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La capilla de frontera en la que se da misa de amistad entre Argentina y Chile una vez al año

“Es algo especial, viene gente de muchos lados de Argentina y de Chile para escuchar la misa. Es la única que se celebra en el año y muchos esperamos ese momento para bautizar a nuestros hijos,...

La capilla de frontera en la que se da misa de amistad entre Argentina y Chile una vez al año

“Es algo especial, viene gente de muchos lados de Argentina y de Chile para escuchar la misa. Es la única que se celebra en el año y muchos esperamos ese momento para bautizar a nuestros hijos,...

“Es algo especial, viene gente de muchos lados de Argentina y de Chile para escuchar la misa. Es la única que se celebra en el año y muchos esperamos ese momento para bautizar a nuestros hijos,” cuenta Mónica, una habitante de un pequeño pueblo de apenas 200 habitantes en el sudoeste de Chubut, a cinco kilómetros de la frontera con Chile. Se refiere a la Misa por la Paz, que reúne a chilenos y argentinos una vez al año en la Capilla Nuestra Señora de El Triana para celebrar la paz y conmemorar el Tratado de Amistad firmado por los dos países en 1984.

Para encontrar el paraje de El Triana hay que llegar primero a Aldea Beleiro, a unos 120 km de Río Mayo, y hacer 15 kilómetros de ripio bordeando la frontera con Chile. La estepa de repente se llena de pinos y lengas que son usados por el aserradero local para que los habitantes de la zona se abastezcan de leña, insumo clave para pasar el crudo invierno en una zona sin red de gas. También se encuentra aquí, rodeado de árboles, el lago Las Margaritas, donde se puede pescar trucha arco iris y que cuenta con área de acampe agreste y fogones.

Hoy casi deshabitado, El Triana supo ser un paraje activo hace no mucho. Su posición geográfica, cerca del lago y con buena irrigación, otorga varias ventajas a los pobladores con relación a Aldea Beleiro. Muchas estancias se establecieron en las inmediaciones del lago y hasta había una escuela primaria, la 131, que cerró en 1978 cuando el gobierno provincial creó los internados en Río Mayo y Alto Río Senguer.

En estas latitudes tan amplias, todo ser vivo parece pequeño. “La Patagonia tiene esa mística. Es una tierra de silencio, pero el silencio habla,” dice el Padre Juan Francisco, que además de tener a cargo la Parroquia de Río Mayo, da servicios espirituales en seis capillas – incluida la de El Triana – distribuidas a lo largo del departamento Río Senguer, un área tan grande como la provincia de Tucumán.

La capilla del milagro

Construida a principios del siglo XX, la arquitectura de madera de la capilla remite a las iglesias chilotas al otro lado de la frontera, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En la zona todos conocen el milagro de cómo la capilla sobrevivió intacta a un feroz incendio que devoró muchos árboles de El Triana hace más de 40 años. Por eso también la capilla persiste como un símbolo de resistencia en la zona.

Durante la crisis diplomática entre Argentina y Chile de 1978, el paso fronterizo de El Triana estuvo cerrado, con militares a ambos lados de la frontera. Pero la capilla fue un espacio de tregua: allí, soldados de ambos países rezaban por la paz. Tras la firma del Tratado de Paz y Amistad de 1984, se comenzó a celebrar una misa como símbolo de reconciliación. “La misa por la paz sirve para fortalecer los vínculos entre los hermanos argentinos y chilenos. No hay que olvidar que muchos habitantes de la zona tienen origen chileno por el gran tránsito fronterizo que hubo en el pasado”, señala el Padre Juan Francisco.

Abierta todo el año, la capilla se encuentra en un campo privado a pocos metros del límite con Chile. Para acceder, hay que presentarse en la oficina de Gendarmería, pedir la llave y atravesar la tranquera del campo. Subiendo un camino de tierra de 800 metros se llega a la capilla, coronada con una cruz y dos banderas, una argentina y otra chilena. En su interior también abundan fotos, insignias y otros símbolos de la unión de los dos pueblos, como el libro de visitas, firmado en sus primeras páginas por un gendarme argentino y un carabinero chileno.

La misa se celebra cada último sábado de enero. Llegan habitantes de todas partes de Chubut y de la Región de Aysén. “Nos damos el beso de la paz entre hermanos, es real”, cuenta Mónica, que asiste a la misa hace 26 años. La misa celebra ese lugar de comunión: “tengo conocidos que sólo veo una vez al año en la misa, y cada vez que nos vemos nos abrazamos.”

