Marco Wolff en Israel: la vida feliz de un futbolista argentino entre las sirenas de la guerra y la tranquilidad de un fútbol vacío de barras bravas
“Lo mejor de jugar acá es dormir todos los días en mi cama. La cancha visitante que me queda más lejos está a una hora, y no existe la cultura de la concentración previa. En los días de par...
“Lo mejor de jugar acá es dormir todos los días en mi cama. La cancha visitante que me queda más lejos está a una hora, y no existe la cultura de la concentración previa. En los días de partido me levanto, saco a pasear al perro, como, agarro el auto, lo dejo en el estacionamiento del estadio, juego, vuelvo a subir al auto y ceno en casa. En Argentina pasaba de dos a tres noches por semana en un hotel, y si viajábamos al interior, a veces más. Acá la vida personal vuelve a tener una entidad mucho más importante que la de allá”.
Vivir en un país donde los conflictos bélicos se suceden de manera más o menos periódica no debe de ser sencillo. Mejor dicho, no lo es. Pero también puede tener sus ventajas, sobre todo si la geografía colabora y el tamaño es reducido. Marco Wolff, de 28 años, arquero, es desde hace casi cuatro años un habitante más de Israel, el más gordiano de los nudos de la geopolítica mundial, el centro sobre el cual giran sin solución de continuidad debates, amores y enconos que se encienden en los puntos más diversos del planeta, generan toneladas de información y alteran las variables económicas. Aunque él, integrante del Tigre campeón de la Copa de la Superliga de 2019 y actual jugador de Maccabi Petah-Tikva, prefiera poner el acento en la felicidad que le brinda jugar al fútbol cada semana y disfrutar de la tranquilidad de la vida hogareña.
“El fútbol es el principal deporte del país. Los hinchas se vuelven locos, ven todos los partidos, están atentos a todas las noticias, pero son superrespetuosos. No existen las barras bravas. Pueden chiflarte cuando salís a la cancha, insultarte de vez en cuando o escribirte algo en las redes, pero para quien se crió en un ambiente como el del fútbol argentino y tuvo que pelear contra el descenso, eso es casi un chiste. En Israel se permite seis extranjeros por club y vienen jugadores de ligas menores de Europa –Moldavia, Grecia, Chipre– y no pueden creer la calma con la que puede vivir acá un futbolista, sin viajar, sin concentrarse, sin que nadie moleste con cosas feas, cuenta Marco desde Medio Oriente.
Reflejos de Marco Wolff frente a Hapoel Petah-Tikva–Desde lejos se hace difícil asociar la vida en Israel con la palabra “tranquilidad”.
–Bueno; obviamente, el último año fue muy complicado. No solo para mí; para todos. Pero a mi proceso acá lo analizo de manera completa, no solamente por lo que pasó desde que empezó la guerra. Y en ese contexto más amplio puedo decir que me siento contento, estable. Acá conocí a la que hoy es mi esposa, me gusta la vida que llevo, y me acostumbré a algunas situaciones para las que no pensé iba a estar preparado. También ayuda que estoy en Tel Aviv, una ciudad culturalmente un poco aislada del resto del país, donde se hace una linda vida de playa y la adaptación resulta más fácil.
–¿Cómo consideraste que Israel era el mejor destino para continuar tu carrera? ¿Jugó el antecedente de tu papá ?
–No, yo tenía amigos acá, y durante tres ventanas seguidas, creo que desde 2019, me tentaron para venir. Pero yo estaba bien en Tigre. Tenía contrato, habíamos ganado la Copa de la Liga, estábamos en la Libertadores , iba al banco. Estaba proyectándome allá. De hecho, tuve una primera posibilidad concreta de venir en 2020, cuando ya había empezado la pandemia; charlé en el club y en ese momento me cerraron la ventana, pero se concretó al año siguiente. Mientras en Argentina llevábamos muchos meses sin jugar, los clubes tenían deudas y nos decían que nos pagarían cuando volviesen los hinchas, mis amigos en Israel me decían que las restricciones de movimientos eran muy pocas. Así que en enero de 2021 empecé a hacer los trámites y en mayo me decidí, un poco por lo futbolístico o profesional y otro poco porque allá las cosas no funcionaban y me pareció que era tiempo de tomar otro camino.
