Marina Mammoliti, la psicóloga detrás del boom del podcast Psicología al Desnudo
La psicóloga clínica y divulgadora Marina Mammoliti fue la invitada de este episodio de Conversaciones, el ciclo de entrevistas de La Nacion. Reconocida por su mirada clara y accesible sobre la s...
La psicóloga clínica y divulgadora Marina Mammoliti fue la invitada de este episodio de Conversaciones, el ciclo de entrevistas de La Nacion. Reconocida por su mirada clara y accesible sobre la salud mental, Mammoliti se volvió una referencia regional a través de su podcast Psicología al Desnudo, un fenómeno que ya reúne más de 426 mil seguidores en YouTube, donde aborda temas complejos de manera sencilla, cercana y basada en evidencia. También fundó Psi Mammoliti, una plataforma internacional de Psicología y Bienestar en la que más de 200 profesionales acompañan a miles de personas alrededor del mundo.
Durante la charla, Marina habló sobre el auge del interés por la salud mental en los últimos años, las emociones que más cuestan aceptar, la importancia del autoconocimiento y el rol del terapeuta como figura reparadora. También reflexionó sobre el impacto de los vínculos en nuestro desarrollo emocional, la teoría del apego, las crisis que nos obligan a replantearnos la vida y la necesidad de democratizar herramientas psicológicas para que lleguen a todos. Una entrevista íntima y profunda que invita a pensar, y a sentir, de otra manera.
—El podcast arrancó en 2020, en un momento muy especial...
—La pandemia fue protagonista. Empecé a notar, en mis pacientes virtuales y presenciales, que el encierro quitó los estímulos que nos distraían, desaparecieron. Se empezaron a mover emociones que antes podíamos evitar o distraernos de ellas, ahora la gente no entendía lo que le pasaba y apareció esa necesidad de tener respuestas. “Me tengo que mirar, no entiendo lo que me pasa”, eso planteaba la gente, “¿por qué lo siento? ¿por qué ahora? No sé que hacer con esto."
—¿Y qué cosas iban surgiendo? ¿El comienzo fue entre tus pacientes, entre tus consultantes?
—Exacto. Mis consultantes fueron los primeros que me impulsaron, en realidad, a sentarme a grabar. Aparecían un montón de cosas, y es interesante, porque eran emociones normales, naturales. Aparecía miedo, tristeza, enojo… y ese miedo, esa tristeza, ese enojo tenían todo el sentido de estar ahí. Por ejemplo, una persona que atravesaba un duelo —porque había muerto alguien o porque la pandemia había hecho que se cayera un proyecto— sentía tristeza, y aparecía esa sensación de “esto no está bien”, cuando en realidad sí, estaba bien. La tristeza estaba muy bien que estuviera ahí, porque la tristeza es la emoción que aparece necesariamente cuando uno atraviesa un duelo. Esa es su función principal. Yo empecé a notar algo del analfabetismo emocional, esto de “no sé cuándo aparece cada emoción”, “no sé qué hacer con esto”. Primero no la acepto, porque digo “uy, no, estoy triste, esto no tiene que pasar”. No entiendo que está bien que esté ahí, y además no sé qué hacer con eso. Entonces venían muchas personas a consulta a intentar sentirse normales —si tuviéramos que ponerlo entre comillas—, a preguntarme si estaba bien lo que sentían, si no estaban locos por sentirse de determinada manera.
—Vos dijiste tristeza, miedo… le sumo enojo, infelicidad, culpa. Son todas emociones que tratamos de evitar. Tenemos toda una serie de comportamientos para barrerlas bajo la alfombra y no enfrentarlas, ¿no?
