Danzas, cofias y algún Mr. Darcy porteño: cómo cerrar el año al ritmo de Jane Austen
Después de pasar 2025 sumergida en el mundo de Jane Austen, esta cronista terminó… con el pechito bien argentino. Fue imposible no sentir que varias de las mejores historias surgidas al reporta...
Después de pasar 2025 sumergida en el mundo de Jane Austen, esta cronista terminó… con el pechito bien argentino. Fue imposible no sentir que varias de las mejores historias surgidas al reportar sobre el fandom en este 250° aniversario del nacimiento de la autora tenían que ver, claramente, con el Río de la Plata.
La vida de Amy Elizabeth Smith, por ejemplo, parece escrita por la propia Austen si se cambia Hertfordshire por el Microcentro. Smith es una académica californiana que en 2010 decidió recorrer América Latina armando clubes de lectura sobre Jane Austen. En su destino final, Buenos Aires, terminó conociendo a su propio Mr. Darcy. Era un librero de la calle Corrientes, reservado e irónico, que discutía a muerte con un cliente por Narnia, la miraba con condescendencia cuando ella mencionaba a Silvina Bullrich y, encima, la dejó pagando justo cuando un beso parecía inevitable.
Según cuenta en sus memorias All Roads Lead to Austen, la ciudad le bajó de un hondazo cierta superioridad anglosajona ligada a la idea de que estaba llevando ilustración a territorios vírgenes
Pero además de regalarle un gran romance —porque, por supuesto, con el librero vencieron el orgullo y el prejuicio y todo terminó en boda—, Buenos Aires fue importante en otro sentido. Según cuenta en sus memorias All Roads Lead to Austen, la ciudad le bajó de un hondazo cierta superioridad anglosajona ligada a la idea de que estaba llevando ilustración a territorios vírgenes. Aquí descubrió que ya existían, desde hacía décadas, grupos dedicados a Austen muy similares a los que ella iba fundando en distintos países. «Había caído en un agujero negro literario, con fanáticos de Jane Austen que me saltaban de la nada todo el tiempo», resumió sobre su estadía en la Argentina.
La sensación, después del último mes presentando un libro sobre la autora, es exactamente la misma. Más aún: mientras esta cronista se la pasaba de baile en baile en lugares emblemáticos de la vida de Austen en Inglaterra, pensando que era una argentina tan original, en un auditorio en el Once se organizaba un baile de la Regencia para cientos de personas. Lo masivo del encuentro y el nivel de perfección en la recreación histórica —vestuario, accesorios, coreografías— no tenía nada que envidiarle a ninguno del otro lado del Atlántico. Para sacarse el sombrero —fuese cofia con flores, galera o bicornio de almirante— ante la asociación Jane Austen Argentina.
Claro que hubo a quienes costó convencer. Francis Korn, la eminentísima socióloga y fanática de la autora, escribió en Página12 que al enterarse de que Bioy Casares decía que Austen no le gustaba —porque había seguido, sin probar si era correcta, la idea de Borges de que como autora “era como las Brontë”— insistió en que la leyera. Conclusión: Bioy reconoció que había sido “un necio y un torpe” y que Austen era “la inventora de la novela y la escritora más inteligente del siglo XVIII”. Fue revelador comprobar cuán ligada a una acción personal resultó, finalmente, la forma en que hasta algunos de los grandes nombres de la literatura llegaron a ella. De lo más emocionante fue entrar en contacto con Mirta Inés Trupp. Mirta es descendiente de colonos judíos de Entre Ríos. Cuando era niña, todas las historias con protagonistas judías eran del estilo de El diario de Ana Frank, El violinista en el tejado o El mercader de Venecia. Ella habría dado cualquier cosa por leer una en la que una chica judía pudiera reconocerse sin muertes ni renuncias.
Si hay algo que personalmente quedó claro es que su obra funciona como un código afectivo compartido: sirve tanto para celebrar como para resistir
De adulta, instalada en Estados Unidos, decidió escribirlas ella, pero con un giro austeniano rioplatense. En libros como Celestial Persuasion, Trupp trasladó a los personajes de Austen —autora de quien no hay rastros de antisemitismo, algo poco común para la época— a estas orillas. El capitán Wentworth de Persuasión se cruza con San Martín, Alvear y Mariquita Sánchez de Thompson, además de con jóvenes judíos ingleses que llegan ilusionados por los ideales de independencia en una tierra sin inquisiciones ni persecuciones. Y, por supuesto, todo eso con una gran historia de amor de fondo.
Lo que más le gusta, dice Mirta, es cuando la invitan a hacer presentaciones en ferias del libro judías. «Voy vestida como un personaje de la Regencia, llevo ropa extra y la gente —la que uno menos espera— se interesa y a veces hasta se disfraza. A mi alrededor hay libros brillantes sobre la Inquisición, el Holocausto, el pico de antisemitismo actual. Claramente, yo no soy Tolstói. Pero siempre, siempre hay cola en el stand que me presenta. Y si lo que hago sirve, aunque sea, para levantar un poco el ánimo, pienso que Jane Austen lo habría aprobado». Tras los atentados, redobló su presencia.
Tal vez por todo eso, después de un año entero siguiendo devociones, análisis y reescrituras de Jane Austen por medio mundo, si hay algo que personalmente quedó claro es que su obra funciona como un código afectivo compartido: sirve tanto para celebrar como para resistir. Y, cada tanto, con un modismo porteño que se escapa.