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Fin de semana largo: 5 escapadas inesperadas para descubrir nuevos destinos cerca de Buenos Aires

Hay fines de semana que piden rutas cortas, valijas livianas y tiempo sin agenda. A un par de horas de la Ciudad de Buenos Aires, los pueblos rurales prometen mesas compartidas, cocinas encendidas,...

Fin de semana largo: 5 escapadas inesperadas para descubrir nuevos destinos cerca de Buenos Aires

Hay fines de semana que piden rutas cortas, valijas livianas y tiempo sin agenda. A un par de horas de la Ciudad de Buenos Aires, los pueblos rurales prometen mesas compartidas, cocinas encendidas,...

Hay fines de semana que piden rutas cortas, valijas livianas y tiempo sin agenda. A un par de horas de la Ciudad de Buenos Aires, los pueblos rurales prometen mesas compartidas, cocinas encendidas, calles tranquilas, historias que aún se cuentan en la vereda. El plan es simple: caminar despacio, comer bien, conversar, dormir una buena siesta y sentir que el tiempo se estira un poco más.

En estos pueblos, el turismo llega de a poco, casi siempre empujado por proyectos personales: una panadería reciclada en restaurante, una casona convertida en posada, un almacén centenario que vuelve a levantar la persiana, una huerta que se abre a los visitantes, un taller que fabrica autos para el mundo desde caminos de tierra. Para el próximo fin de semana largo, cinco escapadas posibles: Capitán Sarmiento, Carlos Beguerie, General Rivas, Ramón Biaus y Todd. Cinco pueblos distintos, unidos por algo en común: la sensación, al volver, de haber estado en lugares donde todavía se reconoce el nombre de los vecinos.

Capitán Sarmiento: una ruta gastronómica entre panaderías recicladas y huertas de chacra

Capitán Sarmiento fue, durante años, un cartel más en la Ruta 8, eclipsado por el brillo turístico de San Antonio de Areco. Pero mientras los autos seguían de largo, una serie de proyectos silenciosos fue cambiando el pulso del pueblo: una panadería convertida en restaurante, un galpón reciclado en cocina de fuegos, un café pionero que instaló el hábito de merendar fuera del club, una tienda de alimentos que devino cafetería, una chacra familiar transformada en huerta y comedor de campo.

Un buen punto de partida es La Cuadra, la antigua panadería del pueblo que Marcelo “Chelo” Bertolini convirtió en restaurante. Donde antes se amasaba pan, hoy hay un salón cálido con paredes que cuentan historia. La carta es una síntesis de su formación y sus obsesiones: pizzas napolitanas de fermentación lenta, pastas caseras, risottos, carnes, y un menú amplio que permite tanto un almuerzo de paso como una cena larga. Es ideal llegar temprano, pedir una entrada para compartir y dejar que la sobremesa se estire sin culpa.

Sobre una calle que todavía guarda algo de galpón rural, aparece La Mancha Cocina de Fuegos. Desde afuera, parece un depósito más. Al cruzar la puerta, se revela otra cosa: maderas recicladas, chapas oxidadas que encontraron una nueva vida, una mesa central que fue torno panadero, tolvas convertidas en luminarias. El fuego está siempre a la vista: parrilla, horno, cocinas a leña que marcan el ritmo del servicio. El menú cambia, pero la lógica se repite: carnes de cocción lenta, pescados de río, verduras de estación con protagonismo. Es el tipo de lugar donde uno llega a comer y termina quedándose a conversar con el dueño, Carlos, un pediatra que encontró en este proyecto una manera distinta de cuidar tiempos y deseos.

Para la tarde, el plan pide algo dulce. Amanda fue el café que cambió la rutina de Sarmiento: cuando abrió, la idea de merendar fuera del club parecía extraña; hoy el local se agrandó cuatro veces y se volvió un punto de encuentro cotidiano. Las vitrinas mezclan tortas de autor, postres que cambian según la estación y piezas de panadería que justifican un desvío desde la ruta. La sombra de los árboles del frente invita a sentarse adentro o afuera, según el clima.

Unos metros más allá, en la esquina de Av. Presidente Perón y Daimo Bojanich, Daimo suma otro tono: una cafetería de aire contemporáneo, luminosa, con una estética cuidada hasta en los detalles, donde la base de la propuesta son piezas sin gluten, laminados, panes y pastelería fina. Es hija de Alacena, la tienda de productos saludables y orgánicos que María Emilia Tambutti y Julia Sills hicieron crecer al calor de la pandemia. Hoy, Alacena y Daimo funcionan como una dupla: primero, la compra de productos para la semana; después, la pausa con café y algo rico en la mesa.

