El mundo se derrumbaba y ellos seguían escribiendo
11 de diciembre de 1927Viena, IX, Berggasse 19Mi querida LouDiscúlpeme por no haberle respondido antes, me estoy volviendo desprolijo y perezoso. Todo lo que ha escrito me res...
11 de diciembre de 1927
Viena, IX, Berggasse 19
Mi querida Lou
Discúlpeme por no haberle respondido antes, me estoy volviendo desprolijo y perezoso. Todo lo que ha escrito me resultó interesante, siempre sabe profundizar y vincular las cosas, me alegra haber conseguido aislar algo. Nuestras opiniones divergentes con respecto al tema del humor me recordaron que no he podido resolver uno de sus enigmas, el de por qué las mujeres desarrollan o aprecian el humor menos que los hombres. Usted tampoco quiere ponerse del lado del buen Dios, mi rabia no es tanto con él como con la bondadosa providencia y el orden moral universal de los que sin embargo él es culpable. Tampoco persigo ilusiones en modo alguno, pero ¿por qué aferrarse a aquella que cachetea a la razón?
Me alegro de que la familia de Colonia resolviera contactarla. Porque no siempre se da en el blanco. Espero que esta vez usted no haya olvidado por completo sus propios intereses. Mejor ni le pregunto así me ahorro el enojo. Estos últimos días estuve tratando de convencer al pobre Ernst Toller de que acuda a usted, pero no quiere salir de Berlín.
Yo estoy bastante bien, pero mi anciana madre (¡92/3!) empieza a tambalear. Anna es magnífica, buena e intelectualmente independiente, pero no tiene vida sexual. ¿Qué hará sin su padre?
Cordiales saludos para usted y su anciano esposo
su Freud
*******
, 14 de julio de 1929
Querido profesor:
hacía tiempo que tenía ganas de escribirle porque estuve pensando bastante en la imagen suya que Thomas Mann bosquejó en el artículo introductorio de nuestra nueva revista. Supongo que habrá leído el artículo. Pese a su estilo un poco demasiado florido, no me parece del todo descartable. Pero lo que sí me molestó fue una especie de inversión de los hechos, según mi parecer, al menos; sin duda, la imagen que él tiene de usted es la de un pensador con una secreta inclinación hacia lo místico y hacia todas las oscuras profundidades y al cual, por esa misma razón, le concede un mérito particularmente elevado por haberse lanzado firme y sin rodeos contra todo lo retrógrado y haberse consagrado de manera exclusiva al progreso. El autor no sabe que, tal como usted mismo lo describió, sus planes originales nada tenían que ver con buscar las «tinieblas», sino que, además, le resultaba funesto tener que ocuparse de esas cosas y que nada detestaba con mayor honestidad que correr el peligro de que los interesados en términos místicos aprovecharan el asunto y llevaran agua para su molino. Y otra cosa que el autor no sabe es lo tremendamente importante que resultó ser esta circunstancia para la creación del psicoanálisis: me refiero al hecho de que fuera creado por alguien cuyo deseo personal iba a contrapelo, digamos, de desenterrar hallazgos desde abismos tan profundos y que, una vez hecho el hallazgo, lo examinó bien de cerca y con suma objetividad para evitar sobrevalorarlo. Esto para mí tuvo una importancia capital desde el principio; casi que intuyo por qué los anteriores investigadores jamás habrían podido arribar a esta exploración: porque se les habría entremezclado demasiado involuntariamente con todo tipo de cosas que seducirían sus fantasías secretas más allá de la objetividad científica. (Y que en todo momento podrían haberme seducido también a mí: por eso yo sabía que sólo con usted iba a estar tan maravillosamente segura y a salvo). Ahora bien, estas dos cosas: que alguien se dedique a una labor que va a contrapelo de su deseo personal y que esto mismo desate su genialidad como nunca antes había ocurrido con nadie –hay una razón específica por la cual la combinación de estas dos cosas es, desde luego, más inusual todavía: a saber, que genio y carácter confluyen como no suelen hacerlo nunca. Por desgracia, es muy difícil expresar bien todo esto en palabras (al menos para mí, la que siempre lucha con la expresión), pero en verdad hay algo que pertenece al hueso de toda comprensión psicoanalítica: cualquier logro intelectual del más alto nivel debe, en primer lugar, obtenerse a partir de una «resistencia» dentro de uno mismo de una contradicción entre el deseo personal y el impulso intelectual, de no ser así, el producto intelectual podría quedar atrapado por barreras personales antes de su aprovechamiento definitivo.
