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Charles Schulz: el soldado que luchó en la Segunda Guerra y construyó un universo sin adultos, tan tierno y mordaz como inolvidable

Parece que fue ayer, o que no fue nunca, dado que Snoopy sigue allí, al lado nuestro. Sin embargo, hace veinticinco años que falleció Charles M. Schulz, y hace -también- 25 años que se public...

Charles Schulz: el soldado que luchó en la Segunda Guerra y construyó un universo sin adultos, tan tierno y mordaz como inolvidable

Parece que fue ayer, o que no fue nunca, dado que Snoopy sigue allí, al lado nuestro. Sin embargo, hace veinticinco años que falleció Charles M. Schulz, y hace -también- 25 años que se public...

Parece que fue ayer, o que no fue nunca, dado que Snoopy sigue allí, al lado nuestro. Sin embargo, hace veinticinco años que falleció Charles M. Schulz, y hace -también- 25 años que se publicó la última historieta de Peanuts, la tira a la que Schulz dedicó su vida, esa que en la Argentina se publicó alguna vez con el raro nombre de “Rabanitos”, quizás porque era más sonoro que “Maníes”.

Como sucede con cualquier clásico, con cualquier gran creación artística, el mundo de esos chicos, ese perro y esos pajaritos sigue funcionando igual que cuando estrenó, en octubre de 1950, y cuando terminó, el 13 de febrero de 2000, un día después del fallecimiento del autor, de 77 años. Como una viñeta de Peanuts, la vida de autor y tira son al mismo tiempo simples y sofisticadas. No es exagerado pensar que mucho del humor moderno proviene de lo que Schulz hizo con ese mundo donde jamás apareció un adulto.

Schulz fue un chico un poco torpe, un adolescente retraído, un soldado con honores en la Segunda Guerra Mundial, y amaba dibujar. No tuvo en ese sentido una formación académica: tomó cursos por correspondencia y luego fue maestro de dibujo. Pero era lo que le salía y le gustaba hacer, su juego infantil transformado primero en afición, luego en ganapán, luego en fuente de mucho dinero (mucho del cual donaba). En más de un sentido -basta ver algunas de sus fotografías como joven dibujante- Schulz era Charlie Brown, del mismo modo que el torpe marido que fue Chuck Jones era el Coyote, o el salvaje bromista Tex Avery era Droopy. Todo apunte biográfico sobre Schulz lo muestra como un tranquilo dibujante cuya primera publicación fue un dibujo de su perro, que tenía la costumbre de comer cosas extrañas como pedazos de metal, en el “Créase o no” de Ripley, esa viñeta de curiosidades tan popular durante décadas en los diarios estadounidenses. Para Schulz, el comic no era un gran arte, pero lo transformó en tal al ejercerlo.

Un universo sin adultos

En los primeros años cincuenta, las tiras de los diarios tenían dos vertientes claras: el humor y la aventura. El primero era caricaturesco en general, y si bien había una tradición de tiras surrealistas o que ocurrían en lugares ficticios (la gran Li’l Abner, de Al Capp -gran influencia de Los Simpson-, o Thimble Theatre de E. C. Segar y Bud Sagendorf, protagonizada por Popeye), siempre propendían al grotesco sobre lo real. Incluso el antecedente más claro de Peanuts -la Periquita (Nancy) de Ernie Bushmiller- incluía adultos y un mundo que se parecía mucho al que existía fuera de la historieta.

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Pero la influencia del arte publicitario y la abstracción (que ya había transformado el cartoon gracias a la UPA y su arte casi abstracto con Little Magoo y Gerald McBoingBoing) permitió la llegada de algo más moderno y audaz, desde la sátira política con “animalitos a lo Disney” de Walt Kelly en Pogo, hasta las andanadas absurdas de Beto el Recluta (Beetle Bailey) a cargo de Mort Walker, pasando por Olaf, el vikingo (Hägar the Horrible en su título original) de Dirk Browne. En ese momento donde a la caricatura se le sumaban la abstracción y el absurdo es donde nació Peanuts.

La tira surgió a partir de unas viñetas cómicas (Li’l Folks, “pequeños amigos” en traducción libérrima) que publicó en el medio de su natal Minneapolis, el St. Paul Pioneer, que presentaba niños, algunos de los cuales -no siempre el mismo- se denominaba Charlie Brown y donde ya había un perro bastante similar a Snoopy. Tras intentar independizarse y ser un proveedor independiente de un “syndicate” (algo así como un gran distribuidor de historietas), dejó el medio y marchó a Nueva York con varios proyectos. En 1950, finalmente, debutó Peanuts en siete diarios estadounidenses.