Para quienes buscan una experiencia más inmersiva, el proyecto del chef Emilio Sirera es una especie de capítulo aparte. En una chacra familiar a las afueras del pueblo, Emilio y Romina recuperaron la vieja casa chorizo, levantaron una cocina nueva y recrearon la huerta de la infancia: tomates atados a mano, frutales, hierbas, gallineros, una vaca lechera, dulces de estación. Abren sólo una vez al mes, con menú de pasos que depende de lo que da la huerta y la estación. Es cocina de altísimo nivel, con técnica aprendida en cocinas de México, Suecia y Bután, puesta al servicio de algo simple: conmover con un bocado que active recuerdos. Si coincide con el finde largo, vale organizar el viaje alrededor de esa fecha.

Entre comidas, el pueblo se deja caminar: la vieja estación, la plaza, los frentes antiguos, el ritmo pausado de un lugar que se reconoce en su nueva identidad gastronómica. Un fin de semana alcanza para armar una pequeña “ruta sarmientese”: almuerzo en La Cuadra, tarde en Amanda o Daimo, cena en La Mancha, y, si hay suerte de agenda, una visita a la chacra de Emilio.

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Carlos Beguerie: mosaicos, trencadís y una posada que resucitó un pueblo

Carlos Beguerie fue, durante décadas, un nombre apenas mencionado en los mapas. La estación que alguna vez llegó a ser “la perla del Provincial” quedó en silencio cuando pasó el último tren de pasajeros en 1961 y, pocos años después, el último vagón de carga. Muchas familias se fueron, las fachadas se fueron apagando, el pueblo pareció quedarse quieto.

Hasta que Paula Reina decidió que todavía había algo por hacer. Junto a Pocho, su ex pareja, compraron una casita antigua en el pueblo con una idea clara: abrir un alojamiento para esos visitantes curiosos que llegaban a sacar fotos, pero no encontraban dónde pasar la noche. A los diez días, a Pocho le diagnosticaron leucemia. La enfermedad los obligó a frenar, pero no les borró el sueño. Incluso en los momentos más difíciles, las fotos que les mandaban visitantes —“volvimos a Beguerie”— funcionaron como recordatorio de que ese proyecto tenía sentido.

Así nació El Rebusque, una casa centenaria literalmente cubierta de murales hechos con pedacitos de cerámicos, en la tradición del trencadís de Gaudí y de la propia madre de Paula. Juntaron restos de cerámica en corralones, casas vecinas, obras en construcción. Los vecinos empezaron a guardar trozos de pisos y azulejos “para Paula”. Con paciencia y trabajo, fueron cubriendo paredes exteriores e interiores: flora y fauna local, escenas rurales, ríos, el perfil de Pocho a caballo. No hay dos paredes iguales: cada tramo cuenta una parte de la historia.

Quedarse a dormir en El Rebusque es vivir dentro de ese mosaico. La casa se alquila completa (hasta seis personas) y tiene parque amplio, pileta, parrilla, matera al aire libre, cocina equipada, mesa de pool artesanal, juegos de mesa, wifi. El baño está en el exterior, pegado a la casa, a la manera de las construcciones rurales antiguas. No es un hotel de diseño al uso, sino una casa habitada de símbolos, donde la dueña suele estar cerca, dispuesta a contar cómo fue pegando cada cerámico.

El pueblo, mientras tanto, se reanimó alrededor de esa apuesta. Hoy hay varios alojamientos, almacenes de campo, parrillas, paseos y una oficina de turismo que organiza visitas guiadas y presta bicicletas para recorrer el caserío y el entorno rural. El recorrido puede incluir la vieja estación, la iglesia del Perpetuo Socorro, las plazas con tableros de damas y tatetí hechos con mosaicos, un mural de Malvinas, otro en el cuartel de bomberos, intervenciones artísticas en las columnas de alumbrado con aves autóctonas que señalan el camino a El Rebusque.

El plan ideal para un finde largo: llegar un viernes a la tarde, instalarse en El Rebusque, salir a caminar cuando baja el sol, escuchar lo que los vecinos cuentan del pueblo “de antes”. Al día siguiente, hacer la visita guiada, recorrer almacenes, probar alguna parrilla, buscar un rincón para leer o simplemente mirar los árboles. Por la noche, volver al mosaico iluminado de la casa. El último día, levantarse temprano, caminar hasta la estación o las afueras del pueblo y despedirse del silencio rural con promesa de regreso.

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General Rivas: triángulo de campo, bodegón de pastas y huerta agroecológica

General Rivas es uno de esos pueblos donde todo parece quedar a distancia de caminata. La traza tiene forma de triángulo, el ritmo es extremadamente tranquilo y, sin embargo, cada fin de semana largo llegan visitantes en busca de algo muy específico: aire de campo, buena comida y la sensación de “pueblo detenido en el tiempo” sin que eso implique museo.

