El arte poético de José Watanabe
Si preguntáramos qué país de América Latina se asocia de inmediato con la poesía, la respuesta será seguramente Chile: no solo por Gabriela Mistral o Pablo Neruda (sus dos Nobel), sino tambi...
Si preguntáramos qué país de América Latina se asocia de inmediato con la poesía, la respuesta será seguramente Chile: no solo por Gabriela Mistral o Pablo Neruda (sus dos Nobel), sino también por Vicente Huidobro, Nicanor Parra o Enrique Lihn, en una lista interminable que podría prolongarse con autores como Violeta Parra, Gonzalo Rojas, Jorge Tellier o Raúl Zurita.
No hay manera de rebatir ni la cantidad ni la centralidad de esos nombres, pero en mi imaginario lector figura en un plano de igualdad la menos ventilada poesía peruana. Por supuesto, ahí está César Vallejo, el poeta clave del continente, con Trilce y los Poemas humanos, pero hay muchos otros: el hermético Martín Adán y el surrealista César Moro (que escribía en francés), Emilio Adolfo Westphalen o Blanca Varela, Carlos Germán Belli (que escribía sobre hadas cibernéticas con cadencias del siglo de oro) y Javier Sologuren o el descontracturado Antonio Cisneros.
Quizás mi inclinación por esa poesía tenga algo de autobiográfico. A los 20, viajé largo rato por Perú y fui recolectando libros de muchos de esos poetas, mientras preguntaba por los más nuevos. Nadie me nombró a José Watanabe (1945-2007), aunque hay una razón atendible: aunque había publicado mucho antes un libro juvenil, solo al año siguiente de aquel viaje daría a conocer El huso de la palabra (así, con “h”, como en “huso horario”). El que hoy es uno de los nombres clave de la poesía peruana era, fuera tal vez de algunos círculos, un virtual desconocido. Unos cuantos años más tarde pude leer muchos de sus poemas, pero el tiempo pasó demasiado rápido. Como anuncia la solapa de su Poesía completa (editada por Pre-textos), Watanabe murió “a las once y media de la noche del miércoles 25 de abril de 2007 en el hospital de neoplásicas de Lima”. Lo emotivo de la precisión solo puede reflejar el vacío que dejó su pérdida.
“La sabiduría consiste en encontrar el sitio desde el cual hablar”, dice uno de sus versos, que habla de Simeón el estilita. Figura en La piedra alada, su anteúltimo libro. El equilibrio entre la imagen desnuda, su observación y los sentimientos en suspenso son lo que le dan a sus poemas esa cualidad de engañosa serenidad. Las escenas rurales y marinas, y los animales de toda especie son parte de esa materia poética: un pelícano agonizante del que solo queda batiendo un ala sobre una roca, un lenguado y su asimetría, los bueyes, el tiempo detenido en un fósil, una yegua que orina sobre un sapo sin que logre convertirlo en un príncipe encantado.
Como lo sugiere su apellido, Watanabe era hijo de padre japonés (y madre andina), y se creó en Laredo, un pueblo pobrísimo del noroeste. ¿Quién dijo que los poetas no tienen suerte? Gracias a ganar la lotería, la familia pudo mudarse a Trujillo y más tarde a Lima. En los versos de Watanabe, en todo caso, resuenan los ecos atentos del haiku (hay por ahí una extensa imitación de Basho) aunque sin la brevedad de esa forma japonesa, aplicada a la naturaleza rural –donde la hambruna “puede ser una especie de inocencia”–, pero también a las dificultades del cuerpo e incluso, como en el poemario Habitó entre nosotros, al espíritu místico y religioso.
Pero sobre todo hay en Watanabe un humor ligero e irreverente , como si fuera un tardío discípulo de Kobayashi Issa. Léase si no su “Arte Poética”: “Deja tu alfiler de entomólogo, poeta:/ las palabras no son mariposas con teta.// Sentado en la cima del osario/ preguntas: seré yo el nuevo notario?/ Pasan muchas frases de hombro caído,/ tú las quieres con un poquito de sonido./ Las palabras, o mejor, las vampiro/ ya vienen volando con lujurioso suspiro.// Pronto serás tú, entre gozoso y aterrado,/ el mamado”. Supongo que por versos así, por su rumor, es que en momentos de distracción es posible imaginarse volver a Lima solo para ir a tocarle el timbre a Watanabe y quedarse conversando horas, aunque ya no esté.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/el-arte-poetico-de-watanabe-nid27112025/