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“Me hizo valorar estar vivo”. A los 79, el querido cantante Donald posa con su gran amor y nos revela cómo enfrenta el mal de Parkison

“Me di cuenta de que, en toda mi vida, me dediqué mucho a hacer: terminaba una cosa y quería hacer otra. Ahora, estoy dedicándome a ser; a descubrirme a mí mismo”, dice Donald Clifton Mc Cl...

“Me hizo valorar estar vivo”. A los 79, el querido cantante Donald posa con su gran amor y nos revela cómo enfrenta el mal de Parkison

“Me di cuenta de que, en toda mi vida, me dediqué mucho a hacer: terminaba una cosa y quería hacer otra. Ahora, estoy dedicándome a ser; a descubrirme a mí mismo”, dice Donald Clifton Mc Cl...

“Me di cuenta de que, en toda mi vida, me dediqué mucho a hacer: terminaba una cosa y quería hacer otra. Ahora, estoy dedicándome a ser; a descubrirme a mí mismo”, dice Donald Clifton Mc Cluskey (79), mientras afina el guitalele, uno de los instrumentos que tiene en su casa de San Isidro. El artista, hijo del legendario Don Dean, el músico de jazz estadounidense que tocó junto a grandes como Louis Armstrong, y de la argentina Lila Suárez Howard, es quien le puso la voz a “Tiritando”, aquel hitazo que se convirtió en el tema musical de la inolvidable publicidad de cigarrillos de finales de los 60 que protagonizó Liliana Caldini. Donald no sólo compuso y cantó un repertorio de canciones que perduran hasta la actualidad: todas con onomatopeyas ocurrentes –como sucundum, chequendengue, poponsh o rakatakatá–, todas tan pegadizas que dan ganas de bailar y te dibujan una sonrisa.

Donald fue conductor de televisión y protagonizó comedias musicales y películas. A los 53, se recibió de abogado y, en 1999, fue concejal en un partido vecinal de San Isidro. En estos últimos años, se dio cuenta de que era escritor: empezó contando sobre sus shows en sus redes sociales y terminó publicando Donald, un artista sin fecha de vencimiento (Editorial Galerna), un libro en el que habló como nunca antes sobre su infancia, su exitosa carrera y la familia increíble que armó junto con Verónica Zemborain, la chica que lo enamoró cuando él tenía 20 años (ella tenía 18) y con la que tuvo a sus 4 hijos: Melody (50, productora artística y cantante), Marina (49, mamá), Patrick (45, traductor) y Miki (42, jardinero y técnico en sonido) y a sus 9 nietos: Victoria, Damián, Ana, Isabella, Augusto, Nahuel, Kai, Aukan y Mikala.

Fue “míster Parkinson” –tal como él llama a la enfermedad que le diagnosticaron oficialmente en 2022, cuando tenía 75 años– el que le dio el empujón para, en esta nueva etapa de su vida, continuar con ese vínculo único que ha tenido con la gente por décadas.

–¿Cómo reaccionaste al saber que tenías mal de Parkinson?

–Durante la pandemia, caí en una gran tristeza por la muerte de Patricia, mi hermana menor . Ella vivía sola y, como tenía tanto miedo de salir a la calle por terror a contagiarse, no salió ni siquiera para ir al supermercado. Dejó de comer. Después de esa noticia, me hundí en un sillón. Literalmente. Fue en esos días que descubrí que me temblaba un dedo de la mano. Fui al neurólogo y, sin vueltas, dijo que era Parkinson. En la estación del tren, volviendo a casa, me arrodillé en el andén y le recé a Dios: “No te pido que me saques la enfermedad; te pido que me devuelvas la alegría”, le pedí.

–¿Eras creyente?

-Hasta la pandemia, Dios había sido como un cuentito para mí. Salvo por unos pocos años en un colegio laico, fui a instituciones religiosas; terminé la secundaria en el Cardenal Newman. En casa, eran muy creyentes. Yo tenía 8 meses cuando murió mi hermano Billy, dos años mayor que yo: la niñera que lo había sacado a pasear se distrajo en el terraplén del tren que pasaba cerca de casa, en Figueroa Alcorta y Tagle, en Barrio Parque. Cuando el tren pasó, le sacó a Billy de los brazos. Esa primera gran tragedia signó a mi familia, que siempre había sido muy alegre. A mis hermanos y a mí nos crio nuestra abuela, a quien llamábamos “Mamama”, en el petit hotel de la calle Pereyra Lucena…. Mamá y papá tuvieron un luto que duró casi cinco años: se encerraron en sí mismos; en especial, mi mamá, que casi no salía de su habitación. Salvo los domingos, que me buscaba para ir a misa; a la noche, venía para rezar conmigo. De alguna manera, Dios siempre estuvo. Después de un accidente automovilístico que sufrí en 1972, tuve un sueño revelador: Dios me decía tres palabras: “Dale para adelante”.