–¿No te pesó saber que te ibas a una liga muy menor?
–No niego que en un principio Israel no era mi primera opción. Pero cuando fui poniendo otras cosas en la balanza empecé a verlo con otros ojos. De todas formas, creo que eso de “liga menor” es un estigma que ya quedó un poco atrás. El torneo israelí es extremadamente competitivo puertas adentro, aunque el nivel no se equipare con el más alto que puede haber en Argentina. Somos 14 equipos que cada fin de semana pelean por algo hasta la última fecha, todo está muy apretado y eso da emoción y dinámica a los partidos. Además tenemos una Copa de Verano, que es un torneo oficial, y la Copa del Estado, que es la que ganamos el año pasado. Y hacia afuera es una liga que permite mucho, porque abre las puertas de Europa. Nosotros este año competimos en Europa League y Conference League para entrar a la fase de grupos.
Esa conquista del Copa del Estado, levantada por Maccabi Petah-Tikva luego de que superara a dos de los grandes (4-2 a Maccabi Tel Aviv en cuartos y 1-0 a Hapoel Beer Sheva, actual puntero de la liga, en la final) fue toda una sorpresa. El club, fundado en 1912 por estudiantes de una comunidad judía instalada en la zona en 1878, cuando el fútbol era todavía un pasatiempo poco conocido y cuando Israel no era Israel sino un territorio que formaba parte del Imperio Otomano, no levantaba ese trofeo desde 1952, y no integra la lista de los poderosos del país. “Fue excepcional. Hay tres o cuatro equipos que tienen presupuestos y estructura como para competir por los títulos: Maccabi Tel Aviv, Maccabi Haifa, Hapoel Beer Sheva, y eventualmente Beitar Jerusalén. Acá ni Vélez ni Huracán podrían ser campeones”, cuenta Wolff en charla para LA NACION mientras camina por Tel Aviv.
–Te pienso paseando por las calles e imagino lo que es que de pronto suenen las sirenas para avisar de un bombardeo...
–Como te decía, te acostumbrás a todo. En la ciudad tenemos una comunidad de argentinos bastante grande y unida, y cuando empezó la guerra y sonaban las primeras sirenas nos mandábamos mensajes y nos llamábamos para saber si había funcionado la Cúpula de Hierro que intercepta los misiles, y estábamos todos bien. Hoy, 1500 sirenas después, si el mensaje dice que sonaron sirenas en Tel Aviv y todos los cohetes fueron interceptados ya no me preocupo, porque aunque ese momento haya agarrado a alguien nadando en el mar y sin poder llegar al refugio, sé que no le pasó nada, que ya está, que nadie murió, nadie se lastimó. Problema terminado.
–¿No resulta chocante cruzarse en la calle con soldados que llevan los fusiles al hombro?
–No te niego que el primer shock cultural es fuerte, pero acá las armas son cien por ciento para funciones de protección en caso de ataques terroristas; nadie las saca para amenazar a otra persona y nunca se escapa un tiro. Se juntan dos cosas: por un lado, una sociedad muy atravesada por la guerra, por la muerte en general, en la que al día siguiente de un atentado la gente sale a trabajar y hace su vida normal, porque lo contrario sería darles una victoria psicológica a los que quieren aterrorizarla, y por el otro, se concibe la milicia como un honor. Todos fueron y son soldados, entonces todos saben por qué funciona el ejército y lo respetan. Mirá, justo ahora tengo dos soldados con fusiles delante de mí, y es como si no estuviesen.
–¿Cuál es el sentimiento general respecto a la situación?
