Gabriel Oddone: “Cuando salgo de Uruguay, a veces siento que vivo en la aldea de Astérix”
“A veces siento que vivo en la aldea de Astérix”, dice Gabriel Oddone, ministro de Economía de Uruguay, para ilustrar una situación que, en teoría, debería ser la norma en el mundo, pero q...
“A veces siento que vivo en la aldea de Astérix”, dice Gabriel Oddone, ministro de Economía de Uruguay, para ilustrar una situación que, en teoría, debería ser la norma en el mundo, pero que lamentablemente es la excepción. “Dentro de Uruguay discutimos si el crecimiento económico debe ir acompañado de distribución del ingreso, como proponemos en la centroizquierda, o si debe basarse en el derrame, como plantea la centroderecha. Esas son nuestras discusiones, que a nosotros nos parecen casi histriónicas, pero cuando salimos de Uruguay nos damos cuenta de que estamos en la aldea de Astérix: en el mundo, el debate es mucho más complejo”, explica.
Doctor en Historia Económica por la Universidad de Barcelona y economista por la Universidad de la República (Udelar), el ministro del partido Frente Amplio sigue tomándose el colectivo para ir a comer un asado con sus amigos y suele dedicarle largas horas a conversar por teléfono con legisladores de la oposición para impulsar proyectos de ley.
En Uruguay, desde el retorno de la democracia, el ministro de Economía ha logrado mantenerse en su cargo durante los cinco años de cada mandato presidencial, con solo dos excepciones. Una rareza si se compara con la Argentina, donde se suele llamar “silla eléctrica” a la jefatura del Palacio de Hacienda.
“Por supuesto que en Uruguay los economistas tenemos diferencias ideológicas y de formación, pero existe consenso sobre 10 o 12 principios básicos: que la inflación baja es buena, que el déficit fiscal debe mantenerse controlado, que la apertura de la economía es crucial y que los regímenes de tipo de cambio múltiple no son una buena idea. Estas cuestiones están saldadas hace años”, sostiene.
A lo largo de la entrevista con LA NACION, el funcionario de 61 años, que asumió en el cargo en marzo tras ser nombrado por el presidente Yamandú Orsi, insistirá en la principal carta con la que Uruguay busca posicionarse en el mundo: el arte de la negociación.
“En Uruguay nos esforzamos por gestionar el disenso. Es algo que siempre va a existir. Pero si hay reglas claras y actores capaces de conducir ese disenso, eso marca la diferencia a la hora de construir sociedades exitosas. Pagamos un precio por eso, que es la velocidad con la que avanzamos. Crecemos más lento, pero con seguridad sobre lo que hacemos”, argumenta Oddone.
Durante su breve visita a la Argentina, donde participó de la cumbre del Mercosur, mantuvo un encuentro con su par Luis Caputo y con el presidente Javier Milei, con quien conversó largamente sobre economía. Admitió que, si bien era escéptico respecto del plan económico del Gobierno, quedó sorprendido por los resultados macroeconómicos obtenidos. En su última noche en Buenos Aires, comió con el ministro de Desregulación, Federico Sturzenegger, con quien mantiene una larga relación desde hace muchos años.
Hijo de historiadores, Oddone es un apasionado de la lectura. Actualmente tiene en su mesa de luz el libro Laboratorio Político Milei, de la socióloga argentina Liliana De Riz, aunque asegura que el libro que más lo ayudó a comprender la Argentina fue La economía de Perón.
Este año, Uruguay proyecta una inflación del 4,5% y un crecimiento del 2% del PBI. Aunque ostenta el segundo PBI per cápita más alto de la región (US$22.600), el 17,3% de la población todavía está bajo la línea de pobreza y el desempleo alcanza el 7,8%.
–¿Cuáles son las principales urgencias económicas de Uruguay?
–Tenemos que aumentar la tasa de crecimiento. El crecimiento promedio de la última década fue del 1% del PBI. Si Uruguay no crece a tasas del 2% anual, la prosperidad y la cohesión social que el país valora mucho, independientemente del espectro político de las personas, son imposibles de sostener. Para eso le conferimos a la inversión un rol clave. En Uruguay, la inversión es de 16% del PBI; precisamos tener una tasa del orden del 20%. Eso representa US$16.000 millones anuales, de los cuales US$4000 millones son del sector público y hay US$12.000 millones que precisamos del sector privado.
–¿Cómo esperan atraer inversiones?
–Trabajamos en el clima de negocios, que está sustentado en la estabilidad macroeconómica y en la competitividad a través de algunas reformas. Todo esto sin descuidar el fortalecimiento de nuestro sistema de protección social.
–¿Cuáles son los motores económicos en Uruguay?
–El crecimiento de Uruguay está fuertemente asociado a los recursos naturales y a lo que rodea a estas actividades, como la ganadería y la industria frigorífica, y la forestación y la producción de celulosa. La agricultura también cumple un rol clave. Uruguay también es un gran productor de servicios no tradicionales, tanto en tecnología de la información como en servicios para las empresas.
–¿Cómo hacen en Uruguay para que un partido considerado de izquierda no asuste a los inversores?
