Pochi Ducasse: “Nunca, ni soñando, pensé en hacer un unipersonal”
-¿Por qué una nota a mí? ¿Estás segura? Gran conversadora, a Pochi Ducasse no le da vergüenza hablar con desconocidos mientras no incluya cortarse sola del entorno para ser observada e...
-¿Por qué una nota a mí? ¿Estás segura?
Gran conversadora, a Pochi Ducasse no le da vergüenza hablar con desconocidos mientras no incluya cortarse sola del entorno para ser observada en detalle. Cuando la paran para sacarse una foto, accede al pedido, pero no cree merecer esa excepción entre vecinos. La cortesía es su idioma: no puede evitar lo que genera a pesar de ella misma. Desde un balcón, un hombre del barrio observa la entrevista y grita: “Cuidámela, que es la mejor actriz argentina”. Ella sonríe y dice bajito, como si el otro pudiera oírla, que no sabe quién es.
Esther Beatriz Ducasse nació el 3 de abril (no el 2, como dice Wikipedia) de 1931. Sí, tiene 94 años. En el azaroso reparto, a algunos les toca (o no) esperar para la popularidad, una satisfacción que agradece pero nunca buscó. Viene a la entrevista con un sobre de fotos blanco y negro y su currículum, cuatro hojas de títulos de teatro, cine y televisión en los que participó.
“Para no olvidarme. Los que marqué con una cruz son los más importantes porque es mucho, pero la mayoría son cosas chiquitas, bolos”, dice Pochi, como la llamaban desde chica. En los programas de mano era Esther hasta que un director decidió poner Pochi en la cartelera. “Ya tenía 40 años, fue en 1971, cuando hicimos Madre Coraje, de Brecht, y (Jorge) Hacker pasó el nombre con el que me conocía y así quedó”, cuenta.
“¿Quién esa señora? Está muy bien”, preguntó Mirtha Legrand a Guillermo Francella, invitado a sus Almuerzos por El robo del siglo (Ariel Winograd, 2020), película donde Pochi interpreta a una de las rehenes en el banco, la que conmueve al protagonista al encontrarla parecida a su madre. Tal vez fue ese encuentro el que provocó que la llamaran para El encargado, la serie de Gastón Duprat y Mariano Cohn donde Pochi encarnó a Beba Montes de Oca, la única amiga de Eliseo (Francella), en las tres primeras temporadas (en la cuarta ya no la veremos).
La otra vez que su personaje traspasó la pantalla fue con una tira de Cris Morena, Casi ángeles, cuando encarnó a Esperanza Bauer. “Todavía hay gente que me para por eso. Es que tuve continuidad porque en general siempre hice participaciones muy chiquitas”, dice la mujer que estuvo en series y telenovelas como Los simuladores, Vidas robadas, Herederos de una venganza y El puntero.
Es en el teatro donde Esther/Pochi encontró su destino. Creció en una casa, en Olivos, con mucha música, libros y pinturas, apoyada por “dos ángeles libres para la época”, sus padres. El hermano mayor, Ricardo, era artista plástico y amigo de Julio Le Parc y Carlos Gorriarena. Estos jóvenes, los mismos con los que iba a nadar al río potable que entonces tenía el barrio, le sugirieron estudiar teatro porque notaron su chispa cada vez que leían novelas francesas y textos lorquianos.
“Yo hacía danza flamenca, desde chica, que era y es una de mis pasiones, y trabajaba en la Municipalidad de Vicente López. Seguí este consejo y me anoté en el grupo Nuevo Teatro, el de Alejandra Boero y Pedro Asquini. Ya tenía 20 años”, dice. Entonces se cuela otro recuerdo, de la manera amorosa en la que su memoria teje en la misma trama lo profesional y lo cotidiano: “Estaba de novia con el hombre más lindo que vi en mi vida. Estaba muy enamorada. Éramos novios como eran los novios en esa época, no como ahora. Era mayor que yo y muy celoso. Pensá que para ir a Nuevo Teatro, tomaba el 60 desde Olivos hasta el centro porteño, ida y vuelta. Volvía muy tarde, a la una y media o dos de la mañana. Había un policía en la esquina con quien nunca hablé que me acompañaba, a distancia, la cuadra y media desde que bajaba del colectivo hasta la puerta de casa. Nunca me pasó nada”.
