Leonardo Sbaraglia: “Los argentinos tenemos una gran necesidad de reírnos de nosotros mismos”
Un oscuro gobernador de una provincia del noroeste argentino, capaz de vender el alma a una empresa francesa para que extraiga litio en sus terruños, no importa si eso implica dejar sin agua a tre...
Un oscuro gobernador de una provincia del noroeste argentino, capaz de vender el alma a una empresa francesa para que extraiga litio en sus terruños, no importa si eso implica dejar sin agua a tres pueblos enteros. A la luz de lo que suele pasar con la megaminería en la Argentina (y con la venta de almas, dicho sea de paso), la historia se puede tocar con los dedos. En Las maldiciones, la nueva miniserie dirigida por Daniel Burman y Martín Hodara que se estrenó anteanoche en Netflix, ese gobernador corrupto es Leonardo Sbaraglia, quien viene de interpretar al expresidente Carlos Menem en la serie Menem. Navegando otra vez en las oscuridades del poder, el actor se zambulle de palito en el barro de la condición humana. En esta entrevista, Sbaraglia cuenta cómo se preparó para meterse en la cabeza de un político y reflexiona sobre la identidad argenta. “Tenemos una gran necesidad de reírnos de nosotros mismos”, afirma.
La verdad sea dicha: tiene una pinta tremenda, lo miran hasta las piedras y su estampa de buen tipo –muy pancho en campera de jean, zapatillas y termo bajo el brazo– da ganas de hacerse amigo
“Las minitas aman la pasta del campeón”, dice una vieja Letra de Los Redonditos de Ricota. Algún envidioso podría pensar eso si viera a Leonardo Sbaraglia entrar a La Mansión del hotel Four Seasons, en donde está haciendo una rueda de prensa por la miniserie que viene de estrenar. La verdad sea dicha: tiene una pinta tremenda, lo miran hasta las piedras y su estampa de buen tipo –muy pancho en campera de jean, zapatillas y termo bajo el brazo– da ganas de hacerse amigo. Estamos frente a uno de los actores más prolíficos y versátiles de las últimas décadas en la Argentina.
Un western con roscaLas maldiciones es una suerte de “thriller político puneño”, con ciertas llamadas al western, que se filmó en paisajes remotos de Jujuy a más de 4.000 metros de altura. Basado en la novela homónima de Claudia Piñeiro, fue dirigido por la dupla Burman-Hodara y, entre otros, participan: Gustavo Bassani (en el papel de Román Sabaté, el protagonista de la novela), Alejandra Flechner (madre del gobernador), Mónica Antonópulos (esposa de Sbaraglia en la serie) y Francesca Varela (hija de ambos).
El texto de Piñeiro, escrito en 2017, cuenta la historia de un joven bonaerense -Román Sabaté- que empieza a trabajar en el partido político de un candidato a gobernador –Fernando Rovira– de la provincia de Buenos Aires. Cuando finalmente llega a ser su asistente personal, decide secuestrar al hijo de su jefe. Así se encadena un dominó de traiciones, lealtades y luchas de poder. En la adaptación de Burman, la trama se muda al noroeste argentino y el clima se vuelve tan espeso que, por momentos, el espectador también se siente un poco apunado.
–¿Leíste la novela de Claudia Piñeiro en la que se basa la miniserie?
–No, no la leí. En general me ha tocado hacer muchas adaptaciones de novelas, como Las viudas de los jueves, también de Claudia, o Bajo un sol tremendo, de Carlos Busqued. Es mucho lo que uno tiene que trabajar e investigar para cada película y además, en el caso de Las maldiciones, la novela transcurre en la provincia de Buenos Aires.
–¿Cambiaba mucho que tu personaje no fuera un gobernador bonaerense sino de una provincia del noroeste argentino?
–Totalmente. De hecho, me acuerdo que Burman me pidió que no leyera el libro original porque mi personaje iba por otro lado. Como la miniserie transcurre en el noroeste del país, tenía que indagar en ese acento, en ese carácter, y salir de la novela de Claudia, que exploraba el universo bonaerense.
–¿Cómo te documentaste para personificar a un político, en este caso a un gobernador, dado que ya venías de hacer el personaje de Carlos Menem?
–Hice una investigación importante. Más que nada mi trabajo fue ir al Senado, hablar con políticos y jueces, porque mi personaje tiene un pasado de juez federal. Entonces hablé con un juez federal activo y con otro que ya no estaba en funciones. También tuvimos un asesor político, que se llama Leandro Halperin, con quien nos hicimos muy amigos. Él está muy metido en la “rosca política” y en todo momento me acompañó. Es un tipo con mucho activismo en todo lo que tiene que ver con mejorar los derechos de la población en las cárceles argentinas.