—Los seres humanos tendemos a buscar todo el tiempo las emociones que mal llamamos “positivas” —que yo llamo “agradables”, las que se sienten lindas—. Porque es verdad, es lindo sentir alegría. Y tendemos a querer barrer bajo la alfombra o pasar rápido las emociones que se sienten desagradables: la tristeza, el enojo, la culpa, los celos, el miedo… todas esas que mejor esconderlas. Pero lo cierto es que la vida nos va a presentar situaciones en las que vamos a sentir necesariamente esas emociones, y está bien que así sea. Cada una tiene su función evolutiva.
—¿Y están por algo para mi o en general para el ser humano?
—Exacto. Sí, son universales. Nosotras dos, simplemente por ser seres humanos y tener un cuerpo y un cerebro, tenemos la capacidad de sentir todo el abanico emocional. Absolutamente todo. Por supuesto que a cada una, según la vida que tengamos, se nos van a encender ciertas emociones más que otras. Pensémoslo como el tablero del auto: se nos van a ir prendiendo esas alarmas por distintas circunstancias. Pero todos vamos a atravesar emociones incómodas. El gran camino —o de eso se trata la alfabetización emocional, como yo lo llamo— tiene que ver con aprender cuándo se me prenden esas alarmas emocionales y cuál es la función que tiene esa emoción en ese momento. Para poder, primero, aceptarla y después entender qué hacer con eso. ¿Por qué se me prendió? ¿Qué tengo que aprender de esta emoción para que cumpla su ciclo natural?
—Asumo que es más riesgoso evitarlas o taparlas completamente.
De hecho, ya lo decía Freud hace muchísimos años: si uno esconde o evita las emociones desagradables, no se esfuman en el aire. Ojalá desaparecieran, pero no. Las vamos guardando, acumulando, y en algún momento explotan, y generalmente de una manera poco saludable. Cuando venimos acumulando mucho enojo, por ejemplo… viste esas personas que nunca se enojan, que parecen siempre apacibles…
—y decís “no quiero estar cerca cuando explote”.
Exacto. Es como una olla a presión: cuanto más se aprieta, mayor va a ser el impulso cuando salga.
—Pero estamos hoy en 2025. Esto surgió en 2020 y siguió. ¿Hoy las necesidades son otras, o las angustias del ser humano terminan siendo siempre las mismas?
Yo te puedo responder desde mi experiencia: las angustias suelen ser las mismas. Por supuesto, cambió el contexto. Hay cosas que antes, en la pandemia, no teníamos que enfrentar y hoy sí, pero en el fondo las angustias siguen teniendo que ver con no poder aceptar ciertas emociones, con no saber qué hacer con eso, y con los vínculos. Sí, los vínculos. Gran tema.Es el gran tema de angustia, y también el de mayor aprendizaje. Pero sigue siendo el tema.
—Ese es un tema recurrente.
—Absolutamente. Es de los principales que traen a las personas a terapia. Una persona llega a terapia cuando las herramientas con las que venía lidiando con su vida antes funcionaban, pero ahora ya no. En este momento, todas esas herramientas que traía ya no me sirven. Tengo que actualizarme, encontrar otras nuevas. Y en general, los vínculos suelen ser grandes disparadores de ese vacío de herramientas: “no sé qué hacer”. Pero también las emociones. Si tuviéramos que pensar en los grandes temas que hoy traen a las personas a terapia, tienen que ver con los vínculos, la ansiedad, el estrés, el agotamiento.
—¿Y te dedicás, por casualidad o no, a un grupo etario en particular? ¿Tenés mayormente consultantes jóvenes o de otras edades?
—Desde que me recibí y empecé a atender Sí, te diría de 20 años en adelante.
—Pero bueno, 20 años son adultos jóvenes que están como recién casi saliendo de la adolescencia.
—Sorpresivamente igual los adultos jóvenes, estas personas de 20 años, quizás venían con una noción mucho más amable o la posibilidad mucho más amable de conectar con sus emociones, poniendo como mucho más en prioridad su salud mental. Hay una cuestión como de esta nueva generación de poder poner mucho límite, empezar a entender qué es lo que yo necesito y se lo transmito al otro. No digo que sea la generalidad, no, pero sí es algo que veo en contraste con las personas quizás más grandes, hay mucho del “debería”. Llego a consulta sin saber qué hacer con esto que me habita porque no me animo tanto a hablar de lo que siento.
