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El método que fusiona coaching ontológico y constelaciones familiares muestra cómo cortar con las ataduras autoimpuestas y las heredadas

Una infancia tranquila en Gualeguaychú, Entre Ríos, con una mamá docente y padre tornero en una casa siempre abierta a generar ...

El método que fusiona coaching ontológico y constelaciones familiares muestra cómo cortar con las ataduras autoimpuestas y las heredadas

Una infancia tranquila en Gualeguaychú, Entre Ríos, con una mamá docente y padre tornero en una casa siempre abierta a generar ...

Una infancia tranquila en Gualeguaychú, Entre Ríos, con una mamá docente y padre tornero en una casa siempre abierta a generar espacios de disfrute, se interrumpió con algunos quiebres, a los 9 años de Manuel Colombo. “Vi morir a mi abuela y a mi padre con un año de diferencia entre una partida y la otra”, recuerda. Fue el momento en el que comenzó a hacerse preguntas que otros se hacen más adelante. Era un niño muy sensible, una fortaleza que terminó siendo la base de lo que hace hoy.

Soñaba con ser artista. Se imaginaba actuando, cantando, participando en musicales. “Con el tiempo entendí que esa pasión por el arte tenía que ver con una necesidad de comunicar -explica-, de emocionar, de tocar algo invisible en los demás”.

Colombo creó el método MOV, que fusiona coaching ontológico y constelaciones familiares. Es un influencer en su área, con casi 200 mil seguidores. Ha lanzado el libro Los hilos invisibles, que explora cómo cortar con esas ataduras que retienen la posibilidad de alcanzar nuestros sueños.

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–¿Cómo fue el proceso para acercarte a tu profesión, porque llegás con una integración multidisciplinaria?

–Fue más intuitivo que planificado. La vida me puso cerca de personas que hablaban de energía, espiritualidad, procesos personales y eso me marcó. Estudié Relaciones del Trabajo en la UBA, trabajé en Recursos Humanos, fundé una consultora. Pero sentía que algo me faltaba. Fue durante un viaje por Asia donde empecé a reconocer que lo que me apasionaba tenía que ver con el desarrollo humano. Al volver, decidí formarme como coach ontológico, y ahí conecté con una parte mía que estaba dormida. Luego vinieron las constelaciones, la biología del cuerpo, la espiritualidad, la expresión corporal, el lenguaje. Todo se fue integrando de forma natural.

–Tu libro se llama Los hilos invisibles, ¿cuáles creés que son los más gruesos a la hora de cortarlos?

–Sin dudas, los más difíciles de cortar son los que no vemos, los que creemos que forman parte de nuestra identidad y ni siquiera nos cuestionamos. Uno de los más gruesos es la fidelidad al sistema familiar. Muchas veces vivimos sosteniendo mandatos, creencias o incluso frustraciones que no son nuestras, pero que repetimos por lealtad al clan. No nos permitimos ir más allá por miedo a “traicionar” o a quedar fuera del sistema. Otro hilo muy fuerte es el miedo al “qué dirán”. Lo que nos paraliza muchas veces no es la falta de deseo, sino la mirada de los otros.

–Hay otros hilos más sutiles, ¿verdad?

–Exacto, como los de las expectativas. No solo las que los demás tienen sobre nosotros, sino las que nos autoimponemos creyendo que “deberíamos ser” de determinada manera para sentirnos valiosos. Estos hilos no se cortan de un día para el otro. Primero hay que hacerlos visibles, ponerles nombre, reconocerlos en el cuerpo, en las emociones y en el lenguaje. Solo cuando tomamos consciencia de que no somos eso que nos ata, podemos empezar a liberarnos.

–¿Cuántos de esos hilos se enhebran con esas huellas que nos dejan nuestros padres?

–Nuestras figuras de crianza dejan marcas profundas en nuestra identidad, muchas veces sin siquiera saberlo. No se trata de juzgarlos, sino de entender que fuimos modelados en función de sus creencias, sus miedos, sus propias historias no resueltas. Eso deja huellas que, si no las revisamos, condicionan nuestras decisiones, nuestros vínculos y hasta nuestros deseos. Pero también hay huellas que vienen de generaciones anteriores, incluso de historias que ni conocemos. Lo sistémico tiene esa fuerza: nos impulsa a repetir destinos o a cargar con dolores que no son nuestros, por amor y lealtad inconsciente. Lo importante es que esas huellas no son sentencias. Podemos mirarlas, reconocerlas, entender de dónde vienen y elegir distinto.

–¿Cierta resistencia a cortar con esos hilos proviene de la comodidad?

–Totalmente. Cortar esos hilos implica incomodarse, moverse del lugar conocido, revisar creencias, vínculos y decisiones que tal vez sostenemos desde hace años. Eso da miedo. La comodidad, aunque duela, tiene una cierta lógica interna. Nos da la falsa sensación de seguridad. Además, cuando responsabilizamos al afuera, a nuestros padres, al contexto, a la pareja, al país, evitamos enfrentarnos con una verdad clave: que la transformación real depende de nosotros. Y eso implica hacernos cargo. Requiere coraje. Pero el precio de sostener esa comodidad es muy alto. Es vivir a medias. Cortar los hilos es un acto de valentía y de amor propio.

