Ni remoto ni híbrido, el futuro laboral está en el microshifting: qué es y cuáles son los beneficios
Después de la pandemia, la conversación sobre el futuro del trabajo giraba en torno al espacio físico y el principal dilema era decidir entre volver a la oficina o mantener el modelo remoto debi...
Después de la pandemia, la conversación sobre el futuro del trabajo giraba en torno al espacio físico y el principal dilema era decidir entre volver a la oficina o mantener el modelo remoto debido a la cuarentena obligatoria. Pero en el último tiempo empezó a emerger una tercera alternativa, más silenciosa y disruptiva: el microshifting. Este concepto propone dividir la jornada en bloques cortos y no lineales, adaptados a los momentos de mayor energía o a las demandas personales del día. No se trata de trabajar menos, sino de hacerlo en franjas que respondan mejor a cada contexto.
¿Qué es el microshifting?El término empezó a ganar fuerza en los últimos años como respuesta al cansancio frente a los horarios rígidos y las jornadas interminables. A diferencia del trabajo remoto o híbrido —centrados en dónde se trabaja—, el microshifting pone el foco en cuándo, es decir, propone organizar el día en bloques cortos, alternando momentos de concentración con pausas reales, de acuerdo con la energía, las responsabilidades o el entorno o actividades de cada persona.
Pero, ¿funciona? ¿la productividad se pone en riesgo? Siguiendo el informe State of Hybrid Work 2025 de Owl Labs, el 65% de los empleados encuestados manifestó interés en el microshifting por tratarse de un formato que, desde la teoría, permite “organizar las tareas según el flujo natural de energía y concentración”. Lo interesante y atractivo de este formato es que: ya no se trata de permanecer frente a la computadora ocho horas seguidas, sino de alternar tramos de trabajo con otras actividades y así lograr un mejor equilibrio entre la rutina laboral y la vida personal.
El cambio de paradigmaPodríamos decir que este fenómeno es la respuesta a un cambio cultural profundo: las nuevas generaciones valoran la autonomía por encima de la estructura. Según un análisis publicado por NDTV, los profesionales más jóvenes “no buscan horarios reducidos, sino horarios más humanos”. Entonces el microshifting permite, por ejemplo, trabajar un par de horas al amanecer, pausar para llevar a los hijos al colegio, retomar en la tarde y cerrar el día a la noche, cuando la casa se aquieta. Es una forma de conciliar productividad y vida cotidiana que, para muchos, ya no es un lujo sino una necesidad.
Desde la mirada del empleado, los beneficios son evidentes. Poder definir cuándo concentrarse y cuándo descansar reduce el estrés, mejora la atención y eleva la satisfacción general. De hecho, un estudio de HR Insider señala que esta modalidad ayuda a “redefinir la jornada de nueve a cinco y volverla más sostenible”, especialmente para quienes combinan trabajo con tareas de cuidado. El modelo también abre la puerta a una forma más personalizada de productividad, en la que el reloj biológico pesa tanto como la conexión a internet.
La flexibilidad que desafía las reglasPero la flexibilidad extrema tiene sus matices. En una columna para Inc. Magazine, la periodista Jessica Stillman advierte que “si todo momento del día puede ser laboral, ningún momento es realmente descanso”. En otras palabras: cuando la frontera entre trabajo y vida personal se vuelve difusa, el riesgo es no desconectarse nunca. También está el desafío de la coordinación: si cada persona elige sus propias franjas, ¿cómo se garantiza la colaboración dentro de un equipo?
No hay dudas de que microshifting exige confianza y madurez organizacional. No alcanza con permitir horarios libres; hay que rediseñar la forma en que se mide el rendimiento. Las empresas que avanzan en esta dirección comienzan a reemplazar los indicadores de tiempo por métricas de resultados. No es sobre controlar la presencia, sino de evaluar la calidad del aporte. La consultora Innovative Human Capital sostiene que esta tendencia “redefine la noción de jornada y obliga a construir culturas de alta confianza, donde el desempeño se mida por entregables y no por minutos conectados”.
Sobre la mesa también está la pregunta sobre qué trabajos sí podrían funcionar bajo esta modalidad porque está claro que no se puede aplicar a todos los sectores. Mientras los empleos basados en conocimiento —tecnología, marketing, diseño, comunicación— pueden adoptar fácilmente este formato, los trabajos presenciales o manuales aún dependen de una estructura horaria clásica. Es ahí que esta desigualdad marca un límite real al alcance del microshifting: el futuro del trabajo podría volverse más flexible, pero también más segmentado entre quienes pueden elegir y quienes no.
Para algunos especialistas, este cambio es irreversible. La idea de una jornada continua podría convertirse en un vestigio de la era industrial, mientras el futuro del trabajo adopta una forma más fluida: sin un único horario ni un único espacio, sino una red de momentos, tareas y pausas interconectadas. La tecnología —desde los calendarios compartidos hasta la inteligencia artificial— facilita esa transición y convierte en posible lo que hace una década era impensado.