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Lady Di en la Argentina: el encuentro con Menem y cómo se hicieron sus fotos en una pileta de Recoleta

Noviembre de 1995. Hacía tres años que Diana Spencer, la princesa de Gales, se había separado del príncipe Carlos, heredero al trono de Gran Bretaña. Aterrizó en Ezeiza el 23 de noviembre en ...

Lady Di en la Argentina: el encuentro con Menem y cómo se hicieron sus fotos en una pileta de Recoleta

Noviembre de 1995. Hacía tres años que Diana Spencer, la princesa de Gales, se había separado del príncipe Carlos, heredero al trono de Gran Bretaña. Aterrizó en Ezeiza el 23 de noviembre en ...

Noviembre de 1995. Hacía tres años que Diana Spencer, la princesa de Gales, se había separado del príncipe Carlos, heredero al trono de Gran Bretaña. Aterrizó en Ezeiza el 23 de noviembre en medio de un revuelo mediático sin precedentes. El público y las cámaras la amaban. Su visita ocurrió apenas tres días después de su explosiva entrevista con la BBC en la que por primera vez habló de su vida privada. Fue en ese reportaje donde disparó la frase que hizo historia: “Éramos tres en este matrimonio, una multitud”. Se refería, sin nombrarla, a Camilla Parker Bowles, quien entonces era amante de su marido y hoy es la reina consorte.

Después de semejante entrevista, Lady Di volvía a ser la celebridad más buscada por los fotógrafos de todo el planeta. Es imposible comprender esta tensión sin tener en cuenta el contexto. Las revistas aún eran fuertes en todo el mundo, vendían millones de ejemplares. Y una buena exclusiva, con un personaje relevante, podía multiplicar sus ventas a niveles impensados. Las editoriales pagaban fortunas por fotos “distintas” y, en muchos casos, no reparaban en cómo fueron conseguidas. El límite entre la vida privada y la vida pública era aún difuso. Entre los editores reinaba la idea de que “todo lo que está a la vista se puede fotografiar”. Y a algunos no le importaba si para tener a su objetivo “a la vista” había que subir una escalera, trepar un paredón... o subirse a un tanque de agua.

Diana llegó a la Argentina con una agenda repleta de compromisos y una estela de fotógrafos que la seguían por el mundo. Si bien la mayoría de sus compromisos fueron solidarios, la “princesa del pueblo” también visitó al presidente Carlos Menem en la Quinta de Olivos, navegó entre ballenas en Puerto Madryn, tomó el té en la localidad de Gaiman (fundada por colonos galeses) y participó de una gala en el Teatro Colón. En cada movimiento la acompañó la prensa.

Jorge Bosch entonces era subjefe de fotografía de la revista Gente. Prácticamente toda la redacción estaba convulsionada -y movilizada- por la visita de Diana. A él le pidieron “una foto distinta”. No tenía experiencia persiguiendo celebridades, jamás se sintió un paparazzo. Sin embargo, comprendió que para lograr su misión debía retratar a la princesa en alguna acción fuera de protocolo, fuera de las visitas programadas.

Y lo logró. En apenas tres disparos consiguió una escena única: la princesa descalza, envuelta en una toalla, mirando directo al lente. Esa tapa fue bautizada “Las fotos secretas de Lady Di en la Argentina” y esas imágenes, nacidas en silencio, dieron la vuelta al mundo.

-Cuando dijeron “viene Lady Di a la Argentina”, ¿qué pasó en la redacción de la revista?

-Acá no existía la figura del paparazzi. En Europa sí, pero nosotros no teníamos esa cultura. Cuando vino Lady Di, todos nos convertimos en paparazzi en media hora: conseguimos motos, armamos guardias, salíamos detrás del auto… toda la revista estaba abocada a ella.

-¿Cuál era tu rol en esa cobertura?

-Yo en ese momento era subjefe de fotografía. Coordinaba a los fotógrafos del staff y a los que contratábamos para la cobertura. Y trabajaba muy de cerca con María Calatayud, que tenía muy buena información. La idea era que el resto hiciera el seguimiento más clásico y que nosotros dos buscáramos algo distinto, algo “fuera de protocolo”.

-¿Cómo lograste esa foto en la pileta de la residencia del embajador?

-Sabíamos que estaba alojada en la residencia del embajador británico, en La Isla, Recoleta, a la vuelta de la embajada. Enseguida conseguimos el dato de que todas las mañanas, a las siete en punto, salía a nadar. Entonces con María fuimos a la esquina, miramos los edificios y encontramos uno desde el que creímos que podríamos ver el jardín de la residencia. Estaba el encargado baldeando la vereda. Me acerqué y le pregunté directamente si desde el edificio se veía la casa del embajador. Me dijo: “Se ve perfecto, pero para ver bien tenés que subirte al tanque de agua”. Tenía prohibido dejarnos pasar, hasta que lo convencimos... (risas) Nos dejó subir al día siguiente, bien temprano.