–Mencionaste la “rosca política”, ¿te gusta esa rosca?
–No conozco el tema en profundidad, pero tenía que investigarlo para la serie. No tenía idea de cómo es eso de juntar votos para que aprueben un proyecto . En todo momento Leandro me daba un marco. Y de pronto íbamos juntos a visitar a un juez federal; hacíamos muchos kilómetros de ruta, tomando mate, y yo le iba leyendo los textos de la serie. Él me iba corrigiendo, me mostraba cómo se expresa un político.
–¿Fue una especie de coach?
–Sí. Leandro es una persona que está muy metida en los medios porque todo el tiempo está tratando de impulsar leyes en relación a los derechos en las cárceles. Me acuerdo cuando hicimos Plata quemada, basada en la novela de Ricardo Piglia, en 1999, que fui por primera vez al Centro Universitario de la cárcel de Devoto. Me interesaba meterme en ese mundo, entender cierta cuestión vinculada con el encierro de los cuerpos. Muchos años después también participé en Sin retorno (2010), otra película relacionada a la cárcel. Lo que quiero decir es que uno siempre tiene que involucrarse en un trabajo de campo de algún tipo. En Las maldiciones me propuse entrevistar a gente activa en el Senado de la Nación. Y con respecto a la rosca, te vuelvo a decir: es algo que ocurre y tiene que ver con la puja política. Es algo que le pertenece a ellos.
Sbaraglia acaba de terminar el rodaje de Amarga Navidad, la nueva película de Pedro Almodóvar (su vuelta al idioma español tras su film en inglés La habitación de al lado), que llegará a los cines en 2026
–¿Los políticos también son un poco actores? ¿O viceversa?
–Bueno, hablando con Leandro él me decía justamente eso, pero en los dos sentidos: “ustedes los actores también tienen mucho de políticos”. Es decir, cuando un político está en campaña se pasa las veinticuatro horas representando un papel. Y un actor, cuando promociona su película, también tiene que estar con la gente y salir de la comodidad de su casa. En la serie, la madre de Fernando Rovira –mi personaje– le dice: “ahora vas a tener que salir de tu casita y arremangarte”. En su mayoría suele pasar que los políticos tienen un sustento económico muy grande y una comodidad que les impide salir al mundo real.
–Antes de esta serie venías de personificar a Menem. ¿Qué te interesa de la oscuridad o más bien de los claroscuros de la política y el poder?
–Me parece que a nivel expresivo los políticos son personajes especialmente atractivos. En el caso de Carlos fue fascinante todo el proceso: poder interpretarlo, meterme en su vida, en su cabeza y, justamente, tratar de entender esos claroscuros. Tuve que salir del propio prejuicio que podía tener para tratar de abordar toda la envergadura de ese ser humano. Más allá de lo que podía opinar un sector u otro, los que los defienden y los que no, yo creo que era un tipo brillante, muy lúcido, un animal político tremendo. También es cierto que todo queda muy sesgado a un momento político, a una década; se termina construyendo también un personaje de esa persona.
–¿Qué analogía podés hacer entre el personaje de Menem en la serie, con esa faceta “seductora” que muchos veían en el expresidente, y el gobernador de Las maldiciones?
–Creo que Carlos tenía esa cosa de charme natural. En cambio, el gobernador es un tipo más seco, dominado por su madre, cuyo entramado psicológico está atrapado por otra cosa. Se da una relación de clan (hay muchas referencias a los feudos provinciales) y, en el caso de Fernando Rovira, podemos pensar que el poder real es de ella.
–¿Pero te quisiste meter a propósito a interpretar políticos en este momento de tu carrera o se dio de casualidad?
–Fue una casualidad total.
–Porque tampoco es que hayas tenido una militancia política siendo joven...
Teatro, Almodóvar y anteojosLos últimos tres años de la carrera de Sbaraglia fueron muy movidos. Y también tiene desafíos por delante: en octubre próximo será el protagonista del monólogo teatral Los días perfectos, en el Teatro La Latina de Madrid. Esta obra representa el debut de Sbaraglia en el teatro español y está basada en una novela de Jacobo Bergareche, adaptada y dirigida por Daniel Veronese.