La entrada suele ser por la estación de ferrocarril, hoy sin servicio, pero con el edificio todavía en pie. Allí puede arrancar un paseo que incluya el Parque de Rivas, con objetos antiguos que recuerdan la vida rural de la zona, y el Paseo Islas Malvinas, un espacio que homenajea a los ex combatientes. Todo está a mano: en un par de horas se recorren las calles, se identifican las casas más antiguas, se llega a la Capilla San Roque, el edificio más alto del pueblo, con su fachada de ladrillo a la vista construida en 1898.

Pero el gran imán para muchos es el bar de campo Don Guille, un local de 1933 que la familia Fernández restauró con paciencia durante diez años. El padre compró el viejo almacén en 2009 y fue devolviéndole de a poco la vida: pisos, estanterías, objetos, mostrador. Hoy, Guillermo hijo está detrás del bar cada fin de semana, mientras las ollas hierven en la cocina. El menú es fijo y previsible, en el mejor sentido de la palabra: entrada de quesos y fiambres, empanada, un gran plato de ravioles o sorrentinos caseros elaborados por Guillermo padre en Mercedes, y postre. La escena se completa con botellas antiguas, latas de época, fotos en blanco y negro y un murmullo de charlas que se mezclan.

Para quienes deciden quedarse a dormir en el pueblo o cerca, el plan de noche puede incluir 1886 Restó, frente a la iglesia. Se trata de una casona de ladrillo visto y amplios ventanales que Mauricio y Florencia compraron casi en ruinas y transformaron en restaurante. Mantuvieron las puertas antiguas, restauraron pisos, dejaron a la vista las paredes originales. El resultado es un salón que respira historia y sirve bodegón: milanesas, matambre a la pizza, pastas, platos abundantes pensados para compartir en familia. Abre los viernes y sábados por la noche y los domingos al mediodía, por lo que encaja perfectamente en la lógica de un finde largo.

El cierre ideal de la escapada está en los márgenes del pueblo, en la huerta agroecológica Yerba Suelta. Omar, su dueño, recibe a quienes llegan por verduras frescas, plantines o curiosidad. El predio reúne hileras de vegetales, frutales, hierbas aromáticas, un invernadero con plantines, una pequeña sala de degustación y una tienda donde se venden dulces, licores y conservas elaborados de manera artesanal. Es posible recorrer la huerta, hacer preguntas, entender cómo se produce cada cosa y volver a casa con provisiones que prolongan el viaje en la cocina propia.

General Rivas funciona bien como escapada corta: se puede ir y volver en el día, combinando paseo, almuerzo en Don Guille y compra de productos en Yerba Suelta; o quedarse una noche para sumar 1886 Restó y un amanecer bien de campo.

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Ramón Biaus: la conquista de un pueblo a través de la mesa

Ramón Biaus podría contarse a través de una sola persona: Paula Ares. Su historia resume, en buena medida, lo que está pasando en muchos pueblos de la provincia: alguien llega, se enamora del lugar, abre un restaurante, vuelve a encender una esquina, después otra, y el pueblo entero comienza a moverse.

El primer paso fue Lo del Turco, un clásico local que Paula reabrió en mayo de 2019 con una única condición en el contrato: no cambiarle el nombre. Lo que era “lo del Turco” se convirtió, en la práctica, en lo de Paula y Ariel, el asador que prepara un asado a leña que ya atrae comensales de toda la zona. Los fines de semana, Biaus empezó a recibir viajeros que llegaban por el asado y se quedaban por el clima de pueblo.

El segundo capítulo es La Pituca, restaurante y almacén de campo inaugurado en mayo de 2024, justo el día del cumpleaños número 50 de Paula. Funciona en la Ex Casa Báez, el almacén de ramos generales más importante del pueblo, que estuvo cerrado cincuenta años. Volver a abrirlo fue casi un acto arqueológico: correr polvo, recuperar muebles, reacomodar objetos, hacer entrar luz a un lugar que llevaba décadas a oscuras. Hoy, las estanterías vuelven a llenarse, pero esta vez de platos, copas y detalles que mezclan lo nuevo con lo antiguo.

El nombre del restaurante es un homenaje a Gladis Barbato, “La Pituca” original, madre de Ariel, recordada por su jardín, sus mesas tendidas de fiestas familiares y su hospitalidad. En una de las paredes del salón cuelga su retrato: vestido blanco, labios rojos, sonrisa serena. Muchas recetas de la casa vienen de su cuaderno de cocina: matambre casero, pastas, comidas de domingo. Las flores del jardín de Gladis siguen floreciendo y hoy viajan en jarrones hasta las mesas de La Pituca.

La experiencia es doble: por un lado, la comida casera, abundante, cálida, con postres como el flan con dulce de leche que también es emblema de Lo del Turco; por otro, el espacio mismo, con pisos originales, aberturas de época, un cuadro del Cabildo, viejos objetos reorganizados con criterio estético. Es un lugar para llegar temprano, pedir una picada con matambre y productos regionales, dejarse guiar por Paula y su equipo y entender, en la práctica, lo que significa “ser buena anfitriona”.

