Intervenir la AFA
El vínculo entre la organización social y el deporte es tan profundo como histórico, al punto de que Ortega y Gasset señaló el origen deportivo del Estado. El filósofo español sostenía que ...
El vínculo entre la organización social y el deporte es tan profundo como histórico, al punto de que Ortega y Gasset señaló el origen deportivo del Estado. El filósofo español sostenía que aquel no nace como respuesta a una necesidad, sino como una forma estilizada de vida, donde el respeto a la regla y la autolimitación preceden a la utilidad. No por casualidad, ambas características coinciden con las máximas deportivas del fair play (juego limpio) del juego colectivo y el self respect (respeto y dominio de la persona) del deporte en solitario, tal vez el mejor legado de la cultura inglesa. La ética y la estética del deporte se hunden en las raíces del Estado y, cuando actúan bien, trascienden positivamente el funcionamiento armónico de la sociedad y la política.
El problema ocurre cuando lo hacen mal y devienen expresión de una sociedad enferma. Lo de la Asociación de Fútbol Argentino es un ejemplo cabal de un síntoma malsano: órgano rector del deporte más popular del país, que paradójicamente representa todo lo contrario del juego limpio y el autocontrol. Para entender mejor, conviene analizar su estructura jurídica. Se funda en normas de derecho nacional e internacional. En la Argentina funciona como una asociación sin fines de lucro, sujeta a los controles tal vez más tenues del derecho de las personas jurídicas. A su vez, es una federación que forma parte de una confederación internacional (la FIFA) que en sus estatutos tiene como regla de oro la no injerencia de los Estados (entre las penas, se puede excluir a un país de competencias internacionales).
Mal usada, esta composición normativa pone a la AFA en un lugar de privilegio, con una capacidad de acción casi libre de controles estatales. Es el típico ejemplo de autogestión que desconoce los límites de las dos máximas del deporte y desborda a la arbitrariedad. No es nuevo: se podría remontar hasta 1978, aunque los hechos de los últimos días dan cuenta de una dirigencia que ha decidido cruzar el Rubicón del abuso.
Esto es posible porque sobre su organización jurídica se ha montado un esquema perverso de complicidades, entre las que se destacan los jueces de todo el país como miembros de sus tribunales de disciplina, por ejemplo, lo que asegura con la sola ostentación de los cargos el desaliento de cualquier reclamo judicial. Para los amigos, todo; para los enemigos, ni justicia. De allí ascensos y descensos inexplicables desde el mérito, campeonatos con cartas marcadas y reglas en dinámica de cambio constante que requieren un doctorado para su comprensión.
Pero se trata tan solo de fútbol, es el argumento cómplice, al mejor estilo viejo Vizcacha. Y no, la verdad que no. Es un síntoma de una sociedad enferma expresándose estentóramente en el deporte por excelencia de los argentinos, transmitiendo mal ejemplo y desazón por doquier. Es por eso que la AFA debe ser intervenida. Todo remite al interés público y al bien común, dos principios inveterados del derecho que sin duda aplican al fútbol.
El camino son las normas éticas y disciplinarias de la FIFA, que debieran dar sustento a un procedimiento impulsado por las autoridades nacionales, para terminar en una intervención, sorteando los límites del intento de 2016. Vaya uno a saber favores y deudas de los dirigentes, pero algo está claro: el Mundial inminente en Estados Unidos y el “FIFAgate”, que se investigó en ese país, debieran ser los parámetros para tomar medidas en línea con una opinión pública hastiada.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/intervenir-la-afa-nid04122025/