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El extravío de la brújula y la necesidad de encontrarla

Javier Milei es el resultado del fracaso de ese modelo de postal victoriosa que se exhibió el domingo: un outsider que “la vio”. Esto es, la corrupción cuya expresión más patética fueron l...

El extravío de la brújula y la necesidad de encontrarla

Javier Milei es el resultado del fracaso de ese modelo de postal victoriosa que se exhibió el domingo: un outsider que “la vio”. Esto es, la corrupción cuya expresión más patética fueron l...

Javier Milei es el resultado del fracaso de ese modelo de postal victoriosa que se exhibió el domingo: un outsider que “la vio”. Esto es, la corrupción cuya expresión más patética fueron los manejos venales con las vacunas y los alimentos durante la cuarentena, y la danza interminable de las internas en el seno de la oposición que había sido oficialismo hasta 2019. Representó un fenómeno extendido por izquierda y por derecha en el resto de América Latina que acertó en sus dos consignas básicas: embestir contra el establishment político siguiendo la tradición de nuestra democracia de masas en el siglo pasado, al que denominó “la casta”, y prometiendo acabar con su vicio de gestión inflacionaria.

Su estilo confrontativo preservó frescura durante todo el año pasado y le permitió recoger tolerancia social hacia el uomo qualunque tallado en polémicas televisivas con un eficaz manejo de las redes sociales que caló hondo en los espíritus juveniles. Al cabo, los insultos no iban más allá de su medida actitud, y el tan temido autoritarismo no vaciló en pactar cuando era necesario con sectores de “la casta” próximos ideológicamente. La inflación fue cediendo merced a un ajuste macroeconómico de elevados costos sociales atenuados en los sectores pobres nutriendo generosamente dos dispositivos de la ciudadanía social de baja intensidad kirchnerista: la AUH y las políticas alimentarias.

Simultáneamente, acabó con la tercerización del cooperativismo “laboralmente inclusivo” controlada por los denominados “movimientos sociales”. Recuperó, así, el control de “la calle” tan demandado por una ciudadanía harta de los cortes prepotentes de las arterias de circulación metropolitanas. Pero había un rasgo preocupante de su personalidad que remitía a un problema recurrente de nuestra cultura política presidencialista y caudillista: hasta qué punto su personaje cesarista no acabaría por devorárselo, y menguando su perspectiva y la percepción de sus endebleces congénitas.

Comenzó este año con su bonus track intacto por el mérito de habernos salvado de la hiperinflación de los “planes platita” del ministro de Economía Sergio Massa, y la convicción generalizada de su blindada integridad ética y moral. Pero algo pasó en febrero en medio de la orgía de violencia delictiva que afectaba el corredor sudoeste del Gran Buenos Aires. Su dimensión no suscitó, en principio, demasiada preocupación porque no impactaba en los bolsillos de la mayoría social: el affaire de la criptomoneda $LIBRA. Fue el comienzo de una espiral de desaciertos en cuyo transcurso el gobierno libertario fue perdiendo la brújula, atizando en sus enemigos los impulsos desestabilizadores.

No vamos a detenernos en las secuencias de la montaña rusa comenzada entonces. Sí en una gaffe que bien pudo haber expresado el malestar con una coyuntura económica exacerbada por este ejercicio comicial extenuante cada dos años por partida doble o triple. Un lujo impropio de nuestro estancamiento material y social desde hace una década y media. Al Gobierno le bastaba con mirar en perspectiva su vertiginoso ascenso al poder en 2023: su triunfo fue sólido en las provincias del interior que ya habían elegido a sus autoridades distritales tomando distancia de la crisis de conducción peronista agravada por su catastrófica gestión entre 2019 y 2023. Pero su cosecha fue magra en el segmento metropolitano de la CABA y el Gran Buenos Aires, ubicándose en un rezagado tercer puesto. En el primero, por el peso de su expresión política dominante (Pro-JxC), y en el segundo, por los aparatos clientelares de sus “barones”. Ahí “no la vio”. Intentó confrontar con una Cristina Kirchner que acabó detenida, y coincidió con la aventura autonomista de Axel Kicillof de desdoblar las elecciones provinciales de las nacionales, una novedad histórica que podía devenir un arma de doble filo.

