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Gracias a un presagio en la Segunda Guerra y un brindis, tejió un camino increíble y va por más: “Un puente con Malvinas”

Mariela Trimboli observa el horizonte y sonríe, un paisaje argentino se extiende frente a ella, imponente, único, inolvidable. A lo largo de las provincias, cada rincón de su suelo patrio le rec...

Gracias a un presagio en la Segunda Guerra y un brindis, tejió un camino increíble y va por más: “Un puente con Malvinas”

Mariela Trimboli observa el horizonte y sonríe, un paisaje argentino se extiende frente a ella, imponente, único, inolvidable. A lo largo de las provincias, cada rincón de su suelo patrio le rec...

Mariela Trimboli observa el horizonte y sonríe, un paisaje argentino se extiende frente a ella, imponente, único, inolvidable. A lo largo de las provincias, cada rincón de su suelo patrio le recuerda que lo único permanente es el cambio, y que la felicidad está en lo simple, en la contemplación de la naturaleza y el abrazo de la gente en el camino, que tiene el poder de sanar las heridas de la existencia humana, a veces tan compleja.

Su propia vida no fue sencilla y, aun así, se considera afortunada. Creció entre las calles de Parque Chacabuco, Caballito, Villa Luro y Floresta. En su casa nada sobraba, pero había algo que fluía en abundancia: el arte y la cultura en todas sus formas. Su abuela, amante de la moda igual que su madre, le compartía las revistas Burda, mientras que su mamá la llevaba de paseo por la ciudad con el deseo de que absorbiera todas sus riquezas.

Su padre y sus abuelos también solían sumarse a muchos de los recorridos: la llevaron a museos, a la Galería Güemes, a las muestras en la Galería de Flores, al Centro Cultural San Martín, a pasear por Florida, recorrer Harrod´s y a tomar el té en la Confitería Richmond. Los años setenta habían llegado a su fin, los ochenta se asomaban prometedores, y Mariela, nacida en el ´74, recuerda sus lágrimas cuando con seis años ingresó por primera vez al Teatro Colón para ver El lago de los cisnes: “Mi mamá biológica cultivó en mí un espíritu inquieto, curioso”, asegura hoy, mientras rememora aquellos tiempos.

Aquellos años dorados llegaron a su fin. La vida en rosa dejó caer su velo a sus once años, con la muerte de su madre, una herida que dejó una huella imborrable. Pero entonces, un año más tarde, algo mágico sucedió: en un deseo de su padre de un nuevo comienzo para ellos, lo acompañó a elegir cerámicas para renovar la cara de su hogar. Allí estaba Mónica, una conocida de su papá de otras épocas, una mujer que con el tiempo se transformó en su madre del corazón. Colmada de su amor incondicional, Moni emergió como otro pilar fundamental para trazar su camino y manera de ver el mundo.

“Mi mamá, Mónica, trajo un nuevo universo para mí”, cuenta Mariela. “En él, no solo existía la ciudad, sino que apareció la naturaleza, los paisajes más allá de Buenos Aires y Mar del Plata -que era lo que conocía- e incluso el mapa de un mundo más allá de las fronteras. Ella también tenía un amor profundo por el arte, pero me inculcó el amor por el viaje, me enseñó cómo te abre la cabeza, así como el amor por la naturaleza y el coraje por entender que podía salir sola al mundo”.

Un sueño de la Segunda Guerra que cambia el curso de una historia e inspira otros grandes sueños: “Caminaba sobre polvo de estrellas”

Una vez, el abuelo paterno -italiano- le contó a Mariela acerca de una experiencia que había vivido muchos años atrás. Había estado en la Segunda Guerra Mundial, y un día, antes de abordar a una guardia de submarino, tuvo un sueño en el que se apareció su tía. En él, le decía que por favor no aborde el navío, ya que este estaba destinado a explotar. Decidió hacerle caso al sueño, alegó que estaba enfermo, y recibió una sanción por no cumplir con su deber. El submarino, efectivamente, explotó aquel día, un suceso que transformó la vida de todo su linaje para siempre: sin ese sueño, comprendió Mariela, ella no estaría en este mundo. Entendió que la vida es una bendición, y que hay que atender los deseos más profundos y luchar por cumplirlos.