–Contame sobre Nuevo Teatro
–¡Me aceptaron! Era un grupo muy hermoso, estaban Héctor Alterio, Carlos Gandolfo, que eran un poco mayores que yo, y Agustín Alezzo y Augusto Fernandes, que eran un poco más chicos. Íbamos de martes a domingos, se estudiaba mucho, había clases de todo tipo, de danza, vocalización, historia del teatro, de todo. Y hacíamos funciones. Eran muy estrictos. Pero el grupo se separó por una discusión por el vestuario de una obra, unas mallas ajustadas al cuerpo para los hombres que no le gustaban a Asquini. Había muchos prejuicios. Por esa pelea algunos se fueron y yo con ellos.
La Máscara y Hedy CrillaEn resumen, Alezzo, Fernandes y Gandolfo, junto con otros compañeros, como Pepe Novoa, Flora Steinberg y Elsa Berenguer, fundaron el grupo de teatro Juan Cristóbal que poco después, en 1957, se fusionó con los que quedaban de La Máscara. Fue entonces que en búsqueda de una renovación artística, lograron convencer que les diera clases la legendaria Hedy Crilla, la actriz austríaca que llegó a la Argentina en 1940 huyendo del nazismo y la introductora del método Stanislavski que adaptaron y continuaron sus seguidores.
En el documental Hedy Crilla, maestra de actores (2023), dirigido por Luciana Murujosa, aparece el testimonio de Pochi, entrevistada por la directora en 2019. Entre el material editado y el inédito, la actriz cuenta dos anécdotas preciosas que pintan a Pochi tanto como a la gran maestra:
“Cuando me tocó hacer Los fusiles de la Madre Carrar, de Brecht, tuve una discusión con ella, pero por culpa mía. Tenía que hacer el personaje de una chica que mandaba a su novio a la guerra en España. Creo que soy una actriz correcta pero no lo podía hacer, no lo quería hacer, no lo podía sentir, al hombre que yo amaba decirle eso, no podía. Pero lo hice, no estuve conforme aunque ella me dijo que estaba bien, pero yo sentía que no era lo que ella quería. No encontré el alma de mi personaje, no lo encontré nunca, ahora tampoco lo encontraría”.
“Tengo un recuerdo muy dulce y generoso de Hedy. Cuando cerraron La Máscara, me fui a España con una beca. Antes de que viajara, me invitó a su casa y me hizo varios regalos: un saquito que yo quería y siempre le decía ‘qué lindo’, una blusita y otras cosas. Y me dijo: ‘Pochi, seguí en teatro, aunque te equivoques a veces, vos seguí porque es tu vocación’”.
–Aparte de Hedy, ¿de quiénes aprendiste más?,
–De Fernandes, que era muy talentoso, yo absorbía como una esponja todo lo que decía. Su nombre era Carlos Augusto y yo le dije que usara solo Augusto. Y lo hizo. Era muy buen actor, a diferencia de Alezzo, que no era un actor interesante pero si buen docente, y uno de los preferidos de Hedy, junto con Cristina Banegas. También a Fernandes lo quería mucho, pero no tenía el mismo vínculo que con Alezzo.
Durante los años en La Máscara, Pochi fue protagonista de un éxito muy importante, de 1961, Soledad para cuatro, primera obra de Ricardo Halac y primera dirección de Fernandes, donde actuó junto a Alezzo, Novoa, Steinberg y Berenguer. También le tocó vivir un gran amor que duró unos pocos años y que recuerda con mucho cariño. Pero prefiere no dar nombres, considera que no tiene sentido después de tantos años y la vida y el matrimonio y una hija. Pero para eso falta. Porque cuando se cortó ese amor, se fue a España con una beca más los regalitos y consejos de Hedy: “Si tenés problemas, al entrar a escena te aparece el duende y te olvidás”.
