Pilar Sordo: por qué crecer duele, cómo se sostiene el amor y cómo la consciencia de finitud puede ser un motor de vida
Psicóloga, escritora e investigadora, Pilar Sordo lleva más de tres décadas recorriendo América Latina con sus conferencias. Es humilde, reflexiva e íntima, y con esa naturaleza comparte sus i...
Psicóloga, escritora e investigadora, Pilar Sordo lleva más de tres décadas recorriendo América Latina con sus conferencias. Es humilde, reflexiva e íntima, y con esa naturaleza comparte sus ideas en conferencias, libros y redes sociales. Se considera una peregrina, pero estar presente en sus vínculos es una prioridad. En Conversaciones habló sobre la importancia del diálogo interno, la conciencia de muerte como motor para tomar decisiones, el aprendizaje que deja el dolor, los vínculos de pareja y el legado que quiere dejar.
Estudiaste e investigaste que la gente conversa menos.
Sí, estamos hablando menos y usando menos vocabulario, hemos reduciendo la cantidad de palabras que circulan por nuestras cabezas. Ustedes, los argentinos, llenan todo con la palabra “coso”. José Luis Marín, psiquiatra español, dice que nos enfermamos por falta de vocabulario; que a medida que hemos cambiado palabras por emoticones, cada vez tenemos menos paciencia para escucharnos. Eso hace muy difícil generar conversaciones reales: terminan siendo monólogos intermitentes.
¿Entonces, cuándo surge tu vocación por la conversación y también por la psicología?
Siempre fui buena para escuchar, aunque mi apellido sea Sordo. Siempre tuve ese rol de amiga empática que escuchaba a sus compañeras. Nunca me vi en otro espacio que no fuera en lo relacional.
En una entrevista dijiste que antes pensabas en años y ahora pensás en Navidades, ¿por qué?
Porque me resulta más desafiante. Si digo “me quedan 20 años”, todavía siento que es mucho. En cambio, si digo “20 navidades”, que ahora estoy más cerca de 19, me obliga a estar más atenta, a tomar decisiones que apunten a la plenitud y a la paz. Desde que murió mi pareja en 2009 entendí que la única manera de tener conciencia de vida es tener conciencia de muerte.
¿Y si pensamos eso, qué deberíamos cambiar?
Quizás nada o quizás todo, depende de cada persona. En mi caso, me fijaría en estar más con quienes amo. Durante décadas recorrí el continente dando conferencias y me perdí muchas cosas: nacimientos, cumpleaños, muertes… Eso tuvo costos en mi pareja y en mis hijos. Hoy quiero regalar presencias, no más grandes ausencias.
Dime cómo te hablas y te diré cuánto te quieres.
Esa una investigación que llevo hace ocho años. Llegué a la conclusión de que la unidad más básica de salud mental es el diálogo interno: cómo te hablas determina tu amor propio y tu visión del mundo. Si yo me percibo confiable, voy a confiar en el mundo. Si me percibo noble, me será más fácil enganchar con la nobleza del mundo. Ese diálogo interno, según lo que fue mostrando el estudio, define cómo vivo mis duelos, cómo expreso lo que me pasa, cómo defino mi propósito.
¿Las personas cambian o no cambian? Esta la frase “las personas nunca cambian”.
Yo creo que cambiamos todo el tiempo, y ojalá fuera así. Sería muy triste que la vida no nos modificara, que no te hicieran cambiar prioridades o incluso de opinión. Humberto Maturano decía que habría que agregar tres derechos humanos: el de cambiar de opinión, el de equivocarse y el de irse de los lugares donde no te sientes bien. Yo creo que es cierto. Me daría tristeza hoy pensar igual que aquella Pilar con 30 años; y si esa Pilar pensara como la de ahora ¿sabes los dolores que se hubiera ahorrado? Pero vamos evolucionando y dependemos de la circunstancia, somos dependiendo de la circunstancia. Yo soy muy generosa, pero aprendí que no todo el mundo merece mi generosidad.
Eso no te hace mala persona
No, me hace cuidarme ¿por qué regalaría algo mío súper luminoso a alguien que no lo va a saber valorar? Venimos al mundo a conocernos, a desarmar lo que nos enseñaron, más a desaprender que a aprender cosas nuevas. Y en el aprendizaje, ese diálogo interno es una herramienta brutal de autoconocimiento y autocuidado.
Hablabas hace un ratito de tu pareja. ¿Qué te generó su muerte, más allá del dolor?