–Mencionabas las creencias que nos autoimponemos, ¿cómo lidiar con ellas?

–Son de las más difíciles de detectar. Porque las creemos parte de nuestra identidad. Frases como “yo no sirvo para esto”, “ya es tarde para mí”, “siempre me pasa lo mismo”, se transforman en verdades internas que terminan condicionando nuestras decisiones, vínculos y sueños. Lo paradójico es que muchas veces fueron respuestas de supervivencia. En algún momento, nos sirvieron para protegernos o para adaptarnos a una situación. El problema es que después las seguimos usando aunque ya no nos hagan bien. El desafío está en darnos cuenta. Cuando logramos hacerlo, se abre un espacio inmenso de posibilidad y libertad.

–¿Cómo percibir que cierto patrón se convierte en una atadura?

–Cuando se repite una y otra vez en distintas áreas de nuestra vida: parejas, trabajos y vínculos, y el resultado siempre es parecido. Otra señal clave es la incomodidad crónica: cuando algo no encaja, no somos fieles a nosotros mismos, pero igual repetimos esa elección. También cuando justificamos desde la mente algo que el cuerpo o la emoción nos está señalando como incoherente. La atadura aparece cuando el patrón nos limita. Es una cárcel invisible. La clave está en parar, observarnos y preguntarnos con honestidad: ¿esto lo elijo o lo repito?

–En tu libro decís que si no cuestionamos, las creencias decidirán por nosotros…

–Lo que no cuestionamos se convierte en piloto automático. Las creencias, especialmente las que nos acompañan desde la infancia, actúan como filtros invisibles a través de los cuales interpretamos todo. Tamizan lo que creemos que podemos o no, lo que merecemos, cómo deben ser los vínculos, el amor, el éxito, incluso el sufrimiento. Si no las observamos con conciencia, empiezan a tomar decisiones por nosotros. Decidimos desde el miedo, desde el mandato, desde lo aprendido… no desde lo deseado. Y muchas veces ni nos damos cuenta. La idea es aprender a detenernos, observarnos, hacer pausas y preguntarnos.

–¿Cómo es posible identificar la creencia que nos limita de la que efectivamente nos pertenece? Imagino que no todas las creencias son negativas.

–Exacto. Algunas son profundamente potenciadoras: nos inspiran, nos sostienen, nos dan estructura. El problema no es tener creencias, sino vivirlas como verdades absolutas. El punto está en poder discernir cuáles nos expanden y cuáles nos achican. Una forma de identificarlo es observar cómo nos sentimos cuando actuamos desde esa creencia: si nos da libertad, si nos conecta con el deseo, si nos acerca a lo que queremos, probablemente sea una creencia que nos pertenece. En cambio, si nos deja en el mismo lugar, si nos hace repetir situaciones dolorosas o nos aleja de nuestros propios deseos, ahí es donde conviene revisarla.

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–Si nunca se ha trabajado sobre las creencias. ¿Por dónde se debería empezar?

–El primer paso es detenerte. Frenar la inercia y empezar a escucharte. Todo comienza con una pregunta: “¿Esto que estoy viviendo, lo elegí o lo estoy repitiendo?” A veces la incomodidad o el vacío son las primeras señales de que algo no está alineado. El segundo paso es observarte sin juicio. Mirar tus decisiones, tus vínculos, tus pensamientos más automáticos. Y preguntarte: “¿Qué creencia hay detrás de esto? ¿Qué idea estoy sosteniendo que me lleva siempre al mismo lugar?” Después hay que sentirlo en el cuerpo. Si una creencia te tensa, te achica, te cierra, probablemente esté limitándote. Si, en cambio, te da liviandad, coherencia y vitalidad, seguramente te está sosteniendo y acompañando en tu camino. Y por último, animarte a declararlo. Ponerle nombre. Porque cuando algo se nombra, deja de operar en la sombra. Si podés compartirlo en voz alta con alguien de confianza o escribirlo. No hace falta tener todo resuelto. Hace falta tener la valentía de empezar a mirarte con otros ojos. Porque cuando te animás a cuestionar una sola creencia, ya no sos el mismo.

–Habrá dolores, interrupciones, altibajos… ¿Qué herramientas sirven para no dejarse vencer?

–Implica atravesar un duelo. No solo dejamos atrás una idea, dejamos atrás una forma de ser, de vincularnos, de sobrevivir. Por eso, el camino no es recto ni liviano. Tiene retrocesos, momentos de duda, y sí, a veces, bastante dolor. Pero también es un proceso profundamente liberador. Necesitamos herramientas que nos recuerden quiénes somos: escuchar el cuerpo, hablar y escribir, pausar y respirar, rodearse de personas que te eleven y darte permiso para no poder.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/salud/el-metodo-que-fusiona-coaching-ontologico-y-constelaciones-familiares-muestra-como-cortar-con-las-nid27102025/

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