–El Frente Amplio gobernó en Uruguay durante 15 años, entre 2005 y 2019, y por lo tanto la izquierda uruguaya tiene un conocimiento profundo del Estado y de la orientación de las políticas públicas. Un gobierno debe velar por la prosperidad y la cohesión social, más allá de su orientación ideológica. Pero un gobierno de izquierda tiene que preocuparse sobre todo por la desigualdad. En Uruguay tenemos en claro que sin crecimiento y sin buen clima de negocios no hay inversiones y, en consecuencia, no hay prosperidad. Si yo quiero distribuir, necesito que se genere riqueza. También tenemos un sistema político muy maduro en Uruguay.
–¿Cuál es el beneficio económico?
–Un tema central para un país tan pequeño y tan irrelevante desde el punto de vista económico es dar condiciones de estabilidad y certeza jurídica a través de un sistema político potente y creíble. En Uruguay, los contratos se respetan y el Estado no ha defaulteado su deuda por décadas. Este es un capítulo central que todo el sistema político tiene muy claro. Tenemos grado de inversor desde hace años y es un objetivo nacional protegerlo. Fortalecer la estabilidad macroeconómica, la seguridad jurídica y la estabilidad política es un eje central. Para eso negociamos todo con la oposición. Obviamente, nosotros terminamos resignando muchas cosas de las que queremos, pero así logramos los acuerdo. ¿Qué le vendemos al mundo con eso? En Uruguay hay dos fuerzas políticas que tienen visiones distintas, que ninguna le puede imponer sus ideas a la otra, pero el sistema logra negociar y logra acordar. Este es un capítulo central. Quien quiera venir a hacer negocios cortos y rápidos, Uruguay no es el socio.
–¿Por qué?
–Primero, porque somos muy garantistas, y eso nos obliga a ser lentos. Segundo, porque introducir cambios legislativos o normativos en Uruguay requiere trabajo político, porque implica estos mecanismos de consenso importantes. Somos un excelente socio para cualquier industria que quiera mirar lejos. También es importante para convencer a los inversores que tenemos acceso a mercados atractivos, como son Brasil y la Argentina. Ser miembros del Mercosur nos permite ofrecer estabilidad económica e ingresar bajo condiciones de preferencias arancelarias a estos mercados tan atractivos. También tenemos claro que, para que las compañías se instalen en Uruguay, que es un mercado irrelevante, tenemos que competir tributariamente. Por eso tenemos una larga tradición de ofrecer ventajas tributarias. Cualquier ministro de Economía de Uruguay en los últimos 20 años podría haber dicho esto mismo, con matices.
–¿Cuáles son los matices?
–Los matices están en los temas de tratamiento de la desigualdad, pero en los demás principios hay una política de Estado que está detrás de esto. Si gobernara ahora el partido de la oposición, seguro tendría las mismas preocupaciones que nosotros. La preferencia del votante medio uruguayo es altamente valorativa de la cohesión social; prefiere resignar un poco de prosperidad si, a cambio de eso, vive en una sociedad menos desigual, porque eso hace al modelo de convivencia.
–¿Cómo se logró esa uniformidad en las decisiones económicas?
–El sistema político de la salida de la dictadura, que era de una generación que había entrado en dictadura, entendió que había un conjunto de causas de esa dictadura que el sistema político también había sido responsable. Esa salida a la democracia, por lo tanto, consolidó una clase política que siguió debatiendo y confrontando, pero muy cuidadosa de los equilibrios. Uno de esos equilibrios era que la economía debía cuidarse. En los últimos 30 años, además, Uruguay mejoró significativamente la formación de sus cuadros económicos en el exterior, lo que le dio mayor solidez técnica al debate interno.
–¿Qué visión tiene de la Argentina?
–Estamos viendo con mucha atención el proceso que la Argentina vivió. Yo era muy escéptico de que un programa de estabilización como el que proponía el gobierno argentino pudiera avanzar y tener condiciones políticas para instalarse. Sin embargo, vemos que, en términos de lo que son los indicadores macroeconómicos, la Argentina logró un gran avance en los últimos 18 meses. Con un programa ortodoxo, cerró la brecha fiscal, ha logrado hacer converger la inflación en una trayectoria hacia niveles razonables y logró empezar a desarmar el esquema de tipo de cambio múltiple. Todo eso lo fue haciendo sin mayores sobresaltos desde el punto de vista macroeconómico. Lo que tenemos ahora como un gran desafío es cómo se generan las condiciones de mercado para hacer que la economía crezca y que le permita a la política económica atacar los problemas vinculados a la pobreza.
–Con respecto al Mercosur, ¿qué probabilidades hay de un acuerdo de libre comercio con Europa?
–Yo siempre he sido muy escéptico, pero estoy en época de reconsiderar muchas cosas. Los cambios geopolíticos que han tenido lugar en los últimos 15 años, pero sobre todo en los últimos meses, desde que Donald Trump asumió, han generado una reconfiguración que ha puesto a Europa en la obligación de buscar efectivamente avances concretos en materia de acuerdos, y eso, creo, puede darle viabilidad al acuerdo con el Mercosur. Hoy el multilateralismo está amenazado y hay una suerte de neomercantilismo en algunos lugares del mundo. En el mundo de la globalización, el Mercosur, con las contradicciones entre e Brasil y Francia, tenía poca probabilidad de avanzar. Pero en un mundo de reconfiguración geopolítica como el que tenemos a partir de la asunción de Trump, la guerra comercial va a ser importante. La naturaleza geopolítica va a primar en las relaciones comerciales y eso hace que la Unión Europea vire a buscar nuevos socios.