La historia de un circuito que es clave para Colapinto y toda la parrilla de la Fórmula 1
Hay lugares en los que la velocidad se mide en emociones. El Circuit de Barcelona-Catalunya, en Montmeló, es uno de ellos. Desde 1991, es la casa del Gran Premio de España, una de las competencia...
Hay lugares en los que la velocidad se mide en emociones. El Circuit de Barcelona-Catalunya, en Montmeló, es uno de ellos. Desde 1991, es la casa del Gran Premio de España, una de las competencias más antiguas y reverenciadas de la historia del automovilismo. Pero sus raíces se hunden mucho más atrás, en el tiempo de los pioneros: los primeros pasos del GP de España se remontan a principios del siglo XX, con carreras organizadas en rutas abiertas y circuitos urbanos que iban cambiando de sede, como Sitges, Pedralbes o el legendario trazado de Montjuïc, que marcó a fuego los años 70.
La necesidad de consolidar una sede estable llevó, en los años 80, a imaginar un circuito permanente, moderno, cercano a Barcelona y capaz de albergar competencias internacionales. Así nació el proyecto de Montmeló, impulsado por el gobierno catalán, el Real Automóvil Club de Cataluña (RACC) y el municipio local.
El anhelo tomó forma en los márgenes de los años ’80, cuando en los despachos del gobierno catalán comenzó a gestarse una idea que parecía más cercana a una promesa que a un plan concreto: devolver la Fórmula 1 a Barcelona. Hacía más de una década que los motores no rugían en la ciudad condal, desde que Montjuïc, aquel circuito urbano cargado de gloria y tragedia, se despidiera del calendario. Jerez había heredado la posta, pero la nostalgia y el deseo de recuperar protagonismo empujaron a las autoridades a mirar al norte, hacia los campos de Montmeló.
Fue allí donde, en febrero de 1989, la tierra se abrió para recibir la primera piedra del futuro Circuit de Barcelona-Catalunya. Durante dos años, el trazado fue tomando cuerpo entre colinas y olivos, mientras la ingeniería y el entusiasmo trabajaban al unísono. El 10 de septiembre de 1991, sin estridencias pero con el peso de lo inaugural, el circuito abrió su asfalto con una prueba del Campeonato Español de Turismos. El ex F1 Luís Pérez-Sala, catalán de pura cepa, se llevó el triunfo, como si el destino hubiese querido rendirle homenaje a la tierra que lo vio nacer.
Apenas dos semanas después, la historia cambió de escala. La Fórmula 1 desembarcó con su parafernalia y sus mitos. El Gran Premio de España de ese año no fue una simple carrera: fue una consagración. Ayrton Senna y Nigel Mansell se trenzaron en un duelo épico, rueda con rueda, en la recta principal, rozando los 300 kilómetros por hora y desafiando las leyes de la física con una danza de precisión letal. Aquella imagen, dos titanes en paralelo bajo el cielo catalán, recorrió el mundo y bautizó simbólicamente al nuevo circuito como templo de la velocidad.
Desde entonces, Montmeló no dejó de latir. Cada temporada, el trazado se convirtió en un laboratorio abierto para los ingenieros y en un termómetro implacable para los pilotos. Con curvas amplias, frenadas crudas, zonas técnicas y una recta que exige todo de los motores, la pista supo ganarse un lugar privilegiado en el calendario. No sólo por lo que se corre en ella, sino por lo que representa: una síntesis perfecta entre tradición, desafío y pasión.
De Schumacher a Hamilton: leyendas forjadas en curvas catalanasMontmeló es más que un circuito: es un archivo viviente del automovilismo moderno. Allí Michael Schumacher logró su primera victoria con Ferrari en 1996, en medio de una lluvia torrencial que dejó su huella sobre el asfalto y en la memoria de los fanáticos. Entre 2001 y 2004, el alemán ganó cuatro veces consecutivas, consolidando su hegemonía. Acumuló, en total, seis títulos en esas pistas. Lewis Hamilton, el gran protagonista de la última década, igualó esa marca con triunfos en 2014, 2017, 2018, 2019, 2020 y 2021, y no ocultó nunca su fascinación por el circuito. Son los dos máximos ganadores del GP español.
En ese mismo trazado, Fernando Alonso hizo vibrar al público local con sus victorias en 2006 y 2013, y cada curva parecía gritar su nombre. También allí se gestaron momentos menos épicos pero igual de reveladores: estrategias maestras, errores costosos, remontadas imposibles y batallas de ingenieros desde los boxes. El GP de España es el punto de inflexión del calendario, el primer escenario donde los desarrollos técnicos del año empiezan a mostrar su verdadero alcance.
En paralelo, Montmeló ha sido escenario fundamental también para la historia de MotoGP. Desde su debut en 1996, la pista ha sido testigo de duelos memorables como el de Valentino Rossi y Jorge Lorenzo en 2009, cuando definieron la carrera en la última vuelta en una maniobra tan precisa como brutal.
El circuito, con sus cinco configuraciones distintas, ha pasado por múltiples transformaciones. En 2002 se inauguró una nueva tribuna principal diseñada por Hermann Tilke, con capacidad para 9.580 espectadores. En 2021 se rediseñó la curva 10 (La Caixa), y en 2023 se eliminaron las chicanas finales, un cambio celebrado por pilotos y técnicos. “Nunca me gustó esa chicana. Ahora será más fluido, más duro para el cuello y los neumáticos… pero también más divertido”, dijo Hamilton en ocasión de la conferencia de prensa previa a correr en el nuevo trazado.
Ferrari, por su parte, es el equipo más laureado en esta pista, con 12 victorias que atraviesan generaciones de pilotos y configuraciones técnicas.
Es en este templo del automovilismo global que el próximo domingo desembarca Franco Colapinto. Tras un paso prometedor por Mónaco, donde terminó en el puesto 13°, el piloto de Pilar enfrenta el trazado de Montmeló con ambición. Su presencia en el GP de España fue destacada por la cuenta oficial de Fórmula 1 en redes sociales, generando una ola de apoyo que cruzó fronteras. Para muchos, su debut en Montmeló no será solo un paso en su carrera, sino el renacimiento de una relación histórica entre la Argentina y la Fórmula 1, marcada por nombres como Fangio, Reutemann y Zunino.
Montmeló vuelve así a ser el escenario de un cruce entre el pasado glorioso y el futuro posible. Entre las curvas que inmortalizaron a Senna y las rectas donde Hamilton reescribió la historia. El domingo, cuando el semáforo se apague, también lo hará el silencio y volverá el rugido, un poquito celeste y blanco.