Cecilia Rossetto: la dama del music hall que tuvo un padre campeón, fue amiga de Gasalla y brilla en la serie En el barro
En la serie En el barro, Cecilia Rossetto interpreta a María, una de las que se une al grupo de mujeres presas de Las embarradas, cuyo liderazgo disputan una tal Gladys, a cargo de ...
En la serie En el barro, Cecilia Rossetto interpreta a María, una de las que se une al grupo de mujeres presas de Las embarradas, cuyo liderazgo disputan una tal Gladys, a cargo de Ana Garibaldi, y La Zurda, Lorena Vega. Su extensa trayectoria como cantante y actriz de una amplísima paleta expresiva está plagada de verdaderos mojones vinculados con el music hall, unipersonales atravesados por el humor, obras de teatro, películas dramáticas y espectáculos de bolero o de tango que presentó en Barcelona, Bogotá, Montevideo, La Habana o París, en los que impuso siempre su potente voz. Sin embargo, algunos jóvenes seguramente descubren hoy, de buenas a primeras, que aquella misma actriz que hacía de Dominga en Esperando la carroza, la película dirigida por Alejandro Doria, es una de las Embarradas de la exitosa serie de Netflix.
A lo largo de los años, esta señora de presencia larga (mide 1.80) fue construyendo también una larga, larguísima trama, en la que creadores como Antonio Gasalla, Niní Marshall, el músico Pablo Ziegler, Mercedes Sosa, Bola de Nieve o Sebastián Ortega fueron algunas de sus tantas piezas aliadas, en una suerte de tablero de ajedrez en el que ella ha sido reina y dama.
“Somos preguntas y miradas, y en medio la soledad” decía un periodista español que lleva tu apellido -responde a LA NACION cuando se le consulta sobre su experiencia en la serie-. Si me mirase en estos días al espejo me vería más radiante que dos o tres años atrás, que es lo que tardé en hacer ficción nuevamente. Desde que se estrenó la serie, mi cotidianidad ha cambiado; cuando hago las compras debo calcular quedarme más tiempo en la calle para incluir las selfies. Es agradable recibir el cariño de tantos jóvenes y tantas llamadas piropeadoras del extranjero. Afortunadamente, Sebastián Ortega me imaginó para actuar esa María violenta, moviéndose en la oscuridad carcelaria. Había trabajado con él y con su productor Pablo Culell varias veces y conocía perfectamente el talento con el que arman un proyecto", cuenta la actriz.
Gasalla con Cecilia RossettoCuando Sebastián Ortega dialogó con LA NACION antes del estreno de En el barro, dijo: “Cecilia es el folclore y el arrabal. En las reuniones previas nos contaba que iba mucho a cantar a las cárceles de mujeres. Mientras la escuchaba, la veía claramente como una líder. En su caso nos obligó a cambiar la dirección e ir por más con su personaje”.
La actriz que fluye con maestría entre la comedia y el drama vuelve a tomar la palabra: “El personaje lo fui componiendo aprovechando mi estatura, agregando un caminar lento y, sobre todo, buscando miradas frías y duras que inquietaran al espectador y también a mis ocasionales interlocutoras, actrices grandiosas como Ana Garibaldi, Rita Cortese, Lorena Vega o Silvina Sabater, además de muchas jóvenes valiosas, con gran futuro. Lo demás lo pusieron las vestuaristas, las maquilladoras y la dirección de Alejandro Ciancio que, el primer día de grabación, nos dijo: ‘Yo confío en ustedes, ustedes confíen en mí’. No fue difícil entrar en situación con semejante escenografía construida especialmente en una fábrica abandonada y plagada de detalles que nos ayudaban en la interpretación. Recién ahora comprendo lo que, hace décadas, mi amigo Jorge Luz me dijo: ‘Sueño con hacer de malvado en alguna película’. Es muy divertido hacer de mala...”. Seguramente cuando dijo este último comentario, debe haber sonreído. No lo sabemos porque Cecilia Rossetto pide amorosas disculpas por no acceder a un encuentro presencial y opta por la palabra escrita como medio de comunicación. La exposición pública por fuera de un escenario, aclara, no es lo suyo.
Rossetto se crió en la ciudad de 9 de Julio, provincia de Buenos Aires. Debido a una nota periodística que dio su padre y que llegó a una tal Eva Perón, la familia Rossetto (mamá Oneida, papá y sus dos hijos) se mudó la gran ciudad. Más específicamente a un departamento de tres ambientes que forma parte de los monoblocks del barrio Simón Bolívar, vivienda social en altura construida durante la presidencia de Juan Domingo Perón en el contexto del Primer Plan Quinquenal de 1948-1952. El departamento con vista al parque central de ese complejo quedaba sobre la calle Curapaligüe, del barrio Parque Chacabuco. Lo sigue preservando, lo sigue amando aunque ya no viva allí.