Pero hubo más, ese sobrevivir se transformó cierto día en un regalo del abuelo hacia su nieta. Ya era una joven con ganas de explorar el mundo, cuando le obsequió mil dólares, parte de una pensión especial que el gobierno italiano le otorgó en el año 1998, por sus servicios en la guerra. Mil dólares con los que Mariela cumplió su sueño de cruzar las fronteras y conocer México.

“Moni me había animado a viajar por Argentina. Por aquella época comenzaron a estar en auge los hostels, y yo, por esas casualidades del destino, terminé trabajando para la misma compañía donde se conocieron Moni y papá, y en esa empresa me daban vacaciones fuera de enero, así comencé a aventurarme a destinos y actividades diferentes: conocí el turismo aventura, la escalada, el rafting, el montañismo, aprendí a amar a la naturaleza, a tomar agua de arroyos cristalinos, estar por fuera de los circuitos turísticos y cerca de la gente local. Comencé a entender la diferencia entre el turista y el viajero”.

“Pero ir a México tuvo que ver con seguir el aprendizaje que dejó mi abuelo: la vida es hoy y hay que tratar de cumplir los deseos. El mío venía de chica, miraba El crucero del amor y soñaba con conocer Acapulco. Gracias al sueño de mi abuelo, pude cumplir mi sueño. Ahí se me abrió aún más la mirada, me había especializado en arte originario y arte precolombino, y ese viaje me acercó a otras perspectivas, pero también a la certeza de que había que seguir conquistando sueños”.

“Así, volví a la Argentina con ganas de ver y recorrer más de lo propio, me fui hasta Tierra del Fuego, conocí paisajes que me marcaron, hasta que en el 2005 llegó un momento de inflexión, luego de que Moni me instara a hacer terapia para sanar y encontrarme. Ese año me entrené para ese otro gran sueño: subir al Tronador, desde el refugio Otto Meiling”.

“Subimos caminando, había luna llena. Encaramos la cumbre el 27 de enero de 2005, es un camino muy difícil, hay que hacerlo con mucho respeto. Había celular pero no tenía señal, nadie sabía dónde estaba, con el hielo y la luna, sentía que caminaba sobre polvo de estrellas. Vi el amanecer con las siluetas de la cordillera. Hablé con mi mamá, la del plano cielo, me daba `cosa´ no haberle dicho nada a mis viejos de dónde iba a estar, pero todo fue maravilloso, hicimos cumbre, y a nuestro regreso brindamos”, relata Mariela, quien hasta hoy retiene en su memoria el vino con el que celebraron, originario de un reconocida bodega de San Rafael. Ella aún no lo sabía, pero ese vino tendría un rol crucial en su vida y en un sueño aún mayor: vivir del arte y expandir el mensaje de “la fortuna de vivir en Argentina, un país impregnado de belleza”.

Decidir ser feliz y el arte como camino para sanar: “Mi amor por el arte abstracto”

El arte siempre estuvo presente en la vida de Mariela, a través de su linaje y sus dos mamás. De niña creaba sus mundos artísticos y de diseño, y de grande creyó que se había enamorado del arte abstracto cuando en el secundario descubrió la estética Bauhaus y a Kandinsky, hasta que cierto día del año 2022, en pleno desarmar el departamento junto a su novio, halló una revista de diseño de interiores del año 1979, perteneciente a sus padres. En pocos segundos, un recuerdo olvidado llegó a ella: una niña de cinco años pasaba las páginas cada día, una y otra vez, fascinada por el arte geométrico colgado en las paredes, que acompañaba las cocinas, los livings y los dormitorios: “Ahora, cuando me preguntan cuándo empezó mi amor por el arte abstracto, esa es mi referencia”, asegura Mariela, quien se recibió de Diseño Textil en la UBA, también es decoradora y maestra mayor de obras.

