La emoción de Norah Jones en la noche en que rescató la belleza
Seguramente nadie que haya vivido 2002 sea ajeno a esta escena: entrar a cualquier café de ambiente agradable y escuchar de fondo la voz sutil pero amigable de una mujer joven, por entonces descon...
Seguramente nadie que haya vivido 2002 sea ajeno a esta escena: entrar a cualquier café de ambiente agradable y escuchar de fondo la voz sutil pero amigable de una mujer joven, por entonces desconocida, cantando las primeras líneas de una canción con destino de clásico: “I waited ‘til I saw the sun/I don’t know why I didn’t come…”. Unos pocos meses después, a la chica de voz amable no le alcanzaba el espacio entre sus brazos para sostener los cinco Grammy que esa grabación y ese primer álbum, Come Away With Me, compuesto en buena parte con el guitarrista y productor Jesse Harris, le valían.
Ahora es una noche fresca de 2025 y, en Buenos Aires, apenas pasadas las 21.15, Norah Jones se sienta a su piano blanco 23 años después de aquel álbum -y casi seis después de su anterior visita al país- para demostrar qué cambió y qué sigue intacto desde aquel hito. Porque si algo ocurrió en la carrera de esta artista es que logró, no por milagro sino a fuerza de talento y con su sello de calidez a toda prueba, alejarse del maligno karma de los one-hit wonders que para muchos implica el arrebato de un debut hiperexitoso, y construir un corpus de trabajo formidable que lleva ya nueve discos como solista más unas cuantas colaboraciones, desde esa veinteañera de sonrisa cándida a la mujer en plena forma y madurez -con vida vivida, podríamos decir- de sus 46 años.
A diferencia de muchos artistas consagrados, que mecanizan su cronograma conforme la lógica nuevo álbum-gira-hiato-nuevas canciones-encierro en el estudio en loop, Jones no para hace tres años, exactamente desde el 8 de mayo de 2022, cuando apenas flexibilizadas en los Estados Unidos las restricciones por el Covid para acontecimientos masivos se presentó en el New Orleans Jazz Heritage. Desde entonces, sedienta de escenarios, nunca cerró su agenda; moldeó sus presentaciones a la medida de los públicos y de sus propias novedades, como lo fue en 2024 el lanzamiento de Visions, y así sigue hasta hoy, con fechas que la aguardan en Chile -este miércoles-, Alemania, Islandia, Bélgica, Noruega, Dinamarca, Países Bajos, Grecia y Japón.
Por todo lo anterior no suena apropiado esta vez hablar de una “presentación” en sociedad del nuevo disco, esa excusa que suele atribuirse, como si hiciera falta alguna, a los shows. Sino más bien de una visita, un festejo íntimo y cuidado al detalle, en el que la cantante entreteje con esa delicadeza que le es tan propia un setlist de 19 canciones que irán al pasado y volverán al hoy de manera casi imperceptible. De hecho, lo primero que suena es “What Am I To You”, de su segunda placa, Feels Like Home, y sin mediar explicación alguna -porque todo el público +35 que colmó el Movistar Arena el lunes es conocedor y no precisa de tales aclaraciones- salta a “Paradise” y “Running”, dos de los tracks más amigables de su último trabajo, antes de regresar a 2004 con “Sunrise”.
QuintetoYa con la noche entrada en calor, y después de un breve saludo que intercala inglés con castellano (“¡Wow! Están todos acá. Gracias por venir”), la formación de quinteto que plantea esta Norah modelo 2025 se convierte en trío para el primer gran instante jazzero, cuando en formato trío -secundada por Josh Lattanzi en contrabajo y el estupendo Brian Blade en batería, veterano colaborador de Jones- revisite “After the Fall”, de Little Broken Hearts (2012), en una versión oscura e hipnótica que interpretan en penumbras sobre el escenario, porque a esta altura, en plena madurez, ya está claro que Jones es, además de una cantante privilegiada y de una muy notable multiinstrumentista, una creadora de climas; una intérprete alejada de toda pose, casi una anti-diva, que desde el comienzo descartó cualquier artificio para brindarse solo en canciones.
Más tarde volverá el formato quinteto, que completan Sami Stevens en teclados y coros y la poderosa Sasha Dobson -secuaz de Jones en el (recomendadísimo) grupo alt-country Puss N Boots- en guitarra y voces, para un set otra vez más luminoso, con Jones al frente en el escenario, toda sonrisas ella, de pie ante su clásico Wurlitzer eléctrico y con ganas de diversión.
Así sigue un set que no solo pendula entre el presente y el pasado sino que, gracias a una justa puesta en escena -vestida apenas con un colgante de telas de colores que remite a la portada de Visions y la incorporación de una esfera de espejos casi al ras del piso, que por momentos envuelve con burbujas de luz a la banda- se muda de la arena al club de jazz y al living para volver a la arena. Una explicitación visual, acaso, de la propia oscilación de géneros y estilos que la música recorre durante la hora y cuarenta de un show con base jazzera y folk, pero también con perfume country, soul, blues y el más fino pop.
EmociónEn la segunda mitad y tras un set deliberadamente más eléctrico, con Jones en guitarra para “Visions” -otra vez en formato trío, aunque ahora íntegramente femenino- “Little Broken Hearts” y “Staring at the Wall”, una versión en solitario y por momentos a cappella de “Rosie’s Lullaby” (2007) se impone como otro de los pasajes más altos del show, que transita una belleza sobrecogedora con -paradójicamente- una propuesta tan desposeída, seguido de “Queen of the Sea” con el instante instagrameable de la noche, el rito de los miles de celulares encendidos, que la cantante agradeció al final entre lágrimas. “Gracias; ustedes son un sueño. Me hicieron llorar de alegría”.
En el final, hay clásicos que suenan fieles a su original (“Come Away With Me”), una evocación soulera en “Happy Pills” a esos artistas que Jones tanto ama, de Bill Withers a Stevie Wonder, y un escenario teñido de primavera -canto de pajaritos incluido- en “All This Time”. Pero ya sabemos la mecánica: “Y Norah no se va, y Norah no se va…”. Entonces Norah reaparece -detalle: no hay cambio de vestuario, sigue en ella el mismo vestido rosado con el que comenzó- se sienta al piano blanco, saca a relucir sus armas más sensuales para “Turn Me On” y después sí, el tema que le dio en 2002 el pasaporte hasta este momento, su himno: “Don’t Know Why”.
Último acorde. Norah Jones se pone de pie, se acerca al proscenio, saluda con ambas manos, simpática como se mostró toda la noche, suelta un beso y se va, después de un show impecable en todo sentido -es notable su condición vocal- pero sin despliegues histriónicos, casi con timidez. Porque lo importante para ella es la música. Lo importante siempre fue la música.