El cierre del Museo del Traje: la institucionalidad cultural al desnudo
Por decreto presidencial se hace desaparecer al ...
Por decreto presidencial se hace desaparecer al Museo Nacional del Traje, una institución operada por profesionales de primer nivel (diseñadores, conservadores de patrimonio especializados, curadores) que no solo resguarda textiles, modas y archivos documentales para un público que comprende a la colección como evidencias reflexivas sobre nuestra sociedad, sino que el Museo es un centro de diseño indispensable para las carreras universitarias de indumentaria y las teorías del conocimiento. Y no es suficiente mantenerlo como “depósito”. Su reserva técnica es un lugar de trabajo y de interpretación de sentido aún más importante que sus exhibiciones.
Empiezan a quedar claros los contenidos de la “batalla cultural” que el presidente recita sintiéndose Mao. Su megalomanía todo terreno parece convencerlo de que es el primero en enunciar palabras que sin embargo tienen un largo recorrido. La brevedad de su carrera, de animador de TV a primer mandatario, es un síntoma de época -solo existe el presente, el pasado fue, y el futuro se mide por la tasa de interés financiero- y junto con sus seguidores confían en la satisfacción inmediata que promete la acelerada sociedad de consumo. Si un museo es un ámbito de reflexión compartida con sus visitantes, no sirve.
Es cierto que el nombre de Museo del Traje denomina un porcentaje mínimo de su colección de más de 9000 piezas. Un mejor nombre describiría su función como Museo del diseño de la Moda y la Innovación Social. Reemplazarlo por un lugar de espectáculos no solo es totalmente inadecuado espacialmente, sino que se disponen de lugares como el CCK con sus 100.000 metros cuadrados prácticamente sin uso, sin presupuesto ni misión y que va llenándose de mamparas y burócratas.
En realidad, se cancela todo lo que no se entiende, se emplaza al regimiento de trolls para que operen de urgencia, y de estimarse necesario se reemplaza lo clausurado por lo que primero se les ocurra. Para eso se nombró a un Secretario o Coordinador, u obediente soldado de Cultura, y a la carga sus valientes. La incompetencia para las funciones de gobierno es la regla. Y si hay que comprar un voto en el Senado, se nombra, a cambio de su mano levantada, a una señora sin ningún antecedente idóneo como embajadora ante la UNESCO en París. O a un financista a cargo del INCAA. No es una batalla. Es una demolición despiadada del trabajo de generaciones por institucionalizar nuestra cultura. Una cultura que es respetada en el mundo por su calidad, profundidad conceptual e innovación.