Primero, él me la hizo muy fácil porque fue un paciente de cáncer muy dócil, colaborador y consciente de todo su proceso. Fue protagonista. Segundo, el tiempo. Estuvimos poco tiempo juntos: nueve meses sano y nueve meses enfermo, pero fue el tiempo suficiente para cambiarme la vida. Aprendí que el tiempo real no tiene nada que ver con el tiempo emocional. En un segundo puede pasarte algo que modifique tu historia. Hay personas que están 30 años juntas y quizás descubren menos que lo que yo descubrí en ese año y medio. La consciencia de muerte te hace protagonista de tus decisiones en el día a día de una manera lúcida, como enviarle un regalo a alguien solo por el simple hecho de que sonría. No hay tiempo para perder.
¿Cómo cambia la percepción del tiempo cuando te dicen que te quedan cuatro meses?
Mi pareja me decía: “Todos deberíamos vivir como enfermos terminales”. Y yo le respondí: “La vida ya es una enfermedad terminal, porque lo único seguro desde que nacemos es que vamos a morir”. Vivir con esa conciencia hace que disfrutes más, que comas un helado con una intensidad descomunal porque la finitud le permite una sensación de placer más profunda. Pensamos que podemos esperar, yo aprendí a que no quiero esperar: no quiero dormirme con la sensación de pendientes. Prefiero pasarme diez pueblos, pecar de excesos antes que quedarme en falta, sobre todo con quienes amo.
Cuando cambiamos de década no queremos crecer ¿es por la finitud, por la inmadurez? ¿Por qué no queremos crecer?
Porque crecer duele.
¿Por qué duele?
Es incómodo. Cambiar de etapa nos lleva a un vértigo que algunos no quieren. Un roce que nos obliga a hacer un cambio, nos obliga a aceptar que algo se termina y algo empieza. No es fácil porque todo el mundo dice que hay que estar feliz, que no hay que arriesgarse, somos expertos en fuga. Pero la incomodidad es la única invitación real al crecimiento; si revisamos las historias personales, normalmente lo más gratificante de nuestras vidas sale de situaciones de riesgos, momentos difíciles en dónde uno apuesta al sí de la vida para poder avanzar.
Como padre a veces queremos congelar momentos, ¿tenemos miedo? ¿por qué queremos congelar momentos?
Porque el placer sería maravilloso congelarlo. Queremos congelar los momentos mágicos porque sabemos que se van a pasar. Y cuando somos conscientes de que todo pasa, tenemos más ganas de capturar miradas e instantes. Siempre les digo a mis padres: “Yo compro recuerdos, vengo a recolectar recuerdos” porque en algún punto solo podemos aceptar ser millonarios en experiencias, lo demás queda en la nada.
¿Se puede preparar para la muerte de un ser querido?
No lo creo. Me han pedido pacientes, pero salvo que haya cosas pendientes por decir, como pedir perdón, no hay forma. Porque nadie sabe cómo va a reaccionar ante las situaciones. Es como los terremotos: podés tener agua y linternas listas, pero cuando llega no sabés si vas a salir corriendo o quedarte quieto. Nuestro cerebro es impredecible en esas situaciones más límite de la vida.
En uno de tus libros escribiste “Bienvenido dolor”. ¿Por qué le diste la bienvenida?
Porque si no le das la bienvenida, se transforma en sufrimiento. Mientras más rápido lo aceptes, menos secuelas te deja. En el fondo, sufrimiento es opcional porque es el “no aprendizaje”. Yo lo idealicé demasiado, por mi formación católica y social. Creí que era la única vía de aprendizaje, pero me equivoqué. Creo y quiero creer que también se aprende desde el placer, desde el estar bien. Si sé que mientras más dócil seas frente al dolor, menos se queda contigo. Si te rebelás, el dolor se aferra. La docilidad frente al dolor es clave para que se convierta en aprendizaje.
Cruzabas eso con la investigación sobre la felicidad. A veces son momentos que uno ve y siente, pero no se da cuenta que era ese el momento.
Nuestra mente es frágil, selecciona lo que ya conoce. Tiene miedo de perder lo que estás viviendo, ahí dejaste de disfrutar y lo perdiste. Le ponemos tanta mente a muchas cosas… el helado importa más por las calorías que por el sabor que produce. La cabeza tiende a intelectualizar y a pensar en lo que vendrá o en lo que falta, y ahí se pierde la plenitud. Cuando pensamos si estamos sintiendo, dejamos de sentir. Y el crecimiento al que debemos apuntar no está ahí: está en vivir lo que pasa, no en analizarlo todo.
