La frágil relación de Brigitte Bardot con su hijo Nicolas, 250 mil francos de multa, y verse una vez al año: “Soy bisabuela de tres niños”
Si hubo una figura pública que durante décadas acaparó las pantallas francesas, y por qué no, del mundo, fue Brigitte Bardot. Se comentaba su vida privada, sus romances, sus amoríos, como suel...
Si hubo una figura pública que durante décadas acaparó las pantallas francesas, y por qué no, del mundo, fue Brigitte Bardot. Se comentaba su vida privada, sus romances, sus amoríos, como suele pasar con las celebridades. Y ella alimentaba esa dinámica. No es que la buscara, es que su papel más sostenido, el de femme fatale, generaba esa reacción.
Sin ir más lejos, fuera del ámbito de los medios, la escritora Simone de Beauvoir, por ejemplo, llegó a los límites de escribir un ensayo sobre la actriz, “Brigitte Bardot y el síndrome de Lolita”. La definió como una mujer que “come cuando tiene hambre, tiene sexo cuando quiere y hace lo que tenga ganas: por eso es tan inquietante”.
Era cierto. Ella misma aceptaba sin reparos que su forma de relacionarse, de amar, era propia y particular: “El amor, en abstracto, no significa nada si no está acompañado de una pasión. Amo el amor, quizá por eso fui infiel en muchas ocasiones. Tras cada relación, volvía en busca de nuevos amores. Siempre busqué la pasión. Cuando se terminaba, hacía la maleta”, escribió en sus memorias.
En esa forma tan suya de relacionarse con los hombres, tan “inquietante”, como dijo Beauvoir, la relación con su hijo, con su embarazo y con su cuerpo fue problemática. Por mucho tiempo se trataron casi como desconocidos, aunque los unía un vínculo difícil de romper.
De tapa de revista a los 15, y actriz a los 16 a ser una femme fataleBardot empezó a llamar la atención desde adolescente, cuando a los 15 años, apareció en la portada de la revista Elle. Comenzó con la actuación a los 16 y se transformó rápido en un símbolo sexual.
A esa edad conoció a Roger Vadim, de 22, que trabajaba como asistente de dirección de Marc Allégret, quien la había llamado para una prueba de cámara. Se casaron dos años después y él la dirigió en su primer protagónico, que llegó con la película Y Dios creó a la mujer, de 1956.
Durante el rodaje se enamoró de su coprotagonista, el actor Jean-Louis Trintignant, y se divorció de Vadim –quien más tarde fue marido de Jane Fonda– en 1957. A él no le sorprendió la separación: también tenía su forma particular de relacionarse y había expresado en varias ocasiones: “La fidelidad me irrita”.
El hombre que probablemente más la marcó fue el actor Jacques Charrier, a quien conoció durante el rodaje de la película Babette va a la guerra. Se casaron en junio de 1959, y en enero de 1960 nació el único hijo de la actriz, Nicolas-Jacques Charrier. BB tenía entonces 26 años.
Se divorció pronto, en 1962, y tuvo otros dos matrimonios: en 1966 se casó con el millonario alemán Gunter Sachs, y en 1992, tras varios romances en el medio, con el empresario Bernard d’Ormale.
Pero la relación más complicada que tuvo fue, sin dudas, con su propio hijo.
“Me pesaba el corazón”Cuando se enteró de que estaba embarazada, empezó a preocuparse por su imagen, por la alteración que iba a sufrir su cuerpo. No era un hijo que había buscado. “Me miraba la panza plana en el espejo como si fuera una amiga a la que estaba por cerrarle el ataúd”, escribió en su autobiografía, Initiales B. B: Mémoires (Iniciales B.B.: Memorias), publicada en 1996. No se guardó nada.
En ese momento todavía no se había casado y tampoco quería hacerlo, pero temía ser madre soltera. La idea del matrimonio no le entusiasmaba: “No quería lo suficiente a Jacques como para imaginar una vida con él. Pero tampoco quería arruinar las cosas entre nosotros, porque tenía demasiado miedo de quedarme sola y convertirme en madre soltera, lo que habría sido un escándalo sin precedentes. Jacques todavía no sabía nada, y yo estaba totalmente decidida a intentar todo para interrumpir ese embarazo antes de decirle una palabra. Con él interpretaba una comedia de encantadora despreocupación cuando en realidad me pesaba el corazón por la desesperación”, cuenta en el libro.
Confiesa que ofreció “sumas generosas” a varios médicos para interrumpir el embarazo, pero que a pesar de eso “nadie, absolutamente nadie, quería correr el riesgo de practicarle un aborto a ‘Brigitte Bardot’”.
La fama la volvía intocable: ningún médico quería arriesgarse a que algo saliera mal. La actriz, de hecho, ya había abortado en otras ocasiones, antes de convertirse en una celebridad de tal magnitud. La primera vez fue a sus 17 años. Estaba en pareja con Vadim, pero no se habían casado.
Más adelante tuvo un segundo aborto por el que casi muere. La revista Elle cuenta: “Enviada de urgencia al hospital por una hemorragia, sufre un paro cardíaco durante la anestesia —mal dosificada— y solo se salva gracias a un masaje cardíaco”.
El 10 de enero de 1960, mientras miraba la tele con su marido, empezaron las contracciones. El parto fue igual de problemático que el embarazo.
“Como un tumor”En el libro detalla el dolor de ese momento: “En mi vida sufrí muchos dolores físicos al límite de lo soportable, y todos los afronté. Este que me carcome la panza sobrepasa por lejos las normas de la resistencia humana”.