Pero vamos a su último trienio: en 2023, el actor interpretó a un pedante profesor de filosofía en Puan, junto a Marcelo Subiotto, en la comedia dramática dirigida por María Alché y Benjamín Naishtat, que recorrió festivales internacionales y fue premiada en San Sebastián. También estrenó Asfixiados, junto a Julieta Díaz, en la que se explora la ciclotimia sentimental de una pareja que intenta salvar su relación en altamar. Dos papeles muy distintos que confirman su versatilidad para moverse entre el drama y el humor.
En 2024 llegó un proyecto bastante distinto a lo que venía haciendo: El hombre que amaba los platos voladores, de Diego Lerman, una fábula absurda sobre un reportero (José de Zer) que se obsesiona con la idea de ser abducido por extraterrestres. Finalmente, este año protagonizó la serie Menem, dirigida por Ariel Winograd, que tres meses después de su estreno (el 9 de julio) sigue en el top ten de lo más visto en Prime Video.
Al respecto de esa serie, Sbaraglia afirmó: “todos queremos que haya una segunda temporada. En este momento, se está negociando; creemos que se puede hacer algo precioso. ¡Se pueden hacer diez temporadas! Porque, además, solo con esos personajes instalados y lo que se logró, creo que se puede hacer hasta The Office. El humor y la capacidad que tiene Ariel son fantásticos”.
Pese a tener la agenda colmada, el actor tuvo tiempo de meterse en el mundo del diseño y lanzó una cápsula de anteojos de lectura y de sol junto a la marca argentina Volga, un proyecto que él mismo ayudó a diseñar.
Quien hubiera dicho en 1987 que aquel personaje de Diego en Clave de Sol iba a hacer semejante carrerón. De hecho, el propio Sbaraglia suele recordar que, en el primer año de la serie, los técnicos y camarógrafos lo apodaron “Maderaglia” (porque al parecer era de madera para aprenderse los diálogos). “No daba pie con bola”, suele contar en las entrevistas.
–Una de las virtudes que más se elogian de vos es tu versatilidad, de pasar de ser un gerente panzón que vende televisores a un expresidente o al personaje atormentado de Errante corazón, una película que pasó bastante desapercibida...
–¿La viste esa película? Si no la viste mirala, te paso un link. Errante corazón está en mi top tres de películas que hice. Pero bueno, lo de la versatilidad... muchas veces, según el personaje que hago, me digo “¿qué actor soy?, ¿en qué actor me convierto?”. Estudié teatro desde los 13 años y siempre estoy tratando de aprender diferentes técnicas. Cada trabajo requiere su propio acercamiento y a mí me gusta bastante jugar.
–En los últimos años hubo como un revival de los noventa, desde la serie de Coppola hasta la de Menem o tu personaje de José de Zer. ¿Hay algo así como una revisión de esa década?
–Absolutamente. Creo que hay una necesaria revisión de los noventa en la Argentina. Me parece que evidentemente tenemos algo que sanar. Como sociedad, seguro. Y quizás la ficción tenga esa intuición. La de los 90 es una década muy atractiva a nivel expresivo, un poco por eso de “la pizza y champán”, casi como si fuera una película de Sorrentino . A mí al menos me gusta pensarlo de esa forma: que como sociedad la ficción puede traer una respuesta, una respuesta reflexiva; alguna herida abierta tendremos ahí, ¿no?
–¿Cuán importante es para vos el papel del director para encontrar el sentido del personaje que te toca interpretar?
–Los directores siempre te dan un norte. Quizás en otros países, como en Estados Unidos, el personaje se prepara por fuera y después se encuentra con el director en el set el día mismo del rodaje. Yo siempre me acerco mucho al director y trabajo codo a codo. Con Ariel , por ejemplo, con el que hicimos Hoy se arregla el mundo, El gerente y los seis capítulos de Menem, somos como hermanos. Con Daniel nos estábamos “persiguiendo” desde el año noventa y pico y también establecimos una relación de complicidad. Además, yo ya había trabajado con Martín Hodara, el otro director, en Nieve negra, con Ricardo Darín.
–Dijiste que con el personaje de Menem trataste de entenderlo y no juzgarlo. ¿Podrías interpretar a Javier Milei y hacer lo mismo? ¿Entender y no juzgar?
–Y... es más difícil porque lo tenemos más cerca. A Carlos lo tenemos tres décadas atrás. Entonces uno puede darle una perspectiva. Con Milei todo está muy convulsionado en este momento. Yo no sé si lo podría interpretar, por lo menos eso te puedo decir ahora.
–¿Por qué? ¿No te imaginás en la piel de Milei?