Si tuvieras que volver a un momento de la infancia ¿A dónde irías?
Elegiría la adolescencia, porque siento que no la viví. Fui demasiado buena, complaciente, buscaba evitar conflictos, tener buenas notas. Mis grandes errores los cometí de grande y me hubiera gustado hacerlos ahí. Tener una adolescencia honesta del proceso. Fui poco yo aunque hice cosas preciosas. Me hubiera gustado ser más irreverente.
¿Qué película sentís que te marcó para siempre?
Comer, rezar y amar. Porque me parece una oda a lo femenino. Tiene frases que anoto en un cuaderno, como hacía de chica, porque están llenas de reflexión.
¿Qué te hace reír?
Lo absurdo, la torpeza. Y además me gusta mucho reírme de mí misma: de mi torpeza, de mis errores, de esa mezcla de ingenuidad e inocencia. Y del mundo, lo disruptivo, las personas distintas que sorprenden. Yo me rio mucho y soy de llanto fácil también. Soy honesta con la libertad de lo que siento, no pongo filtros ni gestiono eso.
¿Cuándo descubriste la libertad de ser quien sos?
Cuando empecé a darme cuenta de que la gente quería sacarse armaduras. Uno de los libros que recomiendo siempre es El caballero de la armadura oxidada, porque invita a despojarse de lo que nos cubre y ser uno mismo. Es como El Principito, te lleva por senderos distintos. Sentí que debía dar herramientas para eso, para atreverse a ser uno o lo más aproximado.
¿Qué destruye a una pareja?
La poca disposición de querer encontrarse. Para mí el amor verdadero es una amistad profunda con momentos eróticos. Implica querer descubrir al otro, acompañarlo en sus días malos, querer hacerlo sonreír. Querer estar contigo y para ti. Cuando se pierde esa disposición, hay que sentarse a conversar. Hay que elegirnos conscientemente todos los días, y si te elijo en algo te quiero aportar.
¿Cómo se sostiene el amor a lo largo de los años?
Mutan. Entendiendo que lo que se necesita a los 30 no es lo mismo que a los 50. Mi decisión de elegirte hace que mute la relación cada día. Hay que elegirse todos los días, decidir cuidarse, mimarse, atenderse. Que el otro sienta mi presencia hoy.
¿Y la infidelidad? ¿Se perdona?
Depende de los acuerdos y compromisos. Se puede perdonar, pero no se puede volver a la misma relación: hay que construir otra. Y también es válido perdonar, pero retirarse porque de lo contrario se vuelve algo tóxico. El perdón no significa necesariamente querer volver.
¿Por qué corremos los que corremos?
No lo sé, porque nunca lo busqué. Agradezco mucho todo lo que me pasa, pero no lo soñé. Si alguien en mi adolescencia me hubiera dicho que esto iba a ocurrir, habría pensado que estaba loca. Si una tarotísta me decía esto, yo hubiera dicho que era pésima. Creo que lo único que siempre hice fue no dejar nada por miedo. Lo hice con miedo, pero lo hice. Aún hoy me pongo nerviosa antes de un escenario. Pero nunca dejé de hacer algo por miedo: lo hice con miedo. Para mí el miedo es un motor, un estimulador. Esa osadía, ese arrojo y hasta la falta de vergüenza me permitieron acercarme al mundo hispano y conectar con tanta gente.
¿Cómo llevas esta época en la que la política se volvió tan beligerante?
Me preocupa que, en vez de evolucionar hacia algo menos binario, que es donde supone que deberíamos ir, estemos cada vez más binarios. Hoy las posiciones se validan solo en oposición a las del otro, no en sí misma. Eso nunca va a generar encuentro. Para que haya conversación verdadera, debo estar dispuesta a transformarme con lo que el otro me dice. Si no, es solo confirmación de lo que ya pienso, como el algoritmo de las redes. Creo que debemos escuchar incluso a quienes piensan muy distinto, porque siempre hay algo de verdad en el otro. Negar eso y cancelar nos quita humanidad.
¿Cuál es tu propósito en la vida hoy?
Despertar conciencias. Ese ha sido siempre mi norte. Pero ahora también quiero sumar el disfrute personal, que no todo sea solo al servicio del otro.
¿Y cómo te gustaría ser recordada?
Como una mujer que dio todo lo que tenía, que se fue seca, sin guardarse nada. Me emociona decirlo. Que amó profundamente a los que amó. Y que se atrevió: a equivocarse, a aprender y desaprender, a romper paradigmas. Me gustaría que me recordaran como una buena mujer.