Además de los pobladores locales, asisten los obispos de Comodoro Rivadavia y de Puerto Aysén, gendarmes, carabineros y, a veces, autoridades provinciales. Durante la celebración muchas familias aprovechan el evento tan especial para hacer bautizar a sus hijos. Una vez terminada la misa y los bautismos, los presentes siguen celebrando la paz con comida que llevan ellos, incluido un asado generalmente donado por un miembro de alguna estancia vecina. El lugar se lo turnan anualmente entre un fogón cerca del puesto de gendarmería o en el retén de carabineros chilenos.

Un poco de historia

Al concluir la conquista del desierto, a fines del siglo XIX, en el sudoeste de Chubut el principal grupo tehuelche que vivía en el valle era el de Manuel Quilchamal, un cacique respetado por las autoridades argentinas por haber servido de guía a los exploradores de la zona, incluido el perito Francisco Moreno y el geógrafo Clemente Onelli. Hoy, los descendientes de Quilchamal siguen viviendo en el valle. Con otras 30 familias, conviven en la Reserva del Chalía, un territorio que les fue entregado por el Estado en 1916 en parte gracias a los esfuerzos de Onelli por intentar subsanar los daños ocasionados a las comunidades indígenas por la conquista del desierto. En la reserva, que hoy tiene una extensión de poco más de 30.000 hectáreas y en la que funcionaba una escuela hasta 1977, todavía se practican algunos ritos indígenas.

Por el otro lado, a principios del siglo XX, paulatinamente comenzaron a establecerse criollos e inmigrantes. La principal minoría siempre fue chilena, ya que en esa época no había un control estricto de las fronteras y había muchos campos sin poblar con un clima menos lluvioso y más cálido que el del Pacífico. Además, gracias a su cercanía con Chile, el valle fue lugar de paso de comerciantes que traían y llevaban productos hasta el puerto de Comodoro Rivadavia, 400 kilómetros al este de Aldea Beleiro.

Pero, además del vínculo con Chile, comenzaron a llegar al valle inmigrantes europeos de varios orígenes: españoles, franceses, sirio-libaneses, letones, ingleses e incluso estadounidenses. Muchos fundaron grandes estancias que aún hoy perduran. Loyauté, Media Luna o Numancia son todas estancias de aquella época que forman parte indisoluble de la vida de la zona, algunas fundadas incluso antes que los pueblos de los que hoy son parte.

En 1911, Belisario Jara, un comerciante chileno que habitaba la zona desde al menos 1904, estableció el primer almacén de ramos generales en lo que hoy es la estancia Numancia, en las afueras de Aldea Beleiro. Por un tiempo, incluso se llamó a la zona Poblado de Jara dada la importancia que había tomado su negocio en el valle. En 1917 aproximadamente, Rafael Beleiro, un español de 26 años llegado desde Vigo que había trabajado con Jara en su almacén, abrió el suyo propio, “La Hispana”.

En 1922, el Estado nacional obligó a Beleiro a ceder parte de un terreno fiscal que ocupaba para fundar una escuela nacional y un pequeño poblado para que los vecinos que asistían a la escuela pudieran instalarse. Así fue como se fundó la aldea escolar, luego llamada Aldea Beleiro en honor al antiguo ocupante de las tierras. Beleiro vivió el resto de su vida en la aldea, manejando el almacén que era centro de reunión del pueblo y de los visitantes que por allí pasaban.

Belisario Jara murió en 1939 en Chile; Rafael Beleiro murió en 1986 y sus restos están sepultados en el cementerio de la aldea. Curiosamente, Félix Jara y Julia Beleiro –nietos de Belisario Jara y Rafael Beleiro respectivamente– se casaron y hoy regentean el único hospedaje de la aldea. Raúl Jara, nieto de Beleiro, lo recuerda con humor: “yo lo conocí al viejo, murió cuando yo era chico. Pero me acuerdo de que era muy querido, estaba todo el día trabajando, aunque un tipo bravo, bien gallego.”

El edificio donde antes funcionaba La Hispana estuvo abandonado por un tiempo, pero hace unos años Ana y su marido lo compraron y ahora manejan “Lo de Juancho”, uno de los dos únicos restaurantes que hay en la aldea y que abastece principalmente a camioneros que cruzan la frontera. Como otros en Aldea Beleiro, Ana nació en Chile, pero se mudó del otro lado de la Cordillera persiguiendo nuevas oportunidades. “Antes pasaba de todo por acá, estábamos llenos y no dábamos abasto, había mucho trabajo. Pero después cayó el precio de la lana y las cosas cambiaron.”

Ana también recuerda su primera vez en la misa de El Triana: “Fui con la escuela cuando vivía en Chile. Nos formaron: los chilenos de un lado, los argentinos del otro. Fue muy emotivo. Para nosotros la frontera siempre fue una línea invisible. Hoy te lo cuento desde este lado de la Cordillera.”

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/revista-lugares/el-remoto-pueblo-patagonico-cuya-capilla-es-simbolo-de-la-paz-entre-argentina-y-chile-nid31072025/

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