Los papelitos de Ned Flanders
Hace unos días recordé un episodio de Los Simpson en el que Ned Flanders, bigote castaño, anteojos, vecino de la familia, insoportable pero generoso, les presta una casa en la playa para que vac...
Hace unos días recordé un episodio de Los Simpson en el que Ned Flanders, bigote castaño, anteojos, vecino de la familia, insoportable pero generoso, les presta una casa en la playa para que vacacionen, y ellos van y Lisa se vuelve popular entre los niños del lugar y Bart se pone rabioso y se lo arruina. Es un muy buen capítulo. Siempre es lindo verlos fuera de Springfield. Hay una escena en particular: es la que ocurre no bien llegan y Homero y Marge ven que Ned dejó papelitos por todos lados en los que les dice para qué sirve cada cosa y qué hacer con ellas. Es espectacular. La imagen y la conversación en ausencia, pero con sentido, que entablan a kilómetros. Por ejemplo, en la puerta de la casa deja una carta en la que les avisa que dentro hay varios post it con mensajes que deben leer. En la heladera pega un papel que dice “pongan comida aquí”. Dentro del freezer, encima de las cubeteras, deja dos mensajes: el primero dice “llénenme” y el segundo aclara “con agua”.
Me acordé del capítulo hace unos días, cuando me subí a un taxi para llegar al trabajo y lo vi igual, lleno de papelitos. Por ejemplo: detrás del apoyacabeza había pegadas etiquetas que decían “tengo balanza para pesar su valija” y “solicite cargador para su celular”; detrás del respaldo, tenía colgado un organizador que decía “aquí hay pañuelitos”, “aquí hay servilletas”, “aquí hay alcohol en gel”, “aquí hay caramelos”, “apriete, esta es la papelera”. Cada cosa se veía, pero decía igual. El tema es que no eran los únicos. Había más papelitos y esos sí me molestaron. Decían, por ejemplo, “los menores de edad tienen que viajar con cinturón de seguridad”, “enganche aquí el cinturón”, “mire atrás al bajar”. Este, de todos, fue el más urticante: estaba pegado justo en el borde de la puerta trasera, y a esa misma altura, pero del lado de afuera, el chofer había puesto un pequeño espejo que reforzaba lo que ponía la nota, “mire atrás al bajar, mire por este espejo”. Dos veces. Dos veces.
Todo extremadamente obvio. Bajé del auto algo ofuscada, como quien piensa ¿qué le pasa a este hombre que me trata como tarada, qué se cree?, ¿que no sé abrir la puerta del auto sin chocarla?, ¿por qué no le da órdenes a su madre? Y qué sé yo cuántas sonseras más, y después me subí al ascensor y comenzó el día y no volví a pensar en el tema. Hasta más tarde. Me di cuenta de que pensaba en el chofer y sus mensajes tras una charla telefónica con una amiga, que no tenía que ver con el episodio, pero estaba completamente ligado, porque ella me contaba que después de dos años y de trabajar con la dedicación con la que hace todo, desde comprar el regalo de cumpleaños para cada una de sus hermanas hasta escribir una tesis, le pidió un aumento de sueldo a su jefe, y su jefe se hizo el sorprendido y le dijo que no estaba en sus planes. Corté y le tuve que dar la razón al chofer de esa madrugada: sí que son tiempos en que es necesario evidenciar lo obvio.
Hay que decirlo. Y escribirlo también. Por ejemplo, hay que mirar atrás al bajar para que otro auto no nos atropelle, hay que ponerse el cinturón de seguridad, hay que respetar el semáforo, hay que saludar cuando se llega a un lugar, hay que comer para no tener hambre, hay que hacer ejercicio para tener buena salud, hay que trabajar para ganar plata, hay que dormir para no tener sueño, hay que estudiar para aprobar un examen, hay que pedir disculpas cuando se hace daño, hay que esforzarse para que las cosas pasen.
Sí que hay que decirlo. Aunque lo que angustia es por qué. Cuándo dejamos de darnos cuenta. Qué sucedió que la línea del pensamiento lógico se rompió. Y lo peor, ¿se podrá arreglar?
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/los-papelitos-de-ned-flanders-nid03072025/