alejandro Dolina y Darío Sztajnszrajber, domingo 29 de junio, a las 20, en el teatro Broadway (Av. Corrientes 1155)

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/personajes/alejandro-dolina-el-miedo-que-lo-acompana-desde-nino-su-pasion-por-borges-y-los-40-anos-de-su-nid12052025/

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