–¿De qué se trataba esa beca?
–La beca era del Instituto de Cultura Hispánica, para profundizar el baile flamenco. Por nueve meses, pero me quedé dos años. Vivía con una amiga y su marido, alquilamos una casita cerca de Ciudad Universitaria. Tenía que mantenerme. Empecé a trabajar con Alfredo Alaria (bailarín y coreógrafo argentino que desarrolló gran parte de su carrera en España, donde burló la censura franquista), hacía danza moderna, estaban Jovita Luna y Jorge Mayor en el ballet, pero fue por poco tiempo. Después trabajé con Celia Gámez, una argentina que hizo carrera en España, una vedette muy famosa. Fui parte de lo último que hizo en el teatro de la Zarzuela, Baile en el Savoy, y giras por el país. Fue una gran experiencia. También en gira con la compañía de Lina Morgan (vedette y actriz). Y aproveché para hacer cursos en Madrid con William Layton, maestro norteamericano muy querido y excelente.
–Pero volviste.
–Una noche soñé que mi papá se moría y volví a Buenos Aires. Y me reencontré con mi primer novio, el lindo. Me hizo caso y fue modelo de Cervantes (una famosa sastrería de entonces). Pero no duró nada porque pronto conocí al que sería mi marido y el padre de mi única hija, Ana, cuando casi tenía 40 años. Se dedicaba al comercio, nada que ver con el teatro, si bien le gustaba. ¿Su nombre? David Coniglio. A los 13 días de mi casamiento, mi papá murió y llevé a mi mamá a vivir con nosotros, en Florida, en una casa grande. Siempre viví en casas o en PHs, nunca en edificios con “encargado”.
El duende salvadorA partir del casamiento y nacimiento de Ana, Pochi trabajó poco: debutó en cine con La noche de los lápices (1986) e hizo participaciones breves en programas de ficción. Fue abuela antes de lo que imaginaba. Ana se casó y tuvo una hija, Agustina, a los 18 años. Después se separó, volvió a formar pareja y tuvo dos hijos, Tadeo y Dafne. Pero, a principios de 2025, la única hija de Pochi murió de una enfermedad pulmonar (EPOC), a los 53 años. Agustina, la nieta con la que tiene un contacto diario, también fue mamá muy joven, de Tiara, de 17, y de Dylan, de 10, los bisnietos de Pochi quien es viuda desde fines de los noventa, cuando tuvo que sobrellevar la enfermedad y muerte de su marido. Cuenta con el apoyo de su amado sobrino Gustavo, el hijo de Ricardo, de amigos que la adoran y de su temperamento de ariana invencible.
–No fueron tiempos fáciles. ¿La actuación te ayudó a salir adelante?
–El único momento que me sentía libre era cuando trabajaba, hacía papeles chiquitos, no me importaba. Hacía lo que me pedían, si me tocaba hacer de moza, hacía de moza y me lo creía, me gustaba hacer algo. Por otro lado, tengo buen carácter y soy muy sincera. Tuve mucha suerte con la gente que me tocó trabajar.
Pochi Ducasse recibió tres premios a su trayectoria: el Trinidad Guevara, el Pablo Podestá y el de Sagai. Además de lo ya mencionado, la lista de obras y de directores con los que trabajó, en todos los circuitos teatrales, es una selección soñada por cualquier actor y actriz argentinos: Romance de lobos, de Ramón del Valle Inclán, con Alfredo Alcón y dirección de Alezzo, en el San Martín; Saverio, el cruel, de Roberto Arlt, en el Cervantes, dirección de Roberto Villanueva; El prisionero de la segunda avenida, de Neil Simon, dirección Norma Aleandro, en el Lola Membrives; el musical Zorba el griego, dirección de Helena Tritek, en el Nacional; Fin de partida, de Samuel Beckett, dirección de Lorenzo Quinteros y Pompeyo Audivert; Querido Ibsen, soy Nora, de Griselda Gambaro y dirección de Silvio Lang, en el San Martín; y los títulos siguen… Pero agregaremos tres más, muy exitosas:
1) El relámpago (travesía), de August Strindberg, adaptada y dirigida por Fernandes, con Alejandro Urdapilleta y una muy joven Erica Rivas, en el Cervantes, en 1996.