El maestro del ajedrezVale aclarar que la nota en cuestión que escuchó Eva no fue a Cecilia Rossetto sino a su padre, Héctor Rossetto, campeón argentino de ajedrez en varias oportunidades y tres veces subcampeón del mundo. En aquella nota a quien terminó siendo un Gran Maestro Internacional reconoció que por su actividad le era un tanto difícil vivir tan lejos de Buenos Aires, pero que tampoco tenía dinero para mudarse. Enterada Eva Perón, le envió un telegrama ofreciéndole instalarse en el departamento de Parque Chacabuco. El maestro Rossetto aceptó pagando siempre la cuota establecida. Así fue como, en 1952, cambiaron las pampas por el barrio porteño. “Crecí en un monoblock peronista de una familia que no era peronista”, apuntó la actriz alguna vez en un programa de radio.
Con el tiempo, por ese departamento solían pasar grandes genios del ajedrez, como Bobby Fischer o Anatoli Karpov. El maestro se la pasaba viajando por el mundo como parte de la llamada ‘Legión dorada del ajedrez argentino’, que logró los subcampeonatos de las Olimpíadas de Dubrovnik, Helsinki y Ámsterdam. En 1945 participó de Torneo de Hollywood. Eran tiempos en los que las grandes figuras del tablero se codeaban con el más granado jet-set internacional. Por eso en aquel departamento de Parque Chacabuco había fotos suyas con Humphrey Bogart, quien era el presidente de la Asociación de Ajedrez de Hollywood; con Carmen Miranda en su piscina y con Marlene Dietrich, quien no sabía mover las piezas del ajedrez pero que disfrutaba ver a Rossetto concentrado en su juego.
Habría que sumar otra foto: la de este señor junto a Ernesto “Che” Guevara. Vale otra aclaración necesaria para entender esta imagen. La primera vez que Héctor Rossetto fue campeón argentino tenía unos 17 años. Uno de sus admiradores, cinco años menor que él, era un tal Ernesto Guevara. Una de las veces que la familia Guevara veraneó en Mar del Plata, Ernesto convenció a su hermano para que lo acompañara a verlo jugar en La Feliz. Superando toda timidez, terminada la partida el joven se acercó a saludarlo. El maestro del ajedrez nunca imaginó que ese pibe iba a convertirse en el “Che” Guevara, el señor de la Revolución Cubana.
Pasaron los años y, en 1964, el señor del tablero fue a disputar un torneo en Cuba. Estaba en plena partida cuando vio llegar al Che. Luego del partido, fue él quien se acercó a saludarlo. “Un gusto conocerlo, Comandante», le dijo. Ernesto Guevara lo miró fijo y le respondió: “Usted será quien no me conoce, yo conozco muy bien al maestro Rossetto; era hincha suyo cuando jugaba en la confitería Rex de la Avenida Corrientes“.
La confitería en cuestión quedaba en Corrientes al 800. La frecuentaban intelectuales, jugadores de ajedrez y artistas de la época. Entre ellos el escritor y dramaturgo polaco Witold Gombrowicz, otro amante del ajedrez. Quien introdujo su producción dramática en Francia y en Alemania fue el director teatral y de ópera argentino Jorge Lavelli, estrenando títulos como El casamiento e Yvonne, princesa de Borgoña.
Tiempos de music hallJustamente fue Lavelli, fallecido hace dos años, quien hace 25 años montó en el Teatro San Martín Mein Kampf, farsa; de George Tabori. En ese montaje, Cecilia Rossetto compartió escenario con el gran Alejandro Urdapilleta. En aquella obra también hizo de mala. “Antes de mi personaje En el barro había hecho de la Muerte en Mein Kampf, personaje que se asociaba con Hitler, genialmente interpretado por Alejandro -repasa-. Es que en mi vida hubo mucho music hall y piernas largas...”.
En 1975 se produjo su encuentro con Antonio Gasalla. La dirigió en un espectáculo que se estrenó en el desaparecido Teatro Estrellas, en el que Rossetto compartía escenario con Gabriela Acher y Mirta Busnelli, entre otras. Luego, la convocó para su programa en la pantalla chica. Con el dinero ganado se compró su primer auto. En 1985, Gasalla y ella fueron parte del verdadero dream team que protagonizó la película Esperando la carroza.