—Decís en algún lugar en tu presentación que acompañás en este camino del autoconocimiento. Asumo por esto que el camino del autoconocimiento es un camino necesario de transitar para vos. ¿Y con qué objetivo lo transitamos?
—Carl Gustav Jung, que es un psicólogo y gran maestro para mí, habla del proceso de individuación. Le llama así. Es el proceso que va a encarar toda persona a lo largo de su vida, digamos. Es un proceso que uno podría no hacerlo, pero es casi como el gran objetivo y que tiene que ver con transformarnos en quienes de verdad somos. Él habla como de la primera mitad de la vida en la que los seres humanos tenemos que necesariamente adaptarnos a la sociedad en la que vivimos. Y entonces vamos agarrando mandatos y demás. Y hay un segundo momento en el que lo dejamos. Y entonces empezamos a caminar eligiendo, no destruyendo todos los mandatos. Se trata de ponerlo sobre la mesa y elegir cuáles son los mandatos que sí me hacen sentido a mí, cuáles son los que voy a dejar de lado para transformarme lo que más pueda en una persona completa, en una persona real. ¿Y a qué se refería él con esto? A integrar ambas cosas: lo que me gusta de mí y lo que no me gusta tanto. Esto que tanto escuchamos de luces y sombras, que tiene que ver con esto que muestro hacia afuera y con lo que me identifico, y lo muestro… y todo esto que me llevo ahí, tapando porque no me gusta de mí. Bueno, Jung hablaba de la posibilidad de integrar esas dos partes, porque es eso, en algún punto, lo que nos va a llevar a una vida más auténtica. Y a no estar explotando —esto que hablábamos— sin entender por qué exploto. Cuando yo puedo ir integrando y conectando con todas mis partes es mucho más fácil que pueda entender, primero, por qué hago lo que hago, y después saber qué hacer de manera consciente, lo más consciente posible.
—Porque vos decís: por entender por qué hago lo que hago. El principal aprendizaje es que lo hago por un motivo. Que hay un motivo detrás. Que nada es casual ni aleatorio.
—Está buenísimo. Eso fue lo que un poco a mí me llevó a estudiar psicología. Cuando yo veía todo el tiempo y decía: ¿Por qué tenemos estas conductas al parecer irracionales? Como… ¿Por qué esta persona se queda en una relación que en realidad no le hace bien? Uno de afuera lo miraría y diría: “no es esta la conducta más conveniente”. ¿Por qué lo hace? Y cuando empezamos a entender que todas esas conductas aparentemente irracionales en realidad tienen una lógica interna —solamente que no la vemos si nos quedamos en la superficie—, ahí aparece la psicología como la ciencia que se puede meter en las profundidades, a la cocina, para entender por qué tengo esos comportamientos que parecen irracionales. Empezamos a ver que no existe el libre albedrío psíquico. Nada es casual.
—Venimos de una historia, de toda una serie de experiencias que procesamos, de alguna manera.
—Exacto.
—¿Y cuánto nos frustra no hacer este camino del autoconocimiento?
—Yo conozco personas de 70, 80 años que no lo han hecho, y quizás hay algo del malestar… o no. Yo siempre recomiendo meternos a bucear. Pero en algún punto al principio —y esto pasa mucho en los procesos terapéuticos— uno se siente muy mal. “Empecé terapia y me siento peor.” Bueno, tiene que ver un poco con esto. Hay veces que abrir cuestiones del inconsciente que traíamos escondidas y llevarlas a la conciencia genera mucho malestar. Es el proceso necesario para después ir integrando y amigándonos con esas partes.
