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Casas en Uruguay: 4 espacios de arquitectura con identidad y diseño que definen diversos estilos de vida

Uruguay se consolidó como un territorio fértil para la arquitectura contemporánea, las reinterpretaciones de lo rural y las casas pensadas para dialogar con el paisaje. Desde propuestas donde pr...

Casas en Uruguay: 4 espacios de arquitectura con identidad y diseño que definen diversos estilos de vida

Uruguay se consolidó como un territorio fértil para la arquitectura contemporánea, las reinterpretaciones de lo rural y las casas pensadas para dialogar con el paisaje. Desde propuestas donde pr...

Uruguay se consolidó como un territorio fértil para la arquitectura contemporánea, las reinterpretaciones de lo rural y las casas pensadas para dialogar con el paisaje. Desde propuestas donde prima el diseño por sobre la decoración, hasta refugios de campo, hogares familiares expansivos o reciclajes urbanos inesperados, estas cuatro casas—seleccionadas del archivo de Living— muestran distintas maneras de entender el habitar, siempre con una identidad clara y una relación fuerte con su entorno. Un recorrido que cruza costa, campo y arquitectura de autor.

1. MANANTIALES. Una casa modular de diseño integral

La geografía fue el punto de partida de esta casa en Manantiales firmada por el arquitecto Víctor Della Vecchia. En un entorno de chacras, la primera decisión fue clara: elevar parte del terreno para ganar una vista panorámica sobre la laguna cercana y reforzar la sensación de calma que ofrece alejarse apenas unos minutos de la costa.

Pensada y construida a distancia, la obra apostó por un sistema modular industrializado. Los cimientos se ejecutaron en el lugar, mientras que el resto de la casa se fabricó en módulos de steel frame en un taller de Montevideo. Luego, cada pieza —de 5 x 12 metros— fue trasladada en camiones y ensamblada sobre la platea. El proceso permitió reducir tiempos de obra, mejorar el control de calidad y disminuir el impacto ambiental, además de optimizar el confort térmico y el ahorro energético. La construcción completa llevó un año y medio.

El corazón de la casa es un amplio sector social que integra living, comedor y cocina en un solo ambiente continuo, completamente abierto al exterior gracias a grandes aberturas de piso a techo que se repliegan y permiten vivir sin límites entre adentro y afuera. La ventilación cruzada, la orientación y el aislante térmico inyectable en los tabiques son parte central de la estrategia sustentable del proyecto.

La cocina, integrada pero visualmente ordenada, está revestida en madera. Para mantener la estética despojada, los artefactos están panelados y los elementos de uso diario quedan fuera de la vista. Una gran isla con mesadas de Dekton organiza el espacio y refuerza su carácter social.

La vida al aire libre se concentra en la galería, de alero generoso, que en el día a día funciona como el ambiente más usado de la casa. Frente a ella, la pileta pintada de negro actúa como un espejo que refleja el cielo y el paisaje, reforzando la idea de una arquitectura que parece flotar en el terreno.

Con su sistema modular, su fuerte vínculo con el paisaje y una arquitectura precisa y eficiente, esta casa en Manantiales propone otra manera de habitar: contemporánea, sustentable y profundamente conectada con el entorno natural.

2. JOSÉ IGNACIO. La casa-taller con alma de pueblo

Cuando José Ignacio todavía era un pueblo mínimo —con ranchos de adobe, pescadores, una plaza y un faro marcando el ritmo— Paula Martini llegó casi por azar y encontró fue mucho más que un paisaje: una forma de vida que marcaría para siempre su historia personal, su casa y su marca textil, Bajo el Alma.

A fines de los años noventa, junto a Martín Pittaluga, compraron un rancho frente a la plaza central del pueblo. El lugar había sido un club social improvisado por pescadores, un espacio rústico y despojado que funcionaba como punto de encuentro. Desde el comienzo, la decisión fue clara: transformar la casa sin perder su espíritu de casa de pueblo.