-¿A qué hora subieron?

-A las seis de la mañana ya estábamos ahí. Era verano, el sol pegaba fuerte, el techo tenía membrana y arriba el tanque de agua hacía mucho calor. Era peligroso, pero subimos igual. Yo tenía una cámara Nikon y un lente de 300 milímetros. Descubrimos que la pileta no se veía, la tapaban unos arboles, pero había un caminito de unos diez metros por donde tenía que pasar sí o sí para ir a nadar.

-Finalmente, apareció.

-A las siete en punto, como buena inglesa, la vi pasar. Sola. Era ella, sin dudas. Pero pasó tan rápido que me la comí: no llegué a disparar. María me dice: “¡Mirá que pasó!”. Y yo me quería morir. No me dio tiempo. Yo sabía que iba a nadar, la veíamos entre los árboles pero no era fotografiable, que iba a estar un rato y que, tarde o temprano, tenía que volver por ese mismo caminito… Así que esperamos.

-¿Cuánto tiempo estuvieron esperando allá arriba?

-Habrá estado unos cuarenta minutos nadando. Yo, con el ojo pegado al visor, el sol de costado, la transpiración cayendo sobre la cámara… el ojo que me empezó a titilar. Pero tenía la idea fija: “Tiene que volver por acá, tiene que volver a pasar”.

-Y finalmente pasó.

-Sí. Cuando la veo volver, ya terminando de nadar, me preparo. Pasa entre los árboles, sale a ese caminito y ahí hago tres fotos. Nada más. Y fue tan rápido que ni siquiera supe en ese momento que ella me había visto.

-Claro, era otra época, no existían las cámaras digitales.

-Claro, trabajábamos en diapositiva. No había manera de revisar nada: tenías que confiar en tu ojo. Llegamos corriendo a la redacción, fui al laboratorio, pedí que revelasen el rollo... y recién ahí veo el material, los tres cuadritos. La veo a ella descalza, tapándose con el toallón, mirándome directo. Ahí dije: “Listo, esta es la foto”.

-¿Qué sentiste cuando la viste revelada?

-Fue un golazo. Para mí y para la revista. Ninguno de los fotógrafos extranjeros que habían venido a cubrir la visita tenían esa imagen. Afuera, en Inglaterra o donde sea, una foto así era casi imposible. La editorial después la vendió al extranjero.

-Además de la piscina, la seguiste en las actividades oficiales.

-Ahí ya era todo más tradicional. La seguimos varios fotógrafos. Estuvo con Menem y con Zulemita, tenía puesto un trajecito rosa. Era todo muy formal, muy de agenda: bajar del auto, saludar, posar. Nada desestructurado.

-Con ese traje rosa también visitó el hogar para ancianos de la British American Benevolent Society, en Villa Devoto.

-Sí, el hogar de ancianos de la comunidad inglesa. Me metí por atrás, por una ventana, y alcancé a retratarla escuchando a una señora mayor, muy concentrada.

Al día siguiente, Lady Di visitó un centro de rehabilitación de adicciones en el delta. “Alquilamos una lancha chiquita para seguir el movimiento. Yo me subí a un árbol del otro lado del río y la vi aparecer en una especie de balcón del barco, mirando el paisaje. Justo su silueta se reflejó en el vidrio. Esa foto fue muy buena, terminó en doble página”.

-¿La seguiste también durante el avistaje de ballenas, en Puerto Pirámides?

-Sí. A todos los fotógrafos nos subieron a un barco y a ella -y sus guardaespaldas y otros que la acompañaban- una lancha aparte, más chica. Estábamos todos esperando el milagro: “No puede ser que justo salga la ballena para ella”, decíamos. Y salió. Hay una foto de Diana tocando la ballena, con un traje celeste. Increíble".

Diana luego se trasladó a Gaiman, donde tomó el té en la casa Ty Te Caerdydd. La confitería exhibe una placa de mármol con la fecha de la visita y conserva la vajilla que usó la princesa como una reliquia.

-Mencionaste que en Argentina no existía la cultura del paparazzo.

-Fue una locura. Yo me subí una vez a una moto para seguir el auto y me dio miedo. Iba con la cámara colgada, agarrado como podía. Ahí me cayó la ficha de lo peligroso que era. Por eso siempre pensé que en París, el día del accidente, tranquilamente se podría haber cruzado una moto.

En la madrugada del 31 de agosto de 1997, Diana murió en un accidente de auto en el túnel del Pont de l’Alma, en París. En un primer momento, buena parte de la opinión pública culpó a los paparazzi que la seguían; luego las investigaciones apuntaron al conductor, que manejaba alcoholizado y a alta velocidad.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/lady-di-en-la-argentina-el-encuentro-con-menem-y-como-se-hicieron-sus-fotos-en-una-pileta-de-nid27112025/

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