Javier Sierra: “Partimos de un pecado original y es que vemos todo desde unos ojos muy materialistas”
“El plan maestro es una novela que está diseñada para cambiar el punto de vista del lector. Es provocativa, muy transformadora. Si se pudiera entender casi como un manual para aprender a mirar ...
“El plan maestro es una novela que está diseñada para cambiar el punto de vista del lector. Es provocativa, muy transformadora. Si se pudiera entender casi como un manual para aprender a mirar sería fantástico”, dice el escritor Javier Sierra sobre su nuevo libro, que está presentando este martes 17 en Buenos Aires.
El autor ganó el Premio Planeta en 2017 con El fuego invisible -que también está relacionada con el arte- y antes ya se había convertido en el autor español más vendido en los Estados Unidos. Gran optimista, la energía que produce el asombro es su preferida. Desde muy chico escribía y dibujaba las portadas de sus libros. Hoy, encuentra la inspiración en sus viajes y reivindica la mirada de los niños frente a las obras de arte. De hecho, cuenta que viajó con sus hijos, cuando tenían 7 y 8 años, al norte de España para ver si ese superpoder era real y, efectivamente, descubrió que ellos veían cosas en las paredes de las cuevas que los adultos no. “¿Sería posible en un relato literario despertar ese superpoder en mis lectores? En esta historia descubro la manera de activar lo que yo llamo ‘la segunda visión’, que es esa capacidad de ver la realidad como si fueras un chico”, comenta con pasión.
-¿Cómo fue su experiencia cuando el señor X le explicó por 45 minutos cómo ver una obra de arte?
-Esta novela parte de una historia anterior que publiqué hace doce años, El maestro del Prado, donde me atreví a contar que siendo un adolescente en el Museo del Prado fui abordado por un señor mayor que no conocía y que me dio una lección magistral de cómo el arte del Renacimiento se podía no solo ver sino también leer. Había una serie de secuencias que me permitirían acceder a los cuadros como si fueran libros y a mí me dejó tan perplejo aquella lección inesperada que volví muchos días al museo tratando de cruzármelo otra vez. No se produjo nunca ese reencuentro y el recuerdo de aquel tropiezo lo convertí en literatura años más tarde porque los escritores, cuando no entendemos algo lo transformamos en literatura, es nuestra manera de dominar el universo. Así que lo convertí en personaje y me imaginé que pertenecía a una especie de sociedad secreta internacional que custodiaba ciertos conocimientos vinculados con obras de arte y puse a todos mis protagonistas en mi novela a buscar a ese señor. Aquella novela terminaba con un acertijo que no se resolvía, así que esta novela parte de aquel acertijo y ya resuelve un poco la naturaleza e intenciones de ese y de otros maestros. Maestros que aparecen no solo en museos europeos, también en museos americanos, en realidad en cualquier lugar del mundo y que efectivamente forman parte de una especie de secta que nos enseña el arte a quienes estamos atentos o estamos en el momento adecuado con la mirada adecuada.
-¿Cómo habría que mirar una pintura en el siglo XXI?
-Creo que partimos de un pecado original y es que vemos todo desde unos ojos muy materialistas. Nos han enseñado a contemplar el arte con los ojos de la historia, de las técnicas pictóricas del contexto y nos olvidamos de hacernos la gran pregunta: para qué hizo el artista esa obra de arte, qué quiso transmitir. Cuando nos hacemos esas preguntas entramos en un umbral distinto y descubrimos que hay una parte importante del arte que tiene como misión algo muy mágico que es hacer visible lo invisible. Para lo visible tenemos la fotografía, pero para todo lo que tiene que ver con el alma, el espíritu, lo mágico y lo sobrenatural está la pintura, para hacerlo visible.
-¿Por qué es fundamental la mirada de los niños?
-La mirada del hombre de la prehistoria se parece mucho a la del niño en el sentido de que hace 70 mil años no estaba condicionada como lo está la nuestra por la cultura y por siglos de historia. Por lo tanto, para intentar imaginar cómo era esa mirada en la prehistoria yo acudo al niño que no tiene prevenciones ni está formado, no mira la pintura para analizarla sino para sentirla y ahí es donde surge la magia de la perfección.
-La novela está escrita en primera y en tercera persona. ¿Cómo fue ese trabajo de articular estos puntos de vista del narrador?
-El primer mandamiento de un escritor es que su novela fluya y el segundo, y quizá a la altura del primero, es que sea plausible. Cuando construí esta novela lo hice desde un punto de vista memorístico. Parecen unas memorias que están narradas en primera persona, pero se interrumpen con escenas que yo no he visto como narrador aunque sé que han pasado así. Hay que tener una cierta habilidad para que ambos puntos de vista coincidan, pero al final fluye muy bien. Y el lector tiene como una visión de conjunto casi como si fuera el ojo que todo lo ve, el de la portada del libro.
-¿A cuál de los personajes de El plan maestro le tiene más cariño y cuál le costó más?
-Tengo especial cariño por el padre Luc Durand, el jesuita que está investigando la presencia de estos maestros instructores detrás de los cuadros. El que más me costó es Julián de Prada, que es un poco el malo de la historia. Yo tengo una visión muy optimista del mundo, entonces me cuesta construir los malos de mis novelas y siempre tengo que buscar la maldad que anida dentro de cada uno de nosotros, pero en mi caso tengo que buscarla mucho para dársela a mis protagonistas y ese personaje sí que me ha costado. Soy un optimista antropológico. Creo que el ser humano está en el mejor momento de toda su historia.
-¿Qué autor o libro lo hizo pensar que quería dedicarse a escribir?