–Me parece un personaje fascinante pero no sé si naturalmente me lo puedo imaginar. Nunca me hubiese imaginado interpretando a Menem. Nunca. Y sin embargo, alguien me vio. Digo, Wino y Nathalie me vieron. Pero para interpretar a Milei buscaría un actor con algo más de imprevisibilidad, del estilo de Alfredo , una cosa así más pasional. Milei tiene mucho de actor, con esos ataques de ira... es muy expresivo.
–En la miniserie se trata el tema de la megaminería en la Argentina, un tema que tiene un anclaje real en el noroeste argentino. ¿Qué opinás al respecto?
–Evidentemente son temas que están en el aire. Pienso que es necesaria una discusión sobre la explotación de los recursos naturales, el cuidado del medio ambiente y cómo eso dialoga con el crecimiento de la economía, con las necesidades del país, con no regalar esos recursos a intereses extranjeros.
El chanta argentinoEl 14 de agosto pasado se estrenó Homo Argentum –la película de Mariano Cohn y Gastón Duprat, protagonizada por Guillermo Francella–, que generó un debate sobre algunas representaciones del “ser argentino” (si existe algo así), asociadas a la doble moral, al doble discurso, al oportunismo y a la vieja etiqueta del “chanta argento”.
En su momento, el mismo presidente Milei celebró la película y la proyectó ante su gabinete en Casa Rosada. Con el tono beligerante de siempre, dijo que Homo Argentum es “una obra de arte... muestra el problema de la justicia social; la justicia social es un robo, injusta y criminal”. Luego posteó en X: “la película deja en evidencia la oscura e hipócrita agenda de los progres caviar”.
–Viviste ocho años en España, ¿esa distancia te ayudó a reflexionar sobre la idea del “ser nacional”? En este momento hay toda una polémica con la imagen del “chanta argentino” que se muestra en Homo Argentum. ¿Qué opinás de la película?
–Yo todo el tiempo estoy teniendo ese péndulo entre la Argentina y España. Todavía no vi Homo Argentum y por eso no quiero opinar. Cuando veo esa imagen del chanta en las películas argentinas pienso que es una versión posible y, en todo caso, atendible. Pero yo amo este país, amo a los argentinos y estoy orgulloso del país que somos. De hecho te diría que volví de España en mi mejor momento.
–¿Por qué?
–Extrañaba, extrañaba a mi familia, extrañaba mi identidad. A mí me encantan los argentinos. Y sí, siempre están esas películas en las cuales quedamos como muy mal vistos. Tal vez la gente las va a ver porque evidentemente hay una necesidad de reírnos de nosotros mismos. Me parece válido y no quiero entrar en esa especie de polémica. Festejo que con Homo Argentum el cine argentino haya vuelto a las salas. Me parece fantástico. Ahora habrá que hacer películas que también hablen de otras cosas, de las cosas buenas que sí tenemos.
Arruinar (o no) la vida de los suyosUno de los aspectos más interesantes de Las maldiciones es el vínculo entre padres e hijos. Y en este asunto Burman es un experto. En una entrevista que este diario publicó la semana pasada en relación al estreno de la miniserie, el director dijo: “cuando era más joven, mi obsesión era respecto a la cuestión de la filiación y a la idea del buen padre, la buena madre, qué transmiten, qué no y qué nos hace padres. Ahora ha mutado por algo que pude contar y explorar muy bien en esta serie: en realidad, uno tiene un potencial de daño enorme como padre y el buen padre es el que le jode la vida lo menos posible a los hijos. Es un cambio de perspectiva muy grande”.
Burman cuenta que en la primera charla que tuvo con Netflix, las palabras textuales que usó para expresar por qué quería hacer esta serie fueron: “la maldición somos nosotros, los padres, hacia nuestros hijos, y tenemos que administrar esa maldición para que no les pase”.
–Hay una frase muy fuerte en la serie, que la dice Alejandra Flechner (la madre del gobernador): “tal vez los padres estén para que los hijos nos odien”. Vos tenés una hija en su adolescencia, que en teoría es el momento de mayor rebeldía contra los padres. ¿Qué te genera esa frase?
–Creo que los padres somos referencia inevitable para los hijos: por omisión, por distancia, por como quieras llamarlo. Y yo, como hijo, agradezco a mis padres la vida que me dieron, la alimentación que me dieron, el cobijo que me dieron. Ellos me han dado la vida y se los agradezco. En la novela quizás Claudia lo pueda ver como una maldición, pero yo creo que uno tiene que agradecer muchas cosas a los padres. La maldición del gobernador es, probablemente, tener una madre como la que tiene.