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El cachetazo electoral y la humildad del líder

Las elecciones tienen una virtud pedagógica que ningún manual de liderazgo enseña: el cachetazo. Ese golpe seco que obliga a bajar la soberbia, mirar los números con crudeza y aceptar lo eviden...

El cachetazo electoral y la humildad del líder

Las elecciones tienen una virtud pedagógica que ningún manual de liderazgo enseña: el cachetazo. Ese golpe seco que obliga a bajar la soberbia, mirar los números con crudeza y aceptar lo eviden...

Las elecciones tienen una virtud pedagógica que ningún manual de liderazgo enseña: el cachetazo. Ese golpe seco que obliga a bajar la soberbia, mirar los números con crudeza y aceptar lo evidente: el poder no es un cheque en blanco. El cachetazo electoral desnuda al líder, lo expone frente a su propia ineficacia y lo empuja a revisar sus certezas.

Javier Milei lo entendió. Tras la derrota en las urnas, el presidente afirmó: “No hay opción de repetir los errores. De cara al futuro vamos a corregir todos nuestros errores”. Y, como si quisiera blindarse en un legado histórico, citó a Winston Churchill: “El éxito no es definitivo, el fracaso no es fatal: lo que cuenta es el coraje para continuar”.

Bienvenida la autocrítica. Porque la verdadera prueba de un líder no está en saborear la victoria sino en metabolizar la derrota. Aprender, desaprender y volver a aprender: esa es la gimnasia que separa a los líderes sabios de los testarudos. Y para aprender hay que rodearse de voces distintas, no de aplaudidores seriales.

Hasta ahora, Milei gobernó con un círculo cerrado, casi hermético, propio de la primera etapa de consolidación. Ese esquema funcionó para imponer un rumbo y mostrarse decidido. Pero las etapas se agotan. Lo que viene requiere otra musculatura: abrir el juego, convocar referentes que no solo convenzan a los convencidos, sino que también generen respeto y confianza en una sociedad descreída.

El líder humilde sabe que no alcanza con repetir fórmulas. Que lo que sirvió para construir el relato de outsider no necesariamente sirve para sostener la gestión. Que el capital político no se eterniza si no se traduce en resultados tangibles.

La derrota, entonces, puede ser una oportunidad. La oportunidad de modificar el rumbo, de reconocer que el error no es debilidad, sino un recordatorio de que nadie gobierna en soledad. Churchill lo resumió con lucidez: el fracaso no es fatal. Lo fatal es negar la realidad, encerrarse en la autocomplacencia y seguir creyendo que el poder es un acto de fe personal.

En la historia abundan ejemplos de líderes que supieron leer sus derrotas y convertirlas en trampolines. Charles de Gaulle cayó en desgracia en 1946, pero regresó más fuerte en 1958 para refundar la Quinta República francesa. Bill Clinton, golpeado en las elecciones de medio término de 1994, entendió el mensaje y viró su agenda, logrando la reelección y un ciclo de prosperidad económica. En el otro extremo, Margaret Thatcher ignoró los signos de desgaste y su negativa a escuchar la disidencia la llevó a ser desplazada por su propio partido en 1990. El cachetazo, cuando no enseña, destruye.

Argentina conoce bien esta dinámica. Presidentes que se aferran a la soberbia, convencidos de que el poder los convierte en infalibles, terminan chocando con la pared de la realidad. El país no perdona la ceguera: ni en la economía, ni en la política, ni en la gestión cotidiana. El electorado concede segundas oportunidades, pero rara vez terceras. La paciencia social es cada vez más corta y el tiempo de gracia, efímero.

Por eso, la humildad no es un atributo “blando” del liderazgo, sino una condición de supervivencia. Humildad para aceptar que los resultados no alcanzaron, que la sociedad exige otra cosa, que los diagnósticos iniciales necesitan revisión. Humildad para reconocer que, a veces, el enemigo no está afuera, sino en los errores propios.

Un verdadero líder no teme rodearse de gente que piense distinto, porque entiende que la discrepancia es un motor de mejora, no una amenaza. Y tampoco teme reconocer que no tiene todas las respuestas.

El cachetazo electoral, si se lee con humildad, puede convertirse en la mejor escuela de liderazgo. No es un certificado de defunción política, sino un recordatorio de que la democracia es un diálogo permanente entre gobernantes y gobernados. Un líder que sabe escuchar ese mensaje puede reinventarse. Uno que lo ignora, queda condenado a la irrelevancia.

PhD, profesor de la UTDT

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-cachetazo-electoral-y-la-humildad-del-lider-nid09092025/

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