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El show de Jake Paul: cuando era más fácil ser hincha, cuando el deporte era más humano

En su asiento del Kaseya Center, de Miami, Brodie, el perro influencer ladró sobresaltado. Los aficionados dejaron de hacerse selfies y apuntaron al ring. Se excitó buena parte del “pueblo Netf...

El show de Jake Paul: cuando era más fácil ser hincha, cuando el deporte era más humano

En su asiento del Kaseya Center, de Miami, Brodie, el perro influencer ladró sobresaltado. Los aficionados dejaron de hacerse selfies y apuntaron al ring. Se excitó buena parte del “pueblo Netf...

En su asiento del Kaseya Center, de Miami, Brodie, el perro influencer ladró sobresaltado. Los aficionados dejaron de hacerse selfies y apuntaron al ring. Se excitó buena parte del “pueblo Netflix” (un récord de 33 millones de encendidos). Se sumó Donald Trump, que siguió “el magnífico espectáculo” a bordo del Air Force One. El youtuber estadounidense Jake Paul, 28 años, agotado después de escapar por todo el ring, ya no tenía siquiera chance de seguir tirándose al piso para hacer tiempo. “Los aficionados no pagaron para ver esta mierda”, le había advertido el árbitro Chris Young. Dos rounds después, en el sexto, Anthony Joshua, un británico de 36, oro olímpico en Londres 2012, ex campeón pesado, le rompió la mandíbula.

“El boxeo recuperó el orden”, se aliviaron los viejos fanáticos. Recordaron que fue justamente allí en Miami, donde 60 años atrás Muhammad Alí liquidó por segunda vez a Sonny Liston y, poco menos, salvó al boxeo de ser prohibido por el Senado de Estados Unidos. Esa noche, en un asiento del Miami Beach Convention Center no había un perro influencer, pero sí estaba Malcolm X. Y también estaba el FBI, que vigilaba no tanto a la mafia que controlaba a Liston, sino a los musulmanes de Alí, aviso de su posterior rebelde negativa a combatir en Vietnam. Decir que Joshua volvió a salvar ahora al boxeo suena entonces un tanto ingenuo. El último viernes, apenas terminada la pelea, el boxeador derrotado publicó orgulloso la radiografía de su mandíbula rota. Y resaltó con rojo la doble fractura. El nocaut, Paul boquiabierto, desencajado, superó los 214 millones de impresiones en las redes. El youtuber estaba feliz.

Paul, lo defienden muchos, ha revitalizado a un boxeo en larga crisis, antes refugio o sueño de pobres, hoy pasarela de celebrities. Amanda Serrano, supercampeona entre las mujeres, combatía por 1.500 dólares hasta que fue contratada por el youtuber, que le hace ganar bolsas de siete cifras, afirman los defensores de Paul. El youtuber lleva cinco años como “boxeador”, enfrentando a luchadores de artes marciales mixtas, un NBA retirado y hasta a un Mike Tyson de 58 años, que unos meses antes del combate había perdido doce kilos y anduvo en silla de ruedas por una úlcera y ciática aguda y luego vomitó ríos de sangre en pleno vuelo. Antes de la pelea, IronMike fue obligado a ceder una entrevista a una influencer de 14 años, Jazlyn Guerra, que le agradeció la “oportunidad monumental” de ver a su “leyenda” y le preguntó por su legado. “Legado”, le respondió Tyson, “es otra palabra para ego. Moriré y todo se acabará. ¿A quién le importa el legado? Somos polvo”. “Bueno”, atinó a responder Jazlyn, “eso es algo que nunca había escuchado antes”.

Jake Paul, en rigor, ya es mucho más que un youtuber. El ex Disney, creador de contenidos, es hoy un empresario poderoso. Ganó cerca de 70 millones de dólares por la pelea del viernes pasado. Tiene una poderosa plataforma de apuestas deportivas (Betr) y en 2021 creó Most Valuable Promotions (MVP). Es una de las promotoras que pujan por adueñarse del boxeo futuro, una vez que su amigo Trump ayude a extinguir la “Alí Act”, la ley de 2020 cuyo nombre homenajea al viejo campeón y que fue creada para trasparentar el mundo oscuro del boxeo, los abusos y los arreglos. Un boxeo nuevo, “libre de viejas regulaciones”, que funcione como el negocio de la lucha, quiere también Turki Alalshikh, ministro todopoderoso de Arabia Saudita.

Pero su reinado, dice el ministro, será “con boxeadores en serio”, no como Paul. Cuentan que Turki celebró su derrota. Y también, la caída humillante en otra pelea del sábado pasado en Dubai, de Andrew Tate, un excampeón de kickboxing, exGran Hermano, un misógino ultraderechista y empresario de pornografía de 39 años, acusado de numerosos delitos sexuales y salvado de caer preso en Rumania por el gobierno de Trump, cuyos hijos Donald Jr. y Barron supuestamente lo admiran.

Todos quieren boxear. Con árabes o youtubers. De Arabia Saudita (donde Kevin Ramírez se anotó un triunfazo) a Buenos Aires (“Párense de manos”, un show de influencers, libertarios y periodistas), el boxeo futuro, a veces el deporte todo, no es más lo que era. Un viejo mundo inevitablemente idealizado, en el que era más fácil ser hincha. Accesibilidad, comunidad, lealtades, rituales, un negocio casi secundario, controlado por familias, aliado luego a una TV incipiente, que acaso ayudó a la estabilidad financiera. Llegaron luego la TV por cable, internet, streaming y las grandes plataformas que encontraron otra vez al deporte como zanahoria eterna para cazar abonados. La expansión global, mayores pagos, boletos inaccesibles y programación desmembrada. Más desigualdad. Y el capital privado, fondos, apostadores o países que compran competencias, clubes y federaciones. Un espectáculo grotesco de “sportainment” como el último de Jake Paul, youtuber de trece peleas, pagó el viernes bolsas de más de cien millones de dólares. “La pregunta”, escribió hace unos meses Joon Lee, en The New York Times, “no es si los deportes cambiarán. Es a quién pertenecerán cuando cambien”. Y Lee aclaró que no quería “preservar el pasado, sino construir un futuro que aún se sienta humano”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/deportes/el-show-de-jake-paul-cuando-era-mas-facil-ser-hincha-cuando-el-deporte-era-mas-humano-nid24122025/

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