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Los vencedores de la derrota

Vivimos tiempos volátiles. Tan gaseosos que ni el acuerdo ni el premio Nobel que tenían la paz como motivo han conseguido garantizarla donde estaban destinadas tan buenas intenciones. Si una sema...

Los vencedores de la derrota

Vivimos tiempos volátiles. Tan gaseosos que ni el acuerdo ni el premio Nobel que tenían la paz como motivo han conseguido garantizarla donde estaban destinadas tan buenas intenciones. Si una sema...

Vivimos tiempos volátiles. Tan gaseosos que ni el acuerdo ni el premio Nobel que tenían la paz como motivo han conseguido garantizarla donde estaban destinadas tan buenas intenciones. Si una semana nos felicitamos por la paz mundial, a la siguiente buscamos con normalidad dónde caerá el próximo misil.

En ese vaivén quienes triunfan languidecen más pronto que tarde, y los perdedores se vuelven modelos en esa dignidad que impone la derrota. Si la proscripción de María Corina Machado solo consiguió más apoyo a su partido, su derrota electoral le dio un reconocimiento mundial que el comité del Nobel apenas refrendó.

Si la proscripción de María Corina Machado solo consiguió más apoyo a su partido, su derrota electoral le dio un reconocimiento mundial que el comité del Nobel apenas refrendó

Algo parecido le pasó a Volodímir Zelensky, que enfrentaba graves problemas de gobernabilidad cuando Vladimir Putin decidió ejercer imperialismo y tomar territorios como si jugara al TEG. Aunque no suelta los pedazos de Ucrania invadidos, el costo económico, humano y diplomático de Rusia muestra lo ingratas que pueden ser las victorias.

Cada tanto releo un extraordinario texto que el escritor Manuel Vicent escribió en El País, en el que reivindicaba la derrota. Escribía que “En nuestra sociedad, que está amasada con héroes y mercancías, los máximos vencedores siempre acaban anunciando sardinas en escabeche”.

Escrita en 1989, meses antes de la caída del Muro de Berlín, esa frase anticipaba el derrumbe de tantos líderes contemporáneos. Demasiada gente que se autopercibía como llamada a la gloria, termina condenada por las trapisondas que necesitaron para alimentar su gesta.

Desde que Francia lo reeligió en 2022, Emmanuel Macron no ha dejado de perder tanto apoyo popular como primeros ministros. Al momento de enviar esta reflexión a la redacción, acusaba cinco renuncias y un robo inverosímil en el museo parisino más concurrido.

En Colombia, Gustavo Petro anda en las mismas que su par de España, Pedro Sánchez. Llegaron al poder con una narrativa que proclamaba el fin de la corrupción y la renovación política. Pero los escándalos cotidianos los empujan a una espiral de golpes de efecto que solo acelera la pérdida de su capital político.

A izquierda y derecha, líderes que en los oropeles del poder parecían eternos terminaron condenados por delitos comunes. Quienes suponían que no tenían nada en común, como Cristina Kirchner y Jair Bolsonaro, compartirán un párrafo dedicado a su condena penal en Wikipedia. Ni siquiera el glamour de ir a prisión acompañado de una estrella como Carla Bruni le ahorra a Nicholas Sarkozy la ignominia.

Reinventando la metáfora de Vicent de las sardinas, los vencedores terminan escabechados en su propio jugo, enlatados en un mundo que solo les devuelve la alta imagen que tienen de sí mismos. Por eso el escritor aconsejaba entonces: “Huye del éxito, criatura, porque todo el que triunfa ya ha muerto.”

La fama, que durante décadas pareció ser la meta final de cualquier carrera política, es el principio del fin de todas ellas. El sentido común repite que el poder corrompe, pero la realidad es que el poder delata. Líderes como Nicolás Maduro no son peores que eso que circula globalmente en memes. Es solo su ineptitud multiplicada en millares de pantallas.

Si cualquiera de estos personajes hubiera aceptado su destino mediocre, hoy sus errores estarían confinados a una gris oficina pública o a la comidilla de alguna peluquería pueblerina. Pero convencidos de que eran los líderes que su pueblo necesitaba, interpretaron tras su efímera victoria que el pueblo necesitaba más de ellos mismos. Y prodigaron su inoperancia hasta el extremo que los condenó al desprecio.

Oremos, pues, junto a Vicent: “Pide sólo que los dioses te quieran, vístete de dril y, apartado de la fama, contempla el mar hasta que tus ojos se vuelvan azules. La victoria engendra dispepsia.” Agradezcamos pertenecer al grupo de escogidos perdedores, “la última gente elegante que ha sido derrotada pero no vencida”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/los-vencedores-de-la-derrota-nid26102025/

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