–¿Con esa actitud enfrentaste la enfermedad?

–Admito que, al principio, tomé el diagnóstico como un castigo divino. Los síntomas no sólo tienen que ver con temblores y falta de equilibrio, sino la rigidez; se genera como una parálisis. ¡Y yo había sido muy inquieto toda mi vida! Pero vivir es aceptar lo que te toca. Quedarse en la queja eterna no sirve. De mi papá, heredé una actitud de agradecimiento. Él fue un tipo con coraje y alegría que atravesó cosas muy duras: quiso hacer unos negocios y lo estafaron. A la tragedia de la muerte de mi hermano Billy se sumó la bancarrota familiar. De la noche a la mañana, pasé de ser un chico rico, al que le daban todos los gustos, a quedarnos en la calle. Yo tenía 15 años. Ahí fue cuando tomé la decisión de salir adelante y sin melodrama. En mis canciones, volqué ese espíritu positivo. Aunque es una ocurrencia mía derivada de la palabra “segundo” en latín , para mí, “sucundum” significa que todo está bien.

–En el Parkinson, se produce un déficit en la producción de dopamina, la hormona de la felicidad…

–Sí, pero la levodopa la suplanta de manera artificial. A la medicación, que atenúa los temblores y la rigidez, yo la acompaño con mi fórmula personal: la alegría por sobre la tristeza. Lucho contra la enfermedad sin rendirme jamás. En los libros que fui leyendo, encontré sabiduría y paz. Me alimento bien, hago kinesiología y sumé duchas con agua fría . ¿Sabés qué?: ¡no volví a resfriarme! Y con esa actitud, les hice frente a las tres operaciones por hernias en la columna que tuve después y a un cáncer.

–¿Y cómo tomaste ese otro diagnóstico?

–Me bajoneé un poco. Fue en noviembre de 2024: después de la tercera operación, los médicos vieron algo raro. Era cáncer de colon. Hice quimioterapia y rayos hasta mediados de febrero de este año. Del cáncer me curé y del Parkinson me voy a curar: confío que, de acá a cinco años, la ciencia encuentre la cura. Antes decían que el cáncer era incurable… Pero, así como al principio había sentido la enfermedad como un castigo divino, después la tomé como una bendición. Lo más importante fue que me hizo aprender.

–¿Qué aprendiste?

–Descubrí que tengo más amigos de lo que pensaba. ¡Tengo cientos de amigos, miles! Aprendí a valorar más que nunca a mi familia. Mi viejo decía una cosa que yo también la adopté: “No hay nada más importante que la familia”. Es así. Después de la pandemia, viajamos a Hawái, donde viven Marina y Mike, dos de mis hijos. Con las olas y el viento, con mis hijos y mis nietos, empecé a mejorar. Todos me han brindado apoyo y contención. La alegría empezó a volver. Desde el principio de mi carrera, privilegié que la familia estuviera unida. Cuando firmaba mis contratos –para trabajar en la playa, en centros de esquí o en los Estados Unidos, donde vivimos–, lo primero que arreglaba era que todos vinieran conmigo. Nos divertimos muchísimo. Verónica siempre fue mi coequiper. Ella es el amor de mi vida. La primera vez que la vi me dije: “Con esta chica me voy a casar”. Y nos casamos después de un impasse de nueve años y un noviazgo de cinco meses. Su papá creía que lo nuestro no iba a durar porque era famoso. Pero yo nunca me la creí; siempre tuve perfil bajo. ¡Llevamos cincuenta y dos años juntos! Ha estado a mi lado, siempre firme. Ella cuidó a nuestros hijos mientras yo trabajaba; cuidó a nuestros nietos y ahora me cuida a mí. La enfermedad me hizo valorar estar vivo.

–Y estás con muchos proyectos: seguís trabajando con Las Sucundum y este mes vas a presentar en Mar del Plata tu libro Donald, un artista sin fecha de vencimiento .

–Le busco la vuelta a esta situación especial, de movimientos limitados, con creatividad y buena actitud, legado de mi papá, Don Dean. Después de la gira de despedida de los escenarios , empecé una nueva etapa: si bien no hago más shows en vivo, hago grabaciones en estudio con diferentes artistas y canciones para publicidades. Los proyectos dan energía e ilusión. Estoy entusiasmadísimo dándole clases de guitarra a Isabella, una de mis nietas. Es hija de Melody y tiene una voz increíble; estoy ilusionado con que se largue a cantar. Hacer el Camino de Santiago con Vero es un gran deseo, pero antes me propuse ir caminando a Luján. Lo voy a hacer lento, a mi ritmo. Y ya estoy empezando un nuevo libro. El título ya lo tengo. Se va a llamar Dale para adelante.

Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola (@joaquinamakeupartist)

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/revista-hola/me-hizo-valorar-estar-vivo-a-los-79-el-querido-cantante-donald-posa-con-su-gran-amor-y-nos-revela-nid04122025/

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