Luego, de la mano de su tercer abuelo (papá de Moni), llegaron otras fuentes de inspiración, como el arte de Gaudí y el amor por Venecia, que la invitó a soñar con el mundo después del océano y a imaginar, sobre todo, la forma de recrear su propia tierra a través de una mirada alejada de lo figurativo y cercana a las emociones, sensaciones y conceptos. Y fue a través de esa manera de interpretar el mundo que regala el arte abstracto, y el turismo aventura, que Mariela pudo sanar heridas del pasado lejano y el pasado reciente.

“El arte sana. Tuve que atravesar un nuevo duelo cuando Moni y papá se separaron a mis 22 años”, revela Mariela. “Tenía miedo de quedarme sin una mamá otra vez, pero por suerte no sucedió. Primero, el turismo aventura llegó a mí para seguir forjando mi identidad y, porque más allá de las situaciones que me tocó vivir, siempre decidí ser feliz, y honrar en el camino, por ejemplo, los años con mi mamá biológica, que fueron pocos, pero llenos de tesoros, como esos musicuentos que me contaba cada día”.

“Y los años pasaron, mi pareja, Jorge, me decía que me dedique al arte de lleno. Antes de renunciar a los empleos convencionales, en paralelo hice bachas de cerámica con diseños propios para otro emprendimiento que distribuía al país, luego llegaron las charlas en la Confederación Argentina de la Mediana Empresa, la ayuda a mujeres a iniciar sus caminos de independencia y también fui convocada para ambientar eventos. Pero llegó un punto que quería manejar mi autonomía”.

Argentina Abstracta y un círculo que cierra: “Lloré con la hija del dueño de la bodega”

2015 fue el año en que Mariela unió los puntos en el aire. Jorge le insistía que debía dedicarse de lleno al arte, y ella se sumió en un profundo diálogo interno para evaluar sus pasiones y su recorrido de vida. Allí sobresalieron sus momentos cúlmine, los mensajes de vida de sus dos mamás, de sus abuelos, sus recorridos por Argentina como viajera aventurera y su amor por el arte. Por esos días, comenzó a caminar la ciudad, recorrer la arquitectura de Buenos Aires -desde abajo y desde sus terrazas- en busca de respuestas. Casi de manera encadenada se sumergió en la fotografía y comenzó a pintar a la ciudad con trazos abstractos.

Cierto día llegó a un evento de la CAME (Confederación Argentina de la Mediana Empresa) con un pequeño cuadro de Puerto Madero bajo el brazo. Un hombre de una bodega de Mendoza lo vio y, maravillado, la convocó para expusiera en una feria de vinos y que trajera un cuadro inspirado en el vino que estaba por lanzar: “Llevé tres cuadros, entre ellos este que me habían pedido y uno inspirado en mi experiencia en el Tronador”, revela.

“Tras ese evento, que fue muy inspirador, era la primera vez que exponía cuadros y llegué a casa la segunda noche y le dije a Jorge: voy a hacer una colección de Argentina, va a ser abstracta, voy a empezar con el mundo de la bodega, y vamos a recorrer el país con esa muestra”, continúa Mariela, mientras recuerda el nacimiento de Argentina Abstracta.

Mariela primero le propuso a su contacto exponer en su bodega, pero ellos eran muy pequeños, no contaban con espacio, aunque la alentaron a que no se rindiera. A partir de entonces, no se cansó de golpear puertas, casi siempre sin respuesta. Entonces llegó el consejo clave: tenés que buscar una bodega que conecte con vos, que se conecte con tu historia. Fue allí que Mariela recordó una de las experiencias más importantes de su vida: hacer cumbre en el Tronador, y el brindis con un vino que jamás olvidó.