-Con 9 años saqué mi primer carnet de biblioteca pública en España y ahí empecé a acceder a la literatura: primero Julio Verne, después descubrí a Emilio Salgari y Agatha Christie, descubrí los grandes clásicos del cómic, que no dejan de ser relatos, como Tintín y todo aquello fue construyendo una necesidad no solo de seguir leyendo sino también de contar mis propias historias. En el año 1980 se publicó la novela de Umberto Eco El nombre de la rosa, la leí con 11 o 12 años y me causó un shock. Ahí comprendí que la novela me iba a servir como una herramienta no solo para aprender sino para compartir lo aprendido con los demás. Y empecé a escribir mis primeros relatos históricos.
-¿Puede el pensamiento diseñar la realidad?
-Sin duda. Nuestro pensamiento diseña la realidad en este mismo momento. Nos enseñan a ver el mundo en el que estamos desde muy pequeños. Nos dicen esto existe, esto no existe, esto es real, esto no es real. Y eso hace que nosotros vayamos encapsulando el mundo que nos rodea, dándole nombres muy concretos y situándolo en un marco de realidad. La realidad se educa.
-¿Qué paralelismos ve entre la trama del libro y nuestra realidad?
-Veo una llamada de auxilio. Estamos construyendo una realidad muy utilitarista. Parece que todo tiene que obedecer a criterios prácticos, todo tiene que pesarse, medirse, comprarse o venderse. Y estamos dejando fuera esas cosas que son invisibles, pero que son las verdaderamente valiosas. El amor ni se compra ni se vende ni se pesa y sin embargo es fundamental. La fantasía es fundamental para defendernos y para interpretar las amenazas que recibimos del mundo. Lo hostil y también lo bueno. Este libro es una llamada a no perder esa visión de lo mágico, a seguir manteniendo el espíritu de El principito. Es una llamada a recuperar el principito que todos tenemos dentro y a interpretar el mundo en el que estamos con esos ojos de niño.
-¿Qué relación tiene usted con el tiempo?
-Con el tiempo tengo una noción en este momento de rebeldía. Me rebelo al darme cuenta de que me queda ya menos tiempo de vida que el que he transitado. Voy a cumplir 54 años en agosto. Ya estoy en tiempo de descuento. Pero en el fondo, creo que llevo toda la vida luchando contra el tiempo desde niño con mis lecturas. Porque descubrí que hay solo una manera de vencer el tiempo que es la lectura. Leer te puede transportar a cualquier punto del pasado y el futuro como no lo puede hacer ninguna máquina del tiempo que no hemos inventado. Llevo toda mi vida combatiendo contra el tiempo a través de las letras que es mi arma para detenerlo. Se también que al escribir y publicar mis historias ya están desafiando al tiempo, que se podrán leer dentro de 500 años si todo va bien. Eso también es mi venganza contra el tiempo. No me preocupa envejecer. Lo que me preocupa es que el tiempo se acabe. Es el gran asunto tabú de nuestra civilización, el pensar en la muerte. Todas las anteriores culturas en el mundo han tenido a la muerte como eje central. Pero la nuestra la ha arrinconado. Hemos conseguido un gran progreso material a diferencia de aquellas culturas, pero nos hemos empobrecido en nuestra esfera interior, en nuestra espiritualidad.
-¿Qué es el arte para usted?
-El arte es la humanidad, sí. Aunque no pensamos en ello, sobre el planeta Tierra convivimos muchas especies inteligentes. La nuestra es la única que tiene capacidad simbólica, que con una imagen o con un sonido o con algo tan peculiar como es un alfabeto, puede transmitir una idea compleja a los demás. Eso es el arte. Es esa capacidad que nos hace distintas al resto de las inteligencias. Sin ella seríamos una especie de animal lista pero no nos separaríamos del resto. Creo que el arte nos separa del resto de inteligencias.
-¿En qué medida siente que democratiza el arte con su novela?
-Creo que mucho. El maestro del Prado en España tuvo muchísimo éxito y en estos doce años cada vez que yo he visitado el museo- y lo hago cada semana, prácticamente, porque vivo al lado- me encuentro con lectores que van con el libro como si fuera una guía. Es gente que no se hubiera animado a ir nunca al museo porque sentían que no estaban intelectualmente preparados para comprender el arte y, en cambio, gracias al libro, sí sienten esa curiosidad y se olvidan de ese complejo. Así que desde ese punto de vista creo que he convertido el arte en algo accesible. Mi sueño sería que con El plan maestro esos mismos lectores que fueron al Prado ahora llevaran a sus niños, a sus hijos o a sus nietos, no solo para enseñarles el arte, sino para escuchar lo que ellos tienen para decirles del arte. Si consigo eso, habré logrado algo interesante.
-¿Habrá una tercera parte?
-En mi ánimo inicial como autor no, pero en estos meses desde que el libro se ha publicado hay mucha gente que me pide una tercera parte. Se ha abierto una puerta muy curiosa últimamente que tiene que ver con Salvador Dalí. Es un personaje que estaba muy metido en lo mágico, en lo sobrenatural, pero también en lo científico, en lo atómico, y a mí ese contraste me parece muy brutal. He tenido acceso a su biblioteca privada y a sus libros anotados, y estoy encontrando cosas muy interesantes que a lo mejor darían para una tercera parte.
Para agendarPresentación del libro El plan maestro (Planeta), de Javier Sierra. Martes 17, a las 18.30, en la sala Sala Alejandro Casona del hotel Double Tree by Hilton, Reconquista 945. Con Alejandro Agostinelli y el autor. Entrada gratuita, con inscripción previa en javiersierrabuenosaires.eventbrite.com.ar