Piletas silenciosas y mares revueltos en una muestra que encuentra a dos pintores líquidos
El agua. A Mariana San Juan y Oscar “Grillo” Ortiz los unen treinta años de amistad y unas pinturas en las que el elemento líquido es protagonista. Se pueden ver en la muestra que comparten h...
El agua. A Mariana San Juan y Oscar “Grillo” Ortiz los unen treinta años de amistad y unas pinturas en las que el elemento líquido es protagonista. Se pueden ver en la muestra que comparten hasta fin de mes en Espacio Colegiales (Enrique Martínez 916).
San Juan es fueguina, nacida y criada en Río Grande. Hace tres décadas, ya en Buenos Aires, después de un camino en las artes escénicas, conoció a Grillo, cordobés, nacido y criado en Río Cuarto, y comenzó a tomar clases de pintura con él. “Se me abrió todo un mundo”, dice ella. Se hicieron amigos casi al instante.
Algo de todo eso hay en las obras que reúne esta exposición. La serie de San Juan se titula Si el desierto hiciera versos y son paisajes de su tierra, mares revueltos que se encienden en colores fluo y llanuras rocosas. Grillo pinta lugares abstractos, dentro y fuera del agua hay una misma atmósfera de vapor o sueño, donde unos personajes diminutos parecen estar suspendidos, por entrar o salir, flotando, descansando.
“Si el desierto hiciera versos donde el mundo parece acabarse, el silencio tomaría forma, revelaría la emoción de lo inhabitable”, escribe San Juan, que también estudió con Juan Doffo, Diana Dowek y Marcelo Cofone. “El tiempo se suspende. Los cuadros no reflejan lugares, sino estados del alma. Proponen un diálogo con la naturaleza, su visión poética. En muchos cuadros, una visión apocalíptica; en otros, vacíos sin señales. Busco el umbral entre lo conocido y lo desconocido. Entre la conciencia y aquello que la trasciende”, continúa la artista.
Grillo, licenciado en Pintura y con un postgrado en Lenguajes Artísticos Combinados, tiene una larga trayectoria en exposiciones y concursos. En esta serie, Relaciones líquidas, busca abordar la fluidez de los vínculos en estado de suspenso, de desasosiego, en espacios indefinidos como parte de un cambio abrupto de la realidad actual. Abreva, claro, en la filosofía de Zygmunt Bauman.
“Me parece también que nos une el silencio. Hay algo de los silencios en los cuadros”, observa San Juan. Un silencio sordo, como el que se percibe estando debajo del agua. O el que crea el viento del sur con su silbido constante. “Yo me di cuenta de que el viento no era algo que existía en todos lados una vez que vine a Buenos Aires. Y me faltaba. Yo lo tenía como incorporado como parte mía”, cuenta. Como quien vive con tinnitus.
Grillo trabaja otras series en paralelo. Actualmente, va de los nadadores a las células, en una labor conjunta con Andrea Gamarnik, científica del Instituto Leloir. “Es una visibilización de arte y ciencia”, cuenta. Y si el mundo celular flota en un medio osmótico, los nadadores lo hacen en planos de colores terciarios, no lugares (¿quizá, en el inconsciente?). “Una paleta sucia, que da cierta tranquilidad y no es estridente ni tira para algo emotivo”, dice.
San Juan pinta a Tierra del Fuego en tonos neutros, tierra, gris hielo… pero este año quiso retratar al mar en colores explosivos, brillantes. “Necesitaba romper esa paleta con la que trabajo hace quince años”, explica. El mar borrascoso (recuerda al Courbet del Museo Nacional Bellas Artes) es entonces rosa, amarillo. “Tiene algo del peligro que siempre está ahí, en la naturaleza. En mi adolescencia, nos atábamos al gomón para cruzar el lago Fagnano, porque el oleaje era tan revuelto que podíamos salir volando. O nos tirábamos rodando por un cerro hasta dar con un alambrado. Bastante salvajes”, recuerda. En sus oleajes está aún aquel espíritu.