–¿En relación con esta guerra? Que todavía hay 201 secuestrados por Hamas y que la solución sucederá sólo cuando todos vuelvan.
–¿Y con el interminable conflicto en Medio Oriente en general?
–Esta es una sociedad muy politizada y totalmente polarizada, como las de Argentina, Estados Unidos y todo el mundo. Tenés personas más de derecha que piensan que la solución debe ser tajante y personas más de izquierda que piensan que la solución debe ser más negociada. Justo antes de la guerra había manifestaciones todos los fines de semana en contra del primer ministro por este tipo de cuestiones. Hay dos miradas muy opuestas en estos asuntos y una sociedad que vive así desde hace muchos años. Pero también te digo que la visión cambió mucho en este último año, después de los ataques de Hamas. A mí me encantaría la solución de dos estados soberanos con su propio territorio, totalmente independientes el uno del otro y con fronteras como corresponde. Pero esa es la solución que se planteó en 1948 y no fue aceptada, y ahora, para que pueda haber paz, deberían desaparecer de la región los grupos terroristas, que, por ejemplo, comenzaron la guerra actual.
–Debe de ser interesante ser parte de un punto del mapa tan particular, en Medio Oriente. No es lo mismo que irse a vivir a España o Italia.
–No, no es lo mismo. Acá el choque cultural es más grande, pero me ayudó a hacer un proceso de maduración que seguramente no habría hecho quedándome en Argentina. A mí no me fichó Liverpool; vine y tuve que conseguirme un departamento, una obra social, una cama... Me independicé, viví solo. Tenía conocidos, me sentí cómodo de entrada, y eso ayudó para adaptarme relativamente rápido, también porque mis objetivos personales y profesionales fueron cumpliéndose. Entonces me di cuenta de que acá estaba creciendo y para eso tenía que arraigarme, meterme más en la vida del día a día. Hoy me siento parte de la sociedad.
–¿Creciste también como arquero?
–Muchísimo. El fútbol israelí imita mucho el modelo europeo y la técnica que se enseña es muy distinta a la argentina. Hubo un período de entre seis meses y un año en el que tuve que volver a la escuelita para aprender. No eran cosas que no supiera, sino que desde el punto de vista europeo son hechas distintas: la ubicación, la toma de decisiones, la forma de poner las manos (siempre tienen que estar por delante del cuerpo), la de agarrar la pelota. Ahora me llama la atención, porque sigo viendo fútbol argentino cuando tengo la posibilidad, y es muy notorio que en la misma acción la mayoría de los arqueros en Argentina toma una decisión y acá todos toman otra, distinta.
–Dame un ejemplo.
–Dónde pararme. En Argentina verás que los arqueros están mucho más cerca del área chica que del arco, mientras que los de talla mundial, los de las primeras ligas del mundo, se paran casi todos a medio metro de la línea. Allá enseñan a estar más adelantado y a tomar decisiones mucho más arriesgadas en pelotas divididas; acá, no sé si por la calidad de los tiradores o por la posibilidad de que el remate vaya más esquinado, es diferente. Mi sensación es de que en Argentina se tiene mucho más en consideración el instinto del arquero, que también es efectivo, y acá hay un manual que hay que aprender para seguirlo a rajatabla.
–¿Te quedás, entonces, en Israel?
–Argentina me encanta y tengo esa deuda personal de jugar allá y triunfar en la primera A, pero estoy muy cómodo acá, me gusta el fútbol y me gusta la vida. Me casé hace un mes; mi esposa, que es argentina, trabaja acá. Nos encantaría volver en algún momento porque sentimos que es nuestro lugar, el sitio donde nos gustaría crear una familia, pero nada está descartado, ni siquiera la posibilidad de ir a otro lado. Hoy tengo contrato por dos temporadas más, hasta 2027. Ya habré cumplido 30 años cuando termine. Pero no sé; esto es fútbol y todo es muy dinámico, todo puede cambiar.