2) La mujer justa, de Sándor Márai, con Graciela Dufau y Arturo Bonín, dirección de Hugo Urquijo, en el Centro Cultural de la Cooperación, en 2012.
3) Mi hijo solo camina un poco más lento, de Ivor Martinic y dirección de Guillermo Cacace, en el viejo Apacheta donde actuó durante seis años (la obra se despidió el año pasado en el Teatro Presidente Alvear a una década de su estreno) desde que reemplazó a Elsa Bloise en el papel de la abuela.
–¿Cómo llegás a Guillermo Cacace?
–Porque Fernandes me recomendó ver Mi hijo solo... Era muy estricto con lo que veía, así que le hice caso y me encantó. Y por otro lado, Silvio Lang (el de Querido Ibsen…) le dio mi nombre a Cacace que andaba buscando a una vieja para la obra porque Elsita se había caído. Nos seguimos viendo, con todo el grupo, muy lindo, y Cacace, un encanto conmigo.
Parece que el encantamiento fue mutuo. “Hace poco decía que si dirigir Mi hijo solo camina un poco más lento hubiese sido la condición para conocer a Pochi, bien podría no haber pasado todo lo que pasó con esa obra e igualmente sería muy feliz. Ducasse es una de esa actrices que uno dice: ‘Cuando sea grande quiero ser como vos’. No es una modelización solemne sobre ‘las grandes actrices’, es un insumo vital. En ella se reúne en infrecuente equilibrio sensibilidad, inteligencia, discreción y audacia. Su curiosidad por cada invitación a estudiar un material es la de una actriz que parece estar descubriendo la actuación. Su sabiduría se despliega en clases magistrales de una ternura infinita. Su apuesta diaria tuvo y tiene gestos de valentía de los que nunca hace alarde, pero que invitan a amarla siempre. Ni como madre, ni como dulce abuelita, como una mujer inmensa”, dice Cacace.
–¿Quiénes son tus amigos?
–Quiero y recuerdo a muchas personas, pero que tal vez ya no veo como antes, como Graciela Dufau, Leonor Manso, Marita Ballesteros –una linda persona, muy honesta-, Oscar Martínez y su ex mujer Cristina Lastra –soy madrina de su segunda hija–. Pero amiga es más profundo. Elena Vinia fue mi más grande amiga, que trabajó con Fernandes y era muy buena pintora. También Helga Liné (actriz española), Tanya Barbieri, Ángela Zenande… Y Érica Rivas es amiga, la adoro, es una mujer inteligente, talentosa y hermosa, tenemos un vínculo fuerte.
“La amo desde el momento en que la vi, cuando compartimos camarín en El relámpago. Era un regalo charlar, estar juntas. En esa obra trabajaron, entre otros, Urdapilleta, Segado, Betiana Blum, Susana Pampin…! Pero Pochi brillaba para mí entre todos por su calidez y calidad de persona sencilla y emocionalmente refinada, dulce, amorosa con sus amores, con la gente en general, futurista en su forma de pensar, lúcida, comprometida con la actuación. Le pedí que me dirigiera en un unipersonal donde hacía algunos de los relatos eróticos de Marosa di Giorgio (Estoy maldita, 2001). Y después juntas hicimos una temporada con Marita Ballesteros de tres obras cortas de Julio Chávez dirigidas por él, en su estudio. Es alguien que atesoro, me siento afortunada de ser su amiga”, dice Rivas.
–¿Quiénes son tus actores y actrices más admirados?
–Mi ídola es Niní Marshall, la más grande, tiene todos los colores, todo lo que me gusta de una actriz. No la conocí pero la vi trabajar en Y se nos fue redepente: nadie –salvo Chaplin– hacía lo que hizo, salí deslumbrada. La había visto en cine pero en teatro, hacer todos los personajes que hacía, era maravillosa. De afuera, Meryl Streep. Y de otra época, Katharine Hepburn y la Falconetti (actriz francesa conocida por su Juana de Arco, en el film de Carl Dreyer), todo el cine francés y el neorrealista italiano.