Recuerdo ahora esa objeción ridícula que se oye de vez en cuando: que eso de estar analizado uno mismo no debe ser una condición para el analista, ya que el creador del psicoanálisis lo creó sin estar analizado. Y ahí uno se muere de ganas de responderles que ¡lo creó con su propio análisis! En él fue donde se produjo por primera vez el acto intelectual propiamente dicho que luego es la condición humana para que lleguemos a ser del todo «nosotros mismos», aunque sea en el sentido más simple.
¡Esta vez sí que me despaché! A veces funciona mucho mejor que al momento de hablar en persona. Aunque había otro motivo más para aquello que me escribió en mayo: en las dos últimas visitas tuve miedo de que, si le hablaba, lo molestaría sin querer y con demasiada facilidad, pero no sólo por modestia, sino porque sé por experiencia propia cuán agresivas pueden llegar a ser las personas sin sospecharlo. Lo que sí, una cosa no me perdono: no haber hablado un poco más fuerte, siendo que acostumbro a hacerlo acá en mi casa por la sordera de mi esposo, nada más tengo que cuidarme de no hacerlo en todas partes.
Esta carta estuvo unos días a la espera, pero justo acaba de llegar la de Anna con la dirección de verano, así que ya mismo la envío. Ahora le voy a escribir a ella. Me comenta algo hermoso: «papá está escribiendo algo».
¡Muchos saludos!, y alguna vez, en algún lugar, nos volveremos a ver.
Su Lou
*******
Schneewinkl, 28 de julio de 1929
Queridísima Lou
Habrá adivinado gracias a su acostumbrada perspicacia por qué pasé tanto tiempo sin responderle. Como ya le comentó Anna, estaba escribiendo algo y hoy redacté la última frase, la que concluye el trabajo, teniendo en cuenta las limitaciones que implica el estar acá, sin biblioteca. Es sobre la cultura, el sentimiento de culpa, la felicidad y otras cosas elevadas por el estilo y me parece —con razón— muy superfluo, comparado con trabajos anteriores detrás de los cuales siempre había algún empuje. Pero, ¿qué hacer si no? No puedo pasarme el día fumando y jugando a las cartas, caminar me cansa y la mayoría de las cosas que hay para leer no me interesan. Así que me puse a escribir y el tiempo se me pasó rápido. Durante este trabajo redescubrí las verdades más banales.
El artículo de Thomas Mann es realmente honorífico. Me dio la impresión de que el encargo de escribir sobre mí le llegó justo cuando estaba redactando un artículo sobre el romanticismo, así que no tuvo mejor idea que agarrar ese medio artículo y le colocó un enchapado de psicoanálisis por delante y por detrás, como dicen los carpinteros, pero el armazón es de otra madera. Aun así, cuando Mann habla, lo que dice tiene pies y cabeza.
Lo que usted plantea sobre el análisis de mi producción me interesa sobremanera, pero no soy yo quien puede juzgarlo. Lo único que sé es que me maté trabajando, lo demás fue consecuencia natural de dicho esfuerzo. Podría haber sido mucho mejor incluso.
Yo sólo era consciente del objeto, no de mí mismo. Sin duda, mis peores defectos, como el de tener una cierta indiferencia universal, contribuyeron al resultado tanto como mis cualidades, como la de tener una obstinada osadía en pos de la verdad. En mi fuero más íntimo tengo la convicción de que mis queridos prójimos —salvo contadas excepciones— son unos pobres diablos.
Me habría encantado poder conversar con usted largo y tendido sobre estos temas en nuestra idílica y tranquila casita Schneewinkl, pero no fue posible invitarla. En la casa no tenemos lugar y en todo el pueblo de Berchtesgaden no hay un solo cuarto disponible.
Recibimos visitantes diversos —incluso alguno que otro no tan grato—, mis tres hijos se turnaron, al final, dos de ellos encontraron alojamiento a una distancia bastante considerable. Ernst y Lux aprovecharon la ausencia de Anna y están viviendo con nosotros. Anna, según cuentan sus telegramas, se está desviviendo en Oxford; hoy a la noche habrá dado su conferencia y espero que después deje ya de tomarse todo tan a pecho. Del alojamiento dijo enfática: es más tradición que comodidad. Usted sabe, después de inventar el concepto de confort los ingleses se desentendieron del asunto. Estoy igual de ansioso que Wolf esperando que regrese. Mientras yo escribo, él se pasa la mayor parte del tiempo desganado tirado en su cucha.
Saludos para usted y para su anciano esposo y espero que volvamos a vernos. Quizás en Berlín, cuando tenga que ir a ver a Schröder.
Su viejo
Freud