—Pero hay una promesa esperanzadora al final de este camino.
—Absolutamente. Porque quedarnos barriendo las cosas bajo la alfombra, como te digo, nos va a traer muchos momentos de malestar porque no vamos a entender por qué nos pasa lo que nos pasa. Probablemente incluso andemos por la vida culpando a otros: culpando a la situación, al país, a lo que fuera… como por fuera de nosotros. Sin entender que, en realidad, si empezamos a mirar un poco hacia adentro hay algo de poder que empezamos a ganar sobre las situaciones de la vida. Al menos en términos de elegir dónde me quiero quedar, de dónde me quiero ir. Entonces sí, es súper importante hacer el camino.
—Hablás también de democratizar el acceso a la salud mental. También me gustó ese término. Durante mucho tiempo, supongo que por prejuicio y también por circunstancias económicas, el acceso a la salud mental —cuando era una decisión terapéutica propia— quedaba restringido a un grupo… si querés, medio burgués, pensemos en una clase media. Y en realidad es algo que necesita cualquier ser humano sin importar el estrato en el que se encuentre y probablemente en múltiples circunstancias y situaciones. ¿Por qué pensás que es importante ese acceso?
—Quizás lo que me motivó a arrancar el podcast tenía que ver con esto: yo sentirme muy afortunada de haber accedido a un montón de herramientas cuando estudié la carrera de psicología, y decía: “¿cómo esto no lo sabe todo el mundo?”. Cuando empiezan a llegar mis consultantes y empiezan a traerme estos malestares, yo decía: “esperen, si uno entendiera la función de todo esto, no estaría este malestar”. Por supuesto que la psicoeducación es el primer paso de cosas que hay que trabajar. Pero ¿por qué no todos accedemos a esto? ¿Por qué no nos enseñan las herramientas emocionales? Y entonces democratizar la salud mental tiene que ver con eso: con sacar a la psicología de la academia, que estuvo tantos años como en ese nichito tan chico —como el que vos decís— o en los estudiantes de psicología o en las personas que podían pagar un proceso terapéutico. Democratizarlo tiene que ver con llevarlo a las masas: a las personas que no tienen por qué saber nada de psicología. Y en algún punto lo que hago a través de Psicología al desnudo tiene que ver con eso: con bajarlo a lo simple, con ejemplos muy concretos de lo cotidiano, sacándole los tecnicismos que generan una barrera.
—¿Y se llevan herramientas?
Algo que me traen todo el tiempo y es lindo porque es como si se los estuviera explicando una amiga. Lo sienten muy cercano. Yo hago mucho uso de historias. Cuento muchas historias. Uso muchas metáforas. La idea es bajarlo bien a lo simple. Y al final hay como una capsulita de herramientas prácticas.
—Más “tips”.
—Yo le escapo un poco a la noción de “tip” de psicología. No son recetas únicas. Eso es importante para mí decirlo: no son recetas ni verdades absolutas, sino recomendaciones para la acción relacionadas con el tema del episodio y basadas en evidencia lo más actual posible. Porque también se habla mucho de autoestima, de cómo mejorar la autoestima y demás, y después es difícil pensar “¿y qué hago con todo esto?”. Suena fantástico, pero falta el puente hacia la acción. Entonces siempre en cada episodio hay al final una mini cápsula para empezar a movernos hacia ahí y accionar. Esa parte gusta muchísimo: la gente la espera para saber cómo aplicar lo que escuchó.
—¿Algún episodio que recuerdes como muy exitoso? Y por exitoso me imagino: muy necesitado.