Ese llamado cambió el destino y cerró el círculo. La bodega tenía un espacio de arte y la convocaron para presentar una colección de quince obras: “Cuando tuve la reunión cara a cara, lloré con la hija del dueño de la bodega cuando le conté mi experiencia en el Tronador con su vino. Ella estaba muy emocionada: me contó que veinte días antes habían convencido al padre para subir su producción al refugio Otto Meiling”.

De la Antártida a Alaska, y un puente creativo por la paz: “El sueños es ser embajadores de Argentina”

Mariela mira el horizonte y se conmueve frente a uno de los paisajes más imponentes de Argentina: ante ella, el Canal Beagle, enmarcado por las inmensas montañas de Tierra del Fuego. Allí vive hoy temporariamente, junto a Jorge, tras años de recorrer el país con Argentina Abstracta, una experiencia que nació de un entretejido de su vida, que comenzó con su linaje de sangre, se fortaleció con sus lazos del corazón y cobró forma con su amor por Argentina, el arte, y el turismo aventura.

En el camino, ya recorrió casi las veintitrés provincias, donde cada municipio los ha recibido con los brazos abiertos, donde hubo tiempos donde dejaba sus cuadros dos meses expuestos, y volvían a Buenos Aires a continuar con una suerte de rutina. Luego llegó una nueva revelación, alentada por su psicóloga: el deseo de transformarse en verdaderos nómades, empezando por Argentina, con el sueño de exponer en la Antártida, para luego llevar Argentina Abstracta tras las fronteras, hasta llegar a Alaska.

“El sueños es ser embajadores de Argentina a través del arte abstracto”, cuenta Mariela, quien en enero del 2023 partió junto a Jorge Perns, su compañero de aventuras y pilar fundamental, desde Villa Devoto en la ciudad de Buenos Aires, donde vivían, para poner en marcha este gran sueño en una Combi Volkswagen 1983.

“Hacer la transición de una vida donde estábamos medianamente dentro del sistema fue complejo. Es difícil salir. Y no es sencillo vivir de vender cuadros, aun a pesar de poder exponer con constancia en muy buenos lugares. Pero en el camino, en el marco de una exposición en Salta, surgió un emprendimiento paralelo”, revela Mariela, quien aparte de sus cuadros, produce pañuelos de seda con los diseños de las obras de Argentina Abstracta: “Arte para usar”, dice con una sonrisa.

“Nos enamoramos de Sierra de la Ventana, Puerto Deseado en Santa Cruz, Camarones en Chubut, Punta Tombo, Río Gallegos, descubrí a Mar del Plata desde otro ángulo, me fascina Balcarce, Villa Gesell, Mar de las Pampas más al sur, San Mayol”.

“Me parece increíble Guatraché, San Francisco, Cascada Cifuentes, Playa Isla Escondida... Yendo por La Pampa, me impactó lo bello que es General Pico”, cuenta Mariela, quien de estos lugares y tantos otros atesora un sinfín de anécdotas. “El argentino es muy solidario, te abre las puertas. Nos emocionamos mucho en muestras en las plazas y en las escuelas, hablando de Argentina, mostrándola con otros ojos”.

“En el sur la cercanía con Malvinas marca, y emociona”, continúa Mariela. “Desde Camarones estás tan cerca y hay tantas experiencias vividas que se comparten. Nos encantaría ir allí y hacer algún proyecto juntos, un puente creativo con Malvinas por la paz con algún artista de allí. Estamos evaluando cómo presentarlo a la embajada de Inglaterra”.

“Sí, el arte sana y tienen mucho más poder de lo imaginado. Con la imagen de la guerra, este paisaje argentino delante mío, vuelvo a pensar en mi abuelo. Gracias a su sueño, estoy viva y puedo contar esta historia. Gracias a su sueño pude cumplir el mío”, concluye.

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Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/gracias-a-un-presagio-en-la-segunda-guerra-y-un-brindis-tejio-un-camino-increible-y-va-por-mas-un-nid17112025/

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