El éxito fue inmediato: de algún modo, la historia de un niño inteligente y dulce al que nada le sale bien (o no del todo bien) y sus amigos (su pragmática hermana Nancy; su cínica vecina Lucy y su hermano menor, el ansioso Linus; la dinámica y pésima estudiante Peppermint Patty y su “secretaria” y amiga Marcia; el musical Schroeder; el sucio Pig-pen; el afroamericano -primero en la tira, en un momento tremendo para hacerlo, 1968- Franklin) conquistaron al público. Ellos y, obviamente, Snoopy, la encarnación paradójica del sentido común y la fantasía desatada, más su pequeño amigo pájaro Woodstock. Todos estos personajes creaban una dinámica compleja y extraña: con trazos mínimos, líneas y puntos apenas, representaban el mundo de la segunda posguerra con su alienación a cuestas. La ausencia de adultos (a los que se escucha, quizás, en alguna de las tiras) era un misterio para el propio Schulz, que decía que “ni yo lo sé” cuando le preguntaban por qué no aparecían. Pero el genio de la tira consiste en que son innecesarios: con interacciones típicamente “de chicos”, aparece toda clase de cuestiones adultas sin que el universo deje, jamás, de ser infantil.

No hay tiras como Peanuts: puede comprenderla un niño de la edad de los personajes y un adulto, y tiene un impacto similar en ambos. Para un chico, Snoopy sobre su cucha, disfrazado como el as de la aviación de la Primera Guerra Mundial en duelo constante con el Barón Rojo es la personificación misma del juego infantil desde el humor más absurdo posible. Para el adulto, el mismo ciclo de tiras (fantásticamente siempre Schulz dibujó la bufanda de Snoopy flameando al viento) representa la feliz negación de la realidad del perro que era, también, un novelista frustrado que comenzaba infinitamente su novela con la horrible frase “Era una noche fría y tormentosa”.

“Snoopy se hizo -contaría en una entrevista en los años setenta- el más flexible de los personajes. Con él puedo ir a cualquier lado. Pero una vez que comenzó a hacer ciertas cosas, ya no podía comportarse como un perro: era demasiado tarde para que caminara en cuatro patas y corriera por ahí.(...) Y por alguna razón, es más divertido que algunas cosas pasen en su mente y otras, las haga de verdad: por ejemplo, cuando juega hockey es imaginario, mientras que hacerlo jugar tenis o baseball funciona mejor si efectivamente lo hace”.

Ese ida y vuelta constante de lo real a lo imaginario en un mundo que parece el dibujo de un niño -como quería Picasso-, es la clave de la consistencia de la tira. Las frecuentes visitas de Charlie al stand de terapia de Lucy -en el que la “psicóloga” no para de humillar con indiferencia a su paciente- son tanto otra forma cruel de juego como un comentario sobre el cinismo de ciertos humanos. La fantástica frazada de seguridad de Linus es al mismo tiempo una observación sobre lo que hacen algunos chicos y una metáfora sobre la creciente ansiedad contemporánea. A pesar de todo, y algo que sorprende a quien se acerque a la tira, la ternura es constante.

Crisis de fe

Algo que no siempre se recuerda es que Schulz fue un hombre muy religioso, un creyente activo (luterano primero, luego metodista y catequista; ávido lector de la Biblia) y eso se ve no tanto en comentarios puntuales o referencias, sino en la comprensión con la que trata las taras humanas representadas por los chicos y por el estoicismo con el que suelen -no siempre- enfrentarse a las adversidades. Es justamente esa perspectiva la que genera el efecto cómico.

Sin embargo, aunque Schulz tuvo una crisis de fe que lo llevó a definirse a fines de los setenta como un “humanista secular” dejando de lado cualquier proselitismo religioso, sus tiras ya reflejan desde el principio cierto pesimismo respecto de lo humano. Los amores incomprendidos (Lucy por Schroeder, Marcia por Linus, Peppermint Patty por Charlie Brown, Charlie Brown por la chica de pecas pelirroja) son una prueba y parte de la poética de la tira. Es interesante lo de la “chica pelirroja de pecas” porque la primera mujer de Schulz, Joyce Halverson, era así, aunque quizás también bastante parecida a Peppermint Patty: era divorciada, había tenido un hijo antes de casarse y Schulz la cortejó de modo -según sus propias palabras- “ingenuo y anticuado”; de hecho, él llegó virgen al matrimonio. Lo más extraño de esos años desde 1951 -el casamiento- hasta 1972 -divorcio- fue que las tiras de Peanuts, muy agudas y nada ingenuas, eran todo lo contrario del aspecto que daba el autor al lado de aquella mujer.