—Cuando lancé los episodios sobre la teoría del apego, me sorprendió lo que pasó. No dejaron de reproducirse durante años. Muchos consultantes venían a terapia diciendo “escuché el episodio del apego” y necesitaban hablar de eso. La teoría del apego es profundísima y muy amplia. Es hoy la teoría del desarrollo humano con mayor evidencia empírica científica. A mí me apasiona porque ayuda a responder preguntas como: ¿por qué hago lo que hago? ¿por qué siento lo que siento? ¿por qué reacciono como reacciono? Y la respuesta muchas veces está en nuestras primeras experiencias tempranas. Hoy sabemos —con estudios longitudinales— que esos primeros vínculos configuran gran parte de quiénes somos hoy.
—¿El primer vínculo con madre y padre?
El primer vínculo, en general, es mamá–bebé, pero yo prefiero hablar de bebé–cuidador: cualquier figura que haya cumplido la función de cuidado. Esa relación es fundante. Primero porque nos permitió sobrevivir —si no hubiéramos tenido ese vínculo, no estaríamos vivos— y segundo porque moldea nuestro cerebro. Ese vínculo temprano moldea, por ejemplo, la amígdala, que procesa emociones, ansiedad y miedo. Según cómo haya sido ese vínculo, la amígdala va a ser más o menos reactiva frente al estrés. También se generan más o menos conexiones del nervio vago, que regula la calma. Es decir, configura estructura cerebral. Y desde lo psicológico, moldea nuestras creencias sobre nosotros. Si soy valiosa o no, si merezco o no, si puedo o no. Eso se estructura en gran medida durante los primeros 24 meses de vida y tiene implicancias en todo lo que hacemos hoy: relaciones de pareja, trabajo, etc. Por eso es tan interesante revisar ese primer vínculo: porque condicionó muchas cosas de nuestra vida adulta.
—Y en terapia, sentirse acompañado en ese proceso es clave. Mucha gente tiene resistencia a iniciar, pero la presencia de un otro que acompaña hace una diferencia enorme.
—El vínculo terapéutico incluso puede convertirse en una figura sanadora de apego. Un terapeuta puede ayudar a reparar heridas, miedos e inseguridades que se formaron temprano.
—Además, cuando hablamos de salud mental, no siempre hablamos de enfermedad. Uno puede no estar clínicamente enfermo y aun así sentirse infeliz, insatisfecho, frustrado. Y eso ya es motivo suficiente para pedir ayuda.
—Las personas suelen llegar a terapia con “incendios”: urgencias que apagar. Es válido y necesario trabajar sobre eso, pero también pasa que, cuando se apagan todos los incendios, la persona siente alivio y quiere irse. Y es justo ahí donde empieza lo más importante: entender por qué se generaron esos incendios en primer lugar. Si no, seguramente volverán. Tal vez cambien los actores o las situaciones, pero el patrón se repetirá. Por eso entiendo la terapia y la vida como una escalerita ascendente: quizás vuelvo a enfrentarme al mismo conflicto, pero con nuevas herramientas, menos daño y más conciencia.
—Tengo algunas preguntas para cerrar. ¿Qué te trajo hasta acá?
—Mi curiosidad y mi compromiso. Curiosidad por entenderme —por qué hago lo que hago, por qué siento lo que siento y qué hacer con eso— y curiosidad por el universo de lo humano. Y compromiso porque cuando algo me apasiona, me meto de lleno. Doy el 110 por ciento. Esas dos cosas me trajeron hasta acá.
—¿Qué parte de tu infancia te gustaría volver a vivir?
—Los campamentos con mi familia. Mamá, papá, hermana, Patagonia, carpa. Eran momentos de mucho disfrute y aprendizaje. Volvería ahí.
—¿Qué te enoja con facilidad?
—El ideal de belleza. Me enoja lo presente y bombardeado que está. Me interpela mucho porque me peleo con ese ideal, pero a la vez me descubro repitiéndolo. Hay algo ahí que todavía no termino de resolver.
—¿Qué te hace reír con ganas?
—Mi pareja. Tiene un humor absurdo que me mata de risa en lo cotidiano. También mi perra, que tiene actitudes muy humanas. Eso siempre me hace reír.