La apuesta de Paula no termina ahí. Junto a Ariel están levantando Don Cactus, un pequeño hotel con dormis y una piscina amplia para quienes quieran quedarse a dormir y disfrutar de la noche pampeana. Cuando esté en pleno funcionamiento, la escena de un finde largo va a ser redonda: almuerzo o cena en La Pituca, siesta o chapuzón en Don Cactus, asado en Lo del Turco, caminatas por las calles polvorientas de Biaus, atardeceres que tiñen de naranja los campos.

Más allá de las mesas, el pueblo ofrece lo que muchos viajeros buscan: silencio, cielo abierto, pocos autos, vecinos que saludan al pasar. Es, sobre todo, un lugar para ir sin apuros, sabiendo que el plan principal es sentarse, comer rico y escuchar historias.

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Todd: bodegón, almacén centenario, autos de colección y una fábrica que mira al mundo

Todd no parece, a primera vista, un destino turístico. Está en una zona de la pampa donde los pueblos se suceden entre campos, silos y rutas. Pero basta desviarse y entrar para notar que algo particular pasa ahí: un recambio generacional silencioso, familias que decidieron quedarse o volver, jóvenes que abren bodegones y talleres, empresas que exportan al mundo sin abandonar su escala rural.

El pueblo nació en 1888, junto a la estación del Ferrocarril Mitre, cuando las familias Izquierdo, Ordoñez, Trosset y De Pierre levantaron las primeras casas. Luego llegaron la escuela, la ruta, la luz eléctrica. En 1959, los vecinos crearon la Cooperativa Eléctrica Rural, que todavía hoy provee energía, gas, agua e internet. Esa red de instituciones —cooperativa, escuela, capilla, club— es el armazón invisible que permite que el pueblo no se deshilache.

A la hora de comer, la brújula apunta a La Generosa, el bodegón montado por Franco Perrone y su familia en una casona de esquina recuperada. El proyecto nació de los domingos en lo de sus abuelos: esas reuniones donde trabajo y afecto se mezclaban alrededor de una mesa grande. Hoy, el horno a leña se enciende cada fin de semana, las flores que decoran las mesas se juntan al costado de los caminos, la leña es de la zona y las mujeres que atienden viven a una cuadra. Se sirven guisos, panes, platos abundantes, postres caseros. Lo que se come es rico; lo que se vive, más aún: cumpleaños, aniversarios, reuniones de amigos, familias que vuelven a encontrarse en el pueblo.

A pocas cuadras, Lo de Chiquito devuelve a la vida el almacén fundado en 1913 por el tatarabuelo de Santiago Izquierdo. Durante años estuvo cerrado; hoy volvió a ser punto de encuentro. En los estantes conviven vajilla antigua, bombas de agua, calentadores, un surtidor restaurado. En el sótano, todavía se estacionan quesos y fiambres. Santiago, quinta generación detrás del mostrador, atiende, escucha, arma pedidos y conversa con vecinos y visitantes. No es sólo un comercio: es una cápsula de memoria en actividad.

En el otro extremo del pueblo, el paisaje cambia de escala: desde afuera se ven galpones, chasis, chispas de soldadura. Es Reklus Cars, la fábrica artesanal de réplicas de autos clásicos que dirige Candelaria Tornquist. Allí, un equipo de unas quince personas trabaja sobre planos y estructuras de aluminio para crear máquinas que viajan a museos y colecciones privadas de Europa, Asia y Medio Oriente. A veces, estudiantes de la Escuela Técnica de Arrecifes hacen pasantías y aprenden a soldar aluminio con precisión. Desde los caminos rurales de Todd, autos elegantes y brillantes salen a probarse: los vecinos no se quejan del ruido, lo celebran y lo filman.

Para quienes deciden quedarse, hay también quintas y casas con pileta, como la que recuperó Lorena Nicolich, donde el fin de semana se completa con mate a la sombra, partidos de pádel, tardes de pileta y noches silenciosas. Todd ofrece eso: una mezcla entre industria, artesanía y vida de pueblo, donde el futuro no aparece como amenaza sino como continuidad.

La escapada ideal: llegar el sábado a la mañana, caminar el pueblo, almorzar o cenar en La Generosa, pasar por Lo de Chiquito, asomarse a la fábrica desde afuera, conversar con quien esté dispuesto a contar la historia de Reklus, dormir en alguna quinta y volver con la sensación nítida de que hay lugares donde la palabra comunidad todavía tiene peso.

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Fuente: https://www.lanacion.com.ar/revista-lugares/fin-de-semana-largo-5-escapadas-inesperadas-para-descubrir-nuevos-destinos-cerca-de-buenos-aires-nid20112025/

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