Falleció lady Camilla Mackeson. Una figura activa de la filantropía y del arte entre dos continentes
Camilla Mackeson fue de las mujeres verdaderamente espléndidas que iluminaron los salones sociales más elegantes de Buenos Aires en los últimos cuarenta años de una metrópoli que sigue provoca...
Camilla Mackeson fue de las mujeres verdaderamente espléndidas que iluminaron los salones sociales más elegantes de Buenos Aires en los últimos cuarenta años de una metrópoli que sigue provocando, a pesar de cuantas vicisitudes sufre, la admiración entre los extranjeros exigentes que la visitan.
Camilla fue uno de ellos hace cuarenta años, pero con la diferencia de que resolvió quedarse aquí e instalarse en el último petit-hotel aun de pie en la Isla, ese espacio de la ciudad próximo a Recoleta, y en cuya parte más alta se asienta la embajada británica. Estuvo entre nosotros hasta que la salud quebrantada desde hacía seis años determinó que volviera a la residencia que mantenía abierta en Londres, aparte de otra más que conservaba en Salamanca, Madrid. Falleció el domingo último en el Kings College Hospital, como consecuencia inmediata de la neumonía que no soportó el cuerpo ya estragado por una grave enfermedad hematológica.
Las especulaciones sobre el concepto de belleza femenina se remontan por lo menos a los tiempos de Helena de Troya en un vasto abanico de conclusiones, como es del caso en asuntos renuentes a ceñirse a un solo un tipo de mirada. Hay, con todo, un posible concierto final de juicios sobre el carácter supremo de belleza femenina. Es cuando además se aúnan, en una misma mujer, la sensibilidad que brota a un tiempo del corazón, la distinción que es obra de la educación esmerada y de la aristocracia natural del alma, y de la energía que logra trasuntarse sin estrépito en compasión y entrega generosa a la amistad y a la realización de las mejores causas en la sociedad que se integra.
Todo eso exornaba la personalidad excepcional de esta mujer a quien sobraban de muchacha los atributos implícitos en “Confesión”, el tango con letra de Discépolo y Amadori, tarareado por generaciones de porteños. Al verte, “¡Se paraban pa mirarte!”.
En realidad, Camilla no era Camilla Mackeson, sino Camilla Keith. Llevó hasta el final el apellido de su primer esposo, el barón Rupert Mackeson, un militar de la guardia real a cuya rudeza primitiva se atribuye la separación de ambos al cabo de pocos años de casarse. Camilla provenía de la casa de los Keith, un linaje escocés, de Aberdeen, del que existen constancias a partir de 1196. Algo así como 400 años antes de que la reina María Estuardo fuera confinada en sucesivos castillos por Isabel I y, finalmente, ejecutada.
Camilla fue una figura activa en el movimiento filantrópico que ha contribuido, con aportes privados, al desenvolvimiento del Teatro Colón, del Centro Cultural Borges y, en modo muy particular respecto de ella, al Teatro San Martín. Por años se ejercitó en el arte de la pintura en el taller de María Silvia Corcuera.
Su casa de cuatro pisos, en la cortada de Copérnico, estuvo abierta infinidad de veces a la recepción de un mundo de gentes. Sabía, como pocas, el arduo oficio del anfitrión, y armonizaba así, en cada ocasión, los grupos de invitados, entre los que se entrecruzaban en la conversación, de modo grato para todos, escritores, diplomáticos, políticos, artistas, empresarios, críticos de arte y periodistas especializados en las generalizaciones del oficio. También los buenos gourmets se retiraban de sus comidas, poco habituales en Buenos Aires hoy, con un incontenible: “Oh, la, la”.
Camilla era hija de Alister Keith, banquero que presidió el Hill Samuels y la Rolls Royce Aviation. Durante la Segunda Guerra Mundial había sido un oficial de extrema confianza para la Corona Británica.
En tal carácter integró el Estado Mayor del comando supremo de los Ejércitos Aliados, del general Dwight Eisenhower. Una foto en blanco y negro, fechada el 7 de junio de 1945, colocada sobre el piano de cola de su hija Camilla en la casa de Copérnico, mostraba a Alistar Keith a espaldas de los jefes aliados, mientras el general Alfred Jodl firmaba en Reims, en escena memorable, y en nombre del precario sucesor de Hitler, el almirante Donitz, la rendición incondicional del Ejército alemán. Llegaba a su fin en Europa la enorme conflagración de seis años.
La leyenda vinculaba a Alistair Keith con los servicios de inteligencia militar británicos. Hace unos años, al morir, el Times publicó un obituario con el sugestivo título de The military man of the City, en obvia conexión con dos influencias convergentes.
Antes de instalarse en Buenos Aires, Camilla vivió varios años en Nueva York. Era la persona indicada para triunfar allí como relacionista pública de Chanel, primero, y de Vuitton y Valentino, después. Se afincó a renglón seguido de ese período en Brasil, rodeada del afecto de una pareja de alemanes con relaciones en diversas partes del mundo, como eran Herbert y Dudu von Tillman, dos de las caras visibles en la región de la industria química Hoechst. Ambos la impulsaron a venir a Buenos Aires.
El último y largo romance de Camilla fue con un diplomático de carrera argentino, Roberto Villambrosa, quien contó con una confianza especial del presidente Alfonsín y con ninguna, afortunadamente, del presidente Chávez cuando fue embajador en Caracas. Roberto acompañó a Camilla con devoción hasta sus últimos días. Ambos habían contraído matrimonio en Asunción, en 2010, impulsados a hacerlo en esa capital por el entonces embajador argentino, Félix Córdova Moyano, amigo de la pareja.
En una dama de aristas tan singulares como Camilla no era de extrañar que una tarde, tomando el té, en el Claridge de Londres, como efectivamente ocurrió, entraran Henry Kissinger y su mujer, la vieran y se detuvieran a saludarla. La semana próxima se hará en su memoria el servicio religioso, por rito anglicano, en Castle Acre, en cuyo predio recibirá sepultura, justo al lado de los restos de su padre.
Lady Camilla Mackeson, Keith, había nacido el 7 de marzo de 1947, en Londres.