“Antonio fue un talento inconmensurable con quien compartí, aprendí mucho y me estimuló a crear mis propios espectáculos. Lo extraño. Un año antes de haber debutado con él en teatro había actuado en Polvo de estrellas, con dirección de David Stivel y libro de Enrique Pinti -recuerda al armar el rompecabezas de su propio juego creativo-. En esa ocasión nos conocimos con Jorge Luz y fuimos amigos durante 30 años. También estaba en el elenco Bárbara Mujica, Pinti y Marilú Marini“.
-Muchos años después, en 1992, con Marilú fuiste una de las protagonistas de Mortadela, de Alfredo Arias, en París.
-¡Eso fue como 20 años después! Mucha agua había corrido desde entonces: varios musicales míos creados con Pablo Ziegler, el pianista de Astor Piazzolla; Oscar Cardozo Ocampo y Oscar Balducci, con coreografías de Manuela Vargas, Mauricio Wainrot y Antonio Gades. Giras por toda América Latina, para terminar enamorándonos mutuamente con Barcelona, en donde me instalé.
El estreno de Mortadela fue un verdadero éxito. Recibió el Premio Molière al Mejor Musical francés. Pero el reconocimiento internacional Rossetto ya lo había conocido un año antes, en Barcelona. Por su trabajo en In Concherto se alzó con el Premio a la Mejor Actriz de la crítica de esa ciudad. “Era la primera vez que lo daban a una castellanohablante y fue, justamente en Mallorca, cuando Arias vino a verme actuar y me ofreció entrar en Mortadela. Fue hermoso hacerlo con ese elenco, la orquesta en vivo y a sala llena todas las noches. Yo cantaba una docena de temas y bajaba a la platea a improvisar con el público, sin hablar el idioma. Muy excitante. Arriba del escenario viví una temporada de ensueño, pero la falta de afectos, con mi hija y la familia en Buenos Aires, la soledad y la angustia me hicieron perder diez kilos. Finalmente, renuncié. Tengo una personalidad muy aferrada a lo afectivo. Evidentemente el éxito no me inclina la balanza. Ya tuve un padre campeón, famoso de verdad, que cenaba con Marlene Dietrich y a quien Humphrey Bogart invitaba a su casa. A mí no me desvelaA el éxito ni el dinero“, señala.
La rebelde en la escuela de señoritasMucho antes de todo aquello, su escenario fue otro. Cecilia Rosetto estudió en el Normal 8, colegio de señoritas del barrio. “¡Cinco años entre minas! Es como ver la mitad del mundo", confesó en un reportaje a LA NACION de hace un tiempo. Un año le pusieron 24 amonestaciones por bailar el Himno Nacional. En otra oportunidad, otras tantas por cantar en una hora libre. A la noche estudiaba arte en el Instituto Labardén. Cuando lo contó a su padre que quería ser actriz, el hombre le dijo: “Otro más para morirse de hambre en la familia”.
Como sea, se fue convirtiendo tanto en actriz como en cantante. A los 10, cantó en un programa de televisión un tema brasileño. Ahí fue cuando oyó que uno de los productores le decía a otro: “¡Escuchá la voz de esta nenita!”. Su voz hablada siempre fue inconfundible y no tiene nada que ver con la potencia que saca cuando canta. Siempre fue disfónica, una alteración del timbre de la voz. Por esa voz tuvo vaticinios espantosos, catastróficos. Todos los médicos la querían operar. “Pude desentrañar la problemática gracias a los buenos consejos de Mercedes Sosa y Ana Inchausti. Me enviaron a ver a un especialista en cuerdas vocales”, contó en un lejano reportaje de LA NACION. “Tiene hipotonía”, le dijo el especialista, producto de la falta de tensión muscular. Las cuerdas vocales estaban perfectas. El “problema” era otro.
Es que en aquel departamento de Parque Chacabuco, el maestro de ajedrez Héctor Rossetto llegaba tarde por las noches y dormía durante el día. La madre, entonces, le había enseñado a la hija a hablar casi sin sonido para que él descansara. De allí quedó esa voz tan personal.
Una vez finalizado el ciclo en el colegio de señoritas se anotó en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático. Allí tuvo de compañeros a Horacio Peña, a Lorenzo Quinteros y a Hugo González Castresana, quien terminó siendo su primer marido.