Surfeó mal la marejada en la que se inscribía su propia aventura y se metió en la boca de lobo de un conurbano bonaerense en el que los intendentes se jugaban su supervivencia afianzando, en medio del ajuste, sus aparatos para evitar movimientos destituyentes en sus concejos deliberantes. Era esperable que, ante semejante novedad, su electorado –reforzado por su alianza con Pro– no fuera a votar. Pero el triste espectáculo de su expulsión en medio de la típica intifada suburbana en Lomas de Zamora, auspiciada por su propio intendente, luego reiterada con sordina en el cierre en Moreno, y las expresiones desaforadas de su seguidor tuitero el Gordo Dan a raíz del rechazo parlamentario al veto a la ley de discapacidad atizaron la indignación. Y con ella, el ausentismo.

Fue la tormenta perfecta que bien pudo haber pasado amortiguada si no se hubiera nacionalizado la elección bonaerense. El voto castigo sonó estridente, pasándole al Gobierno factura de la falla de origen de su confección política, que los despechados que nunca faltan aprovecharon para asestarle un golpe feroz, cierta o falazmente –se verá con el tiempo–, a la ética del Presidente y a la de su entorno, encabezado por su propia hermana. También el Gobierno deberá tomar nota de las cualidades de muchos impresentables de su frente interno: vedetismo, extorsiones, cleptocracia, e incluso sospechosos contactos internacionales que invitan a dimensionar la operación de los “audios” en un plano hasta geopolítico. A ellos se les sumaron, entusiastas, el kirchnerismo y el infaltable club de devaluadores corporativos del “círculo rojo”.

En suma, un cambio de derrotero contrario a su mandato estabilizador, haciendo “peronismo” allí en donde su base, en ese campo poliédrico, es muy débil. Producto de las ocurrencias estratégicas de un operador de base que le tributó un puñado de punteros, barrabravas y pastores evangélicos que en el conjunto no cotizaron más que un madero en el mar. Por otra parte, el Gobierno ni siquiera se tomó el cuidado de garantizar los 50.000 fiscales requeridos; reunió poco más de la mitad. Ocurrió lo que suele ocurrir cuando se compra la prédica de los vendedores de humo que ignoran –o saben demasiado– que en las profundidades más pobres del conurbano bonaerense el peronismo supone no solo una marca política, sino también una identidad sociocultural que naturaliza su estado de cosas, la atribuye al repertorio extractivo de “ricos” abstractos y negocia precautoriamente con otros conocidos su “supervivencia” cotidiana.

Pasemos a los ganadores. En primer término, el gobernador porteño –cuándo no– de la provincia de Buenos Aires, su corte de responsables de las catástrofes seriales energética, previsional, educativa y de seguridad, y sus amañadas candidaturas “testimoniales”, otro legado del kirchnerismo. Una colección de fracasados que no poseen ni una sola idea superadora de su pasado reciente. Dejando de lado el voto de los pobres, ¿cómo les resultó posible penetrar tan hondo en las clases medias e incluso acomodadas de las secciones rurales? ¿Una nueva seducción peronista? No: solo voto castigo que pega fuerte reclamando el pago de facturas acumuladas cuando la paciencia se acaba. El riesgo es la irresponsabilidad institucional que varios dirigentes de primer nivel expresan sin tapujos y de forma amenazadoramente desestabilizante.

Ahí estriba el frente al que el Gobierno deberá prestar atención si está dispuesto a cumplir su prometida autocrítica, que podría llevarlo a emparejar o incluso revertir la situación en las elecciones de octubre. Apuntando sin soberbia ni pretensiones imperiales a saldar una cuenta pendiente de nuestra maltrecha democracia desde 1983: el mantenimiento de equilibrio fiscal, conquistado ya por otros países de la región, como punto de partida de un siglo XXI más digno que todo lo que hemos soportado durante los últimos 50 años.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-extravio-de-la-brujula-y-la-necesidad-de-encontrarla-nid09092025/

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