La reforma estuvo atravesada por la vida gastronómica de la pareja. En la planta baja convivían cocina, living y patio, que se convirtieron en el restaurante Bajo el Alma, mientras que la familia vivía en el piso superior. Durante años, la casa fue literalmente el living del pueblo: largas mesas, encuentros espontáneos, noches que se estiraban hasta la madrugada. Cuando el restaurante cerró, el espacio volvió a mutar y Paula pudo apropiarse del lugar para expandir su taller textil.

La casa se construye desde materiales simples y gestos honestos: pisos alisados, bancos de obra, grandes mesas comunitarias, ladrillos a la vista, troncos, vegetación y hortensias que suavizan la arquitectura. No hay decoración en el sentido tradicional. Cada decisión fue práctica y de carácter.

El living es un ambiente flexible que se ubica como un espacio de paso y encuentro, articulando el comedor y la galería: sin dudas, el corazón de la casa.

La casa de Paula Marini se define por una combinación equilibrada de color, textura y sencillez. El título marca una búsqueda estética donde el estilo no depende del exceso, sino de una selección cuidada de recursos visuales y materiales. El resultado es una vivienda con identidad, en la que cada elemento aporta carácter sin perder frescura ni naturalidad.

Más que una simple casa, este proyecto —taller y hogar— funde procesos creativos con cotidianeidad, donde cada ambiente dialoga con la historia personal de su dueña.

3. ROCHA. Una casa de hormigón que dialoga con el paisaje

El primer flechazo fue con el paisaje. “Me llamó la atención lo virgen del monte y de las playas”, recuerda César Lago, creador de Lago Project, sobre su primer encuentro con las costas de Rocha, hace ya más de quince años. Acostumbrado a un Uruguay muy distinto —el de Punta del Este de su infancia—, fue en La Pedrera y sus alrededores donde empezó a imaginar un refugio en plena naturaleza. Años después, junto a su mujer, encontró el lugar justo en San Antonio: monte, cañada, pinos altísimos y, de pronto, el mar.

El terreno pertenecía al arquitecto Nicolás Cunto, con quien trazaron el primer proyecto, y la obra quedó en manos del constructor Carlos Antelo. Desde el inicio, la decisión material fue contundente: una casa de hormigón, pensada para resistir el clima marino y dialogar con la arena y el verde del entorno.

Para intervenir lo menos posible el paisaje, el encofrado rodeó los árboles existentes y la vivienda se elevó del suelo, sostenida por columnas de hormigón que permiten el paso del agua cuando llueve intensamente.

La casa principal se completa con un módulo independiente para huéspedes, y entre ambos volúmenes se ubicó la pileta. Pequeña y estratégica, se implantó en un desnivel natural del terreno, donde recibe sol a partir de media tarde. Incluso el desafío de construirla bajo un pino derivó en una solución ingeniosa: un cerramiento corredizo sobre el deck, con un sistema de ruedas resistente a la humedad, inspirado en la experiencia familiar en parques de diversiones.

La arquitectura apuesta a una relación total con el entorno. Casi no hay muros perimetrales: grandes paños de vidrio recorren la estructura y conectan cada ambiente con el paisaje. En la planta baja, cocina, living-comedor y un espacio flexible se integran en un único ámbito continuo, atravesado por la luz y las visuales verdes.

El living se organiza con un sillón en L y muebles diseñados a medida, ejecutados por artesanos locales. Frente al ventanal, una estufa a leña aporta abrigo en los meses más frescos. La cocina, lejos del blanco típico de las casas de playa, combina madera de eucalipto con superficies negras. La isla, calculada en altura para funcionar también como mesa de comedor, refuerza su carácter práctico y social. El layout replica el de la cocina porteña de la familia: todo está donde se espera, sin necesidad de pensar.

Junto al estar aparece un volumen desfasado, concebido originalmente como sala de lectura, pero diseñado para transformarse fácilmente en dormitorio, escritorio o playroom gracias a puertas corredizas.