Con disfonía o sin ella, los primeros dineros se los dio su voz. A los 20 años, el músico Horacio Molina (padre de Juana Molina, también del elenco de En el barro) la escuchó cantar. En aquel momento, la joven tenía la cabellera rubia y el pelo que le llegaba a la cintura. Imposible pasar desapercibida. La llevó a Punta del Este para cantar boleros de Olga Guillot y Elvira Ríos, compartiendo cartel con Les Luthiers y Mercedes Sosa. De ahí fue a parar a La Fusa, lugar clave del momento.
Su siguiente paso fue debutar en el Teatro San Martín durante la temporada de 1969 en un espectáculo con música de Leda Valladares. Como contó en una entrevista televisiva con Felipe Pigna, empezó a ser conocida de a poco. Vino aquel espectáculo dirigido por Stivel, vino Gasalla y la terminaron invitando a la televisión, en la cual obtuvo una popularidad explosiva en el programa llamado Frac, humor para la noche, con Jorge Basurto, Juan Carlos Mesa y Osvaldo Terranova. Le inventaron un personaje que se llamó Vicky Palmer, una desnutrida vedette y cantante internacional desocupada, que tuvo un éxito inmediato. Ganó un Martín Fierro por la categoría revelación en una ceremonia casi clandestina, porque varios de los ternados figuraban en la lista negra. Años después, en 1990, por su trabajo en la película Flop, de Eduardo Mignogna, recibió el Cóndor de Plata. En 1997, Bola de Nieve obtuvo dos premios ACE.
Al actor y músico Hugo González Castresana lo había conocido en el Conservatorio. Hubo casamiento. Él, vestido con ropa de trabajo y sandalias franciscanas. Ella, con un pantalón Oxford en tonos de verde. Hubo festejo, pero el tiempo social y político no acompañaba. Su marido desapareció en agosto de 1976. Fue llevado al campo de detención El Vesubio. Allí cuentan que interpretaba canciones para amortiguar el dolor de los otros detenidos. En diciembre fue la última vez que lo vio con vida. Hay una placa en el parque de los monoblocks que lo recuerda.
Ese hecho cambió la vida de Cecilia Rossetto. Tuvo que reinventarse. La directivos del Canal 13, en manos de la Marina, la invitaban a los cócteles y ella no asistía. Tomó distancia de todo aquello, uno de los tantos giros que dio a lo largo de su trayectoria, y se dedicó a proyectos propios junto con Oscar Balducci, el fotógrafo de los grandes del mundo del espectáculo. Balducci fue su segundo marido. Realizaron juntos una infinidad de trabajos, en los que él ocupó también el rol de escritor y dramaturgo. Fruto de esa relación nació Lucía.
Si anteriormente París había sido para ella la ciudad de la luz en el escenario y la de las sombras fuera de él, en 2003 hubo revancha. “Volví para interpretar la Jenny de La ópera de cuatro cuartos, de Brecht y Kurt Weill, con elenco catalán y dirección de Calixto Bieito . Esa temporada tuvo otro color para mí y la ciudad me pareció distinta. Nunca me divertí tanto“, recuerda.
Una de las veces que estuvo en Cuba conoció a Fidel Castro. Cuando se lo presentaron se quedó casi en blanco, pero atinó a contarle que era la hija del maestro de ajedrez Rossetto y las puertas se abrieron. En su deriva por distintas ciudades, Barcelona fue su lugar en el mundo durante casi una década. Los diarios la comparaban con Liza Minnelli y Shirley MacLaine. Hablaban de ella como un ciclón teatral. “Cecilia Rossetto utiliza para trabajar su verdadera voz y su verdadero cuerpo, pero sobre todo utiliza su verdadera vida”, opinó la actriz Charo López sobre su labor en el espectáculo In Concherto. José Sacristán, sumó su opinión: “Pocas veces vemos en el escenario una actriz con ese carisma y esa capacidad de seducción”.
A lo largo de los años, generó vínculos intensos con creadores fundamentales de nuestra cultura. Niní Marshall fue una de sus grandes amigas. Le dejó libretos de Catita con sus propias anotaciones, que ella guarda como un tesoro, así como preserva los cuadernos de su padre con las anotaciones de jugadas firmadas por ajedrecistas de todo el mundo.
Después de En el barro, la próxima parada de esta señora de largas piernas y larga historia será en noviembre, cuando vuelva a subir al escenario junto a la orquesta de Diego Lerendegui. El mapa sonoro será el tango y su propia historia, contada por la personal voz de esta artista que aprendió a hablar bajito para no despertar a su padre.
Para agendarCecilia Rossetto, con la orquesta de Diego Lerendegui. Función: 1° de noviembre. Sala: Teatro Roma (Sarmiento 109, Avellaneda).