Hay mucho de biográfico en Peanuts, desde el fantástico perro (aquel perro original de Schulz que comía cualquier cosa extraña era Snoopy) hasta la problemática, a veces reprimida relación entre los sexos. El amor, el partido de baseball que nunca se gana, el barrilete “devorado” por el árbol devora-cometas, el Barón Rojo, son ese paraíso prometido que no llega pero que -como los chicos de Peanuts- hay que seguir buscando.

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Hay otro rasgo autoral: Schulz dibujó, rotuló, entintó y pintó -en el caso de las planchas dominicales, que salían a color- todas y cada una de las 17.897 tiras de Peanuts. Y tiene otras características que la hacen “extraña” dentro del mundo de los comics periódicos. Blondie (“Hogar dulce hogar” en la Argentina), probablemente la tira cómica más exitosa del siglo XX, fue creada por Chic Young, pero continuada por su hijo Dean hasta el día de hoy (lleva 94 años y sigue); Thimble Theatre, creada en 1919 (Popeye apareció diez años más tarde), ha cambiado muchas veces de manos y continúa publicándose. Pero Schulz mismo y sus herederos consideraron que la tira, que fue el sueño de infancia del autor, no podía quedar en manos de nadie más. Incluso cuando el mal de Parkinson fue avanzando sobre el dibujante desde los años 80 y tenía problemas para manejar su mano, siguió haciéndolo él mismo. Sólo decidió terminar cuando a esto se le sumó la complicación de un cáncer de colon: escribió él mismo la última tira que se publicó exactamente un día después de su fallecimiento.

Es raro que el fenómeno que fue y sigue siendo Peanuts (Snoopy es uno de los raros iconos universales) haya tenido poca representación en el cine. Especialmente porque cada vez que llegó a la pantalla, fue un éxito. Empezando por los especiales de televisión: el primero, La Navidad de Charlie Brown (AppleTV+) fue un suceso enorme, no sólo gracias a un guión inteligente sino también a la gran banda de sonido del pianista de jazz Vince Guaraldi, que dejó un clásico como “Christmas Time is Here” (es extraordinaria la versión de Patti Austin). Guaraldi es autor de muchos clásicos musicales sobre Charlie Brown, entre ellos el emblemático “Linus & Lucy”, himno no oficial de estas animaciones, y el bellísimo “The Great Pumpkin Waltz”, de Es la Gran Calabaza, Charlie Brown (en YouTube Music, recomendamos la impresionante versión de Chick Corea). Finalmente, en 1969 hubo un largo, Un chico llamado Charlie Brown (también AppleTV+, como todos los especiales) que fue un gran éxito de taquilla y de público. En la Argentina, de paso, todo esto se vio en la televisión de aire casi de contrabando (ATC, en los años ochenta, pasaba la fugaz serie de televisión de Peanuts, en realidad una serie de especiales de media hora). Sin Schulz, lo único fue el largo en poco feliz 3D realizado por Blue Sky, Snoopy y Charlie Brown - La película (Disney+) que respeta en parte el espíritu de la tira, pero no del todo.

Hay en Peanuts una dimensión metafísica; otra, fantástica; otra, satírica. Pero siempre es la forma lúdica de preguntarse por el mundo y reírse con las respuestas, que no son definitivas. De algún modo, incluso si la vida de Schulz fue discreta (hay en su historia algo de Emily Dickinson, y en su forma poética de hacer algo trascendente con los signos más pequeños de la realidad, también), la tira sigue siendo rica y misteriosa sin perder nada de diversión.

La última tira que dibujó casi la deja incompleta porque sintió parálisis en su mano; tuvo luego el infarto que causó su muerte. Y un día más tarde, salió la tira dominical -realizada mucho antes- cuando había decidido su retiro. Es Snoopy con su máquina de escribir, esa con la que quiso hacer una novela y escribirle cartas a su amor -quizás- imaginario, que en esa ocasión -13 de febrero de 2000- fuimos nosotros. “Queridos amigos -dice-: fui afortunado por dibujar a Charlie Brown y sus amigos por casi cincuenta años; cumplí así mi mayor deseo de la infancia. Desafortunadamente, no soy capaz de mantener la agenda que demanda la realización de una tira diaria; por lo tanto, anuncio mi retiro. Estoy muy agradecido por la lealtad que los editores y el apoyo y cariño de los fans de la tira a través de tantos años. Charlie Brown, Snoopy, Linus, Lucy... cómo podría olvidarlos alguna vez...” No llegó a hacerlo; tampoco sus felices lectores.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/personajes/charles-schulz-el-soldado-que-lucho-en-la-segunda-guerra-y-construyo-un-universo-sin-adultos-tan-nid15022025/

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