El dormitorio principal cuenta con un gran muro ciego que ofrece contención hacia el bosque y abre las vistas hacia el lado opuesto. El baño en suite mantiene la transparencia característica de la casa, con una bañera de dimensiones generosas y una ventana abatible que garantiza ventilación natural.

El módulo de huéspedes replica la estética y la lógica funcional de la vivienda principal. Compacto pero completo, funciona como una suite de hotel de 24 m², con baño y placares, ideal para recibir amigos que llegan por una noche o se quedan varios días.

Entre el hormigón, el vidrio y la vegetación exuberante, esta casa en Rocha logra un equilibrio preciso: un refugio contemporáneo que no intenta domesticar el paisaje, sino convivir con él, ofreciendo una forma de habitar en contacto pleno con la naturaleza, sin resignar diseño ni confort.

4. EL CHORRO. La casa celeste que une el cielo con el mar

Cuando José “Pepe” Bado llegó por primera vez a El Chorro, a mediados de los años 80, el paisaje era casi salvaje: viento constante, rocas afiladas, liebres y zorros como únicos vecinos. Punta del Este quedaba lejos —física y simbólicamente— y esa franja de costa aún no figuraba en el radar turístico. Fue ahí donde Pepe, recién vuelto de sus viajes por Mikonos e Ibiza, decidió construir una casa frente al mar, en un terreno pedregoso y elevado, con la ayuda de su amigo arquitecto Jorge “Chingolo” Parieti.

El color fue clave: la paleta fusiona el cielo, el mar y las rocas; Por eso la llamaron La Casa Celeste. El nombre también funciona como homenaje familiar: su tía Rosita fue la creadora de la emblemática Casa Rosada de La Barra, otra construcción pionera en la zona.

Con el tiempo, la vida creció alrededor de la casa. A la historia de Pepe se sumó la de Fabiana González Muracciole y, con la llegada de los hijos y de nuevos vecinos, la vivienda se fue ampliando de manera orgánica, sin perder su espíritu original.

La relación con el paisaje fue cambiando. Al principio, el terreno se abría completamente al entorno; con el crecimiento del balneario, fue necesario cerrar algunos límites para preservar la intimidad.

En la planta alta, el dormitorio principal refuerza la identidad cromática de la casa. Las carpinterías, originalmente oscuras, se pintaron de blanco para resaltar el celeste de las paredes. La cama elevada permitió sumar una baulera oculta, mientras que el baño, recientemente renovado, combina pintura en tono “Cielo Californiano” con calcáreos marroquíes en pisos y paredes.

La terracita del dormitorio tiene una vista marítima que se fusiona con el color de los muros. Los escalones tienen azulejos ‘Pas de Calais’.

En los espacios exteriores, la impronta artesanal y afectiva aparece en cada detalle. Las plantas —cuidadas personalmente por Pepe— fueron creciendo junto con la casa. Las palmeras, en particular, requirieron una verdadera proeza técnica para ser plantadas. En la galería, la dracena que plantó hace más de treinta años determinó incluso el diseño de la pérgola. Con el reparo natural de los formios y la llegada de vecinos, ese espacio se convirtió en un lugar de uso cotidiano.

El quincho, el último agregado, resume el espíritu hospitalario de la casa. Tiene horno de barro, fogón y nichos —doce, uno por cada apóstol— que por la noche se iluminan con velas. La piedra del cerro se utilizó para integrar naturalmente la galería y el fogón, mientras que los espacios de guardado se resolvieron con discreción: lavadero, depósito para bicicletas, reposeras y tablas de surf quedan ocultos a un costado.

Más que una casa de playa, esta vivienda en El Chorro es el testimonio de un proceso de cambio acompasado a las formas de habitar, fieles a una época, a un paisaje y a una manera de entender la felicidad lejos de las modas.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/revista-living/casas-en-uruguay-4-espacios-de-arquitectura-con-identidad-y-diseno-que-definen-diversos-estilos-de-nid19122025/

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