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La universidad que viene: del dato al sentido

Durante décadas, la universidad representó el lugar donde se albergaba el conocimiento experto, un espacio privilegiado al que acudíamos para acceder a información que no estaba disponible en n...

La universidad que viene: del dato al sentido

Durante décadas, la universidad representó el lugar donde se albergaba el conocimiento experto, un espacio privilegiado al que acudíamos para acceder a información que no estaba disponible en n...

Durante décadas, la universidad representó el lugar donde se albergaba el conocimiento experto, un espacio privilegiado al que acudíamos para acceder a información que no estaba disponible en ningún otro ámbito. El saber era escaso, de difícil acceso, y el rol del docente se definía a partir de esa exclusividad. Sin embargo, ese modelo ya pertenece al pasado. Hoy, cualquier estudiante lleva en su bolsillo más información de la que una institución pudo reunir en buena parte del siglo XX. La inteligencia artificial y la disponibilidad masiva de datos nos obligan a reconocer que la universidad ya no puede sostenerse sobre la premisa de transmitir aquello que solo ella sabe.

La universidad del futuro debe dejar de concebirse como un lugar de acumulación de contenidos y convertirse en un espacio donde se forma criterio, pensamiento crítico y, sobre todo, humanidad. La información está al alcance de todos; lo que importa ahora es aprender a interpretarla, ponerla en contexto, cuestionarla y usarla con responsabilidad. La verdadera educación no es la que repite datos, sino la que permite comprenderlos y dotarlos de sentido.

En este tránsito hacia un nuevo paradigma, el modelo Humanics, desarrollado por Joseph E. Aoun, resulta especialmente valioso. No porque añada complejidad, sino porque ordena con claridad lo que, en esencia, necesitamos formar. La técnica sigue siendo indispensable en un mundo donde la tecnología atraviesa cada dimensión de nuestras vidas. Los datos, por su parte, dejan de ser un cúmulo cuantitativo para convertirse en un lenguaje que debemos saber leer, descifrar e interpretar. Y la dimensión humana se revela como el punto de equilibrio, el ámbito donde la ética, la empatía y el juicio permiten que la técnica y los datos se orienten al bien.

Esta transformación también interpela de lleno el rol del docente. Ya no somos transmisores exclusivos de conocimiento, sino acompañantes que facilitan el aprendizaje y expanden la mirada del estudiante. Ser docente hoy significa ayudar a ver lo que permanece oculto, a dudar de las respuestas fáciles y a animarse a pensar desde otros ángulos. En esencia, se trata de guiar sin imponer, de provocar preguntas más que de ofrecer conclusiones cerradas.

Cabe imaginar la universidad del futuro como un ágora contemporánea. No un conjunto de aulas donde se recitan contenidos, sino un espacio vivo de encuentro, intercambio y experiencias profundas. Así como en la antigua Grecia el conocimiento se transmitía en diálogo, caminando, discutiendo y compartiendo, la universidad debe recuperar esa dimensión humana del aprendizaje, esa experiencia que ninguna inteligencia artificial puede replicar. La formación no es solo cognitiva; es también emocional, ética, relacional.

Lejos de amenazar a la educación superior, la inteligencia artificial nos invita a volver a su misión más profunda: formar personas capaces de dar sentido al conocimiento. Personas libres, con pensamiento crítico, capaces de decidir cuándo usar la tecnología, para qué y con qué responsabilidad. La universidad del futuro no será la que reúna más datos ni la que enseñe más contenidos, sino la que logre despertar mejores preguntas. Porque el desafío que enfrentamos no es tecnológico. Es, antes que nada, un desafío profundamente humano.

Decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Austral

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-universidad-que-viene-del-dato-al-sentido-nid21112025/

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