Narra ese sufrimiento, la antesala al parto: “Otra vida dentro de mí, más fuerte que la mía, usaba ‘mi cuerpo’ para asumir su destino. Me había convertido en un capullo inútil que abandona la crisálida en el momento de su mutación definitiva”.
Le administraron anestesia general. Cuando despertó, al dolor inicial y al rechazo maternal se le sumó el shock: “Cuando recuperé la conciencia y pude entender que ese era efectivamente mi bebé, que flotaba suavemente sobre mí, me puse a gritar, suplicando que se lo llevaran; lo había gestado durante nueve meses de pesadilla, ¡no quería verlo más! Me anunciaron que era un varón. ‘Me da igual, no quiero verlo’. Y entonces vino la crisis de nervios…”, relata.
¿Podía una relación que empezaba con estas palabras, con estas emociones, sanarse de alguna forma? Lo llegó a comparar con un cáncer. El texto agrega: “Era un poco como un tumor que se había alimentado de mí, que yo había llevado en mi carne tumefacta, esperando solamente el momento bendito en que por fin me libraría de él”.
Una relación complicadaEn el mismo sentido, en su autobiografía destacó sus sentimientos respecto de la maternidad y aseguró: “Nunca en mi vida tuve ganas de ser madre... No quería un hijo, ¡prefería matarme! Y además, tenía que trabajar, empezaba a tener pequeños papeles para interpretar. Si me detenía, ¡estaba perdida!”.
Además, en otro artículo de Elle, hizo alusión a su vida inmediata tras el nacimiento de Nicolas, la histeria alrededor de ambos: “Era una locura. La sala de parto instalada en mi casa, los fotógrafos detrás de las ventanas, los que se disfrazaban de médicos para sorprenderme. No había ninguna intimidad. Fue terrible. Asocié el nacimiento de mi hijo con ese trauma. Y fue Nicolas quien pagó las consecuencias”.
En una entrevista de 1982, la actriz aseguró: “Me convertí en madre exactamente cuando no debía serlo. Lo viví como un drama. Nos convirtió en dos desdichados a mi hijo y a mí”. Vanity Fair cita otro momento: “El instinto maternal se aprende con el tiempo y una vida tranquila. Yo tuve una vida muy complicada. Y ese desgarro me ha perseguido siempre. Durante su infancia, mis relaciones con Nicolas, mi hijo, fueron lamentables. Para él y para mí”.
Mientras estuvo casada con Jacques, a Nicolas lo criaron, sobre todo, su abuela paterna y una niñera, Moussia. Lloraba cuando su madre lo alzaba, y ella no podía esperar a ser independiente de nuevo, volver a su trabajo y a sus hombres. Hasta que, casi tres años después, se divorció y le cedió la custodia completa a su exmarido.
Jacques contó en un libro de 1997, Ma réponse à Brigitte Bardot (Mi respuesta a Brigitte Bardot), que ella no tuvo ninguna dificultad en cederle su derecho de custodia, alegando que su principal preocupación era asegurar a su hijo “una educación equilibrada en un entorno saludable”.
Una vez al añoDesde la publicación de su autobiografía en los 90, la relación con su hijo se volvió más distante, luego de que él, junto con su padre, le iniciara una demanda en 1997 por “comentarios hirientes en sus memorias”. Ese año, El País publicó que un tribunal de París condenó a la actriz a pagar 250.000 francos. “Aunque los demandantes no han conseguido que se retiren estos polémicos fragmentos, el tribunal ha ordenado que las futuras ediciones incluyan una mención a la condena judicial en la solapa”, remarca el artículo.
Nicolas, que hoy tiene 65 años, y de quien se sabe poco, vivió siempre lejos de los reflectores, del legado de su mamá y su papá. Hace tiempo que se mudó de Francia a Noruega junto con su esposa, la modelo Anne-Lise Bjerkan, con quien se casó en 1984. Su madre no estuvo en la lista de invitados.
“Viene a verme una vez por año. Creo que terminó entendiendo a esta madre rara que fui”, cita Vanity Fair. De hecho, pese a lo que había escrito sobre sus reacciones a la maternidad en los primeros años y durante su embarazo, en 2018 Bardot dijo al periódico francés Var Matin: “Lo quiero de una manera especial. Y él también me quiere. Es un poco como yo. Físicamente, heredó mucho de su padre”.
Pese a esa distancia, a ceder su tutela y a la demanda que él le inició, en las mismas memorias se encargó de aclarar cómo fue cambiando su percepción de la maternidad: “En el momento en que escribo estas líneas tengo 47 años y un maravilloso Nicolas de 22, que es mi familia, mi sostén. Lo amo más que a nada. Y le agradezco al cielo que me lo haya dado; por nada del mundo volvería a vivir una vida sin él. Pero en aquella época…”.
Igual mantuvieron siempre una relación fría, esporádica. No es fácil recomponer lo que se rompe con palabras. En 2024 contaba a Paris Match: “Soy bisabuela de tres niños noruegos que no hablan francés y a los que veo rara vez”.
Sin embargo, en 2018 publicó su último libro, Lágrimas de combate, en donde contó que la relación con su hijo había “vuelto a la normalidad”. Ahora, tras su fallecimiento, y en vistas de esta relación particular, los medios franceses discuten qué pasará con la herencia de la actriz: ella misma había expresado su intención de legar todo a la Fondation Brigitte Bardot, que rescata y aboga por los derechos de los animales. Pero la ley francesa establece que los hijos tienen derecho al 50% del patrimomio de sus padres a menos que presenten una renuncia formal. Hoy estiman que este ronda los 65 millones de euros y varios inmuebles.