–Hablando de cine y famosos, ¿cómo te fue con Ricardo Darín en Nueve reinas y Un cuento chino?
–En Nueve reinas soy la viejita que le dice “¿Te compraste un coche?” y en Un cuento chino no tuve ningún contacto, nada.
–Trabajaste en Tetro, la película de Francis Ford Coppola filmada en Buenos Aires.
–Fue casi nada lo que hice, es muy chiquito, una escenita como la mujer de (Klaus Maria) Brandauer (el de Mephisto) que creía que yo era una gran actriz, si supiera que no hago nada… (se ríe). No me gustó la película, los argentinos todos horrorosos. Rodrigo (De la Serna) se peleó con un actor muy engreído (Vincent Gallo). No por parte de Coppola, pero el resto eran despectivos con los argentinos.
En la última temporada de El encargado, el fantasma de Beba Montes de Oca aparece pero muy mal hablada diciéndole a Eliseo lo que piensa de la manera más frontal. El efecto que provoca el contraste de ese registro con la imagen de la dulce Beba es cómico de inmediato. Sin embargo, Pochi no disfrutó hacerlo: “Les pedí tanto que no me hicieran decir esas palabras. Algunas ni sabía qué existían… Para mí no había necesidad, era de mal gusto, pero yo porque soy vieja y prejuiciosa".
–¿Cómo te llevaste con Francella?
–Nos llevamos muy bien, fue muy generoso conmigo en el trabajo, pedía que me dieran planos, mucho respeto, venía temprano, pasábamos la letra, muy amoroso, su hijo Nicolás es un encanto, trabajé con él. Me pidió que nos sacáramos una foto –a mí me daba vergüenza pedirle–, él me dijo. Y (Gabriel) Goity también, un divino.
–¿Viste Homo Argentum?
–Sí, lo respeto mucho a Francella y lo admiro muchísimo porque hay que hacer 16 personajes. Yo no soy crítica para hablar de una película. Lo que me parece es que no se trata de lo argentino, sino del porteño, los chantas porteños. No todos los argentinos somos así.
“La amo. Es muy buena actriz, una gran persona, soy feliz cuando estamos juntos y me da enorme ternura cuando me preguntan por ella”, dice Francella quien, al igual que Cacace y Rivas, contestó de inmediato al pedido sobre la actriz.
–Pochi, ¿qué proyectos tenés?
–Estaba ensayando una obra de Florencia Aroldi pero tengo miedo de no acordarme la letra. En televisión es distinto porque se puede arreglar, pero en teatro no y en este caso no se trataba de algo chico sino que éramos solo dos intérpretes. Nunca, ni soñando, pensé en hacer un unipersonal, no es ninguna deuda y me siento incapaz porque hay que sostenerlo en el escenario. Me da miedo mucho texto. Puedo improvisar y resolver, me ha pasado y he resuelto también cuando otros se olvidaban. Pero si es mucho texto, no. Me han ofrecido teatro leído, pero no es lo mismo, a mí me gusta encarnar. Y no puedo contarlo, pero es probable que sea parte de un proyecto audiovisual.
–¿Cómo te cuidás?
–Salgo poco porque tengo miedo de caerme en la calle. Pero en lugares seguros me muevo perfecto. Todos los días hago mi ratito de yoga y meditación, solita. A veces, pongo música –la cubana me gusta– y bailo porque me hace bien; también con mis bisnietos juego y bailo todo lo que puedo. Me cocino yo, no como demasiado, arreglo mis cosas y cuido a dos gatitos que vinieron de la casa de la vecina. ¡La gata está embarazada!
–Después de la muerte de tu marido, ¿volviste a formar pareja?
–No. Ya tenía más de 65 años. Fue un amor muy dulce, muy hermoso. Tuve tres amores hermosos en mi vida, elegidos, y es mucho para una mujer. Tuve algunas oportunidades, pero ni se me pasa por la cabeza