Con mareos, el viajar no es un placer
NUEVA YORK.– En Estados Unidos el auto no es sólo un auto. Se ha escrito muchísimo sobre su simbolismo, pero hay un punto en que los analistas suelen coincidir: representa la libertad. Según l...
NUEVA YORK.– En Estados Unidos el auto no es sólo un auto. Se ha escrito muchísimo sobre su simbolismo, pero hay un punto en que los analistas suelen coincidir: representa la libertad. Según la académica Sarah Redshaw en In the Company of Cars, célebre libro sobre la conducción como práctica social y cultural, el coche es el símbolo supremo de independencia e individualismo en el país que más se asocia con esos valores. Marshall McLuhan, ya en Understanding Media (1968), advertía que, aunque contribuía a la alienación, era también “la más clara encarnación de la idea de libertad en el siglo XX”.
El problema es que, para esta cronista, para su madre y para su hija (debe de ser genético), el auto no encarna ningún valor constitucional o ideológico ulterior, sino algo mucho más prosaico: vómito. Cambian los modelos. Aumenta la seguridad. Por Dios, inventan autos eléctricos y hasta autos que se manejan solos. Pero para quienes, como las mujeres de esta familia, sufren de mareo extremo en los coches —car sickness, como se lo llama aquí— resulta frustrante comprobar que no se ven avances para hacer los trayectos menos desagradables.
El problema es que, para esta cronista, para su madre y para su hija (debe de ser genético), el auto no encarna ningún valor constitucional o ideológico ulterior, sino algo mucho más prosaico: vómito
La llegada de los autos autónomos, sin embargo, podría cambiar el panorama. Según The Wall Street Journal, la industria automotriz teme que el mareo frene las ventas masivas que esperan para estos vehículos. El argumento es claro: si uno ya no tiene que aferrarse al volante y puede leer o mirar hacia atrás mientras el auto hace el trabajo, el mareo puede aparecer incluso en quienes nunca lo habían sentido. Y, con él, se tambalea también la mística del placer de manejar, tan necesaria para vender autos de lujo.
De repente, lo que parecía una molestia menor —aunque uno de cada tres adultos y la mitad de los niños son altamente susceptibles, según las estadísticas del matutino— se convirtió en un problema de diseño urgente. La explicación es sencilla: quien conduce anticipa cada giro y cada frenada, y su cuerpo acompaña el movimiento; los demás, en cambio, quedan a merced de la sorpresa. Los sentidos esperan una cosa y el auto hace otra. A esa desconexión se suman las vibraciones, los pequeños sacudones que llegan al oído interno y confunden el equilibrio hasta que lo que se ve y lo que se siente ya no coincide. Ahí nace esa mezcla de vértigo y náusea que arruina cualquier viaje.
Un ídolo personal, Oliver Sacks —a quien Harold Bloom llamó “el poeta de la neurología” porque narraba la mente como si fuera literatura— lo explicaba mejor que nadie. Autor de best sellers internacionales como El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Sacks resumía así la experiencia: “El mareo es el cuerpo traicionando a la mente, los sentidos dejando de hablar un mismo lenguaje”.
¿Qué se está probando hoy para hacer algo al respecto? Asientos que se inclinan en la dirección de la curva para que el cuerpo fluya con el movimiento en lugar de resistirlo; suspensiones que se adelantan a los baches y suavizan la experiencia; sonidos diseñados para estabilizar el sistema vestibular; e incluso rediseños del interior —la orientación de los asientos, la ubicación de las pantallas— para minimizar los desencadenantes del malestar.
“New York or Nowhere” fue el grito unánime durante la pandemia: la ciudad estaba vacía, y sin embargo estaba en todas partes
Todo eso, que uno no entiende cómo no existe desde hace años, podría terminar beneficiando también a quienes sigan atados a los viejos modelos, sobre todo como pasajeros. Aleluya. Mientras tanto, cuesta imaginar la vida en otra ciudad de EE.UU. que no sea Nueva York: la única con transporte público masivo y donde todavía se puede caminar. “New York or Nowhere” fue el grito unánime durante la pandemia: la ciudad estaba vacía, y sin embargo estaba en todas partes. Era un lema de orgullo, de resistencia, de unión frente a la confusión.
Hoy es también una marca urbana muy fashion, con las siglas NYONW estampadas en letras gigantes en las remeras más buscadas. Y aunque esta cronista suele huir de toda prenda con consignas en el pecho, después de tanto mareo en cualquier otro lado este verano, hasta está considerando hacer la excepción.