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Huevos revueltos en tres mil caracteres

Durante varios años, la escritora neoyorquina Laurie Colwin vivió en un estudio “un poco más grande que la Enciclopedia Columbia” pero, a pesar de la estrechez del departamentito de 12 metro...

Huevos revueltos en tres mil caracteres

Durante varios años, la escritora neoyorquina Laurie Colwin vivió en un estudio “un poco más grande que la Enciclopedia Columbia” pero, a pesar de la estrechez del departamentito de 12 metro...

Durante varios años, la escritora neoyorquina Laurie Colwin vivió en un estudio “un poco más grande que la Enciclopedia Columbia” pero, a pesar de la estrechez del departamentito de 12 metros cuadrados, persistió en su porfía: organizar cenas para sus amigos (por suerte no conocía a ningún basquetbolista porque si lo hubiera invitado a tomar café no habría podido extender sus brazos). Ella lavaba las verduras en la bañadera, conservaba la leche en una heladera del tamaño de una casa de muñecas y cocinaba la carne sobre una hornalla portátil y su genio práctico derivó en una pasión culinaria que fermenta en Una escritora en la cocina, su célebre libro de 1988 recién reeditado, que reúne artículos y recetas pero se lee como una novela y que devela la importancia cultural del cocinar.

Como Dorothy Parker unas décadas antes, retrata el calvario que hay del horno a la mesa cuando se reciben invitados rififís o las vías de evacuación ante el drama de una cena vomitiva

“La cultura no la conforman exclusivamente las Grandes Obras de la humanidad sino también los elementos cotidianos, como el alimento y la manera en que se prepara”, escribe Colwin, a quien se definió como “una moderna Jane Austen de la clase media-alta neoyorquina” y que tradujo a Isaac Bashevis Singer del yidis al inglés. Si es cierto que casi todo el mundo hace de la comida parte de su idiosincracia, en tanto los gustos, los caprichos, las fobias, las dietas y los prejuicios sean infinitos, ella conjuga con gracia su destreza de cocinera con su agudeza de observadora social. Como Dorothy Parker unas décadas antes, retrata el calvario que hay del horno a la mesa cuando se reciben invitados rififís o las vías de evacuación ante el drama de una cena vomitiva: “Una comida realmente repugnante tiene algo de victoria. Pervive en la memoria con un brillo morboso, del mismo modo que un plato glorioso se recuerda envuelto en una especie de delicado fulgor”.

Pieza clásica de la literatura culinaria, Una escritora en la cocina es un libro delicioso (perdón). “Lo he leído en dos días”, afirma Milena Busquets en el prólogo de esta edición: “¿O debería decir ‘lo he devorado en dos días’?”. Fallecida muy joven, Colwin aportó a un género habitualmente impersonal una sensibilidad poco frecuente: “Estos textos se escribieron en un tiempo en que cada vez veíamos más claro que muchos de nuestros compatriotas pasan hambre en las calles de nuestras ciudades más ricas”, escribió desde una cocina de verdad en un piso acomodado al que se mudó cuando pudo dejar aquel estudio minúsculo. La comida ordena el tiempo, nutre el cuerpo y alimenta el espíritu: “Pero cuando las cosas se tuercen, el ánimo está por los suelos y el cuerpo pide combustible, ‘el plato de siempre’ encarna un gran consuelo”.

Es que somos lo que comemos. Si el descubrimiento de un nuevo plato hace más por la felicidad de la humanidad que el descubrimiento de una nueva estrella, como dijo el pensador francés Jean-Anthelme Brillat-Savarin, el autor de la reverenciada Fisiología del gusto, Colwin deslumbra con su receta de la exigente black cake (“los novatos sienten predilección por los platos complejos”) y desmenuza la manera definitiva de preparar unos facilísimos huevos revueltos. Puede salir mal. Pero no es una tragedia. Que el cocinero vocacional espere hasta la próxima comida para volver a intentarlo y mientras tanto, acepte el consejo de una escritora en la cocina: “Cuando todo lo demás falle, vete a un restaurante”.

ABCA.

Nacida en Manhattan en 1944, Laurie Colwin escribió cinco novelas, tres libros de cuentos y dos volúmenes de ensayos y recetas de cocina.

B.

Su primer texto apareció en la revista The New Yorker y desde entonces fue una observadora lúcida de las costumbres de la vida moderna.

C.

El libro Una escritora en la cocina apareció en 1988, cuatro años antes de su muerte repentina por un ataque al corazón. Ahora se reedita.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/huevos-revueltos-en-tres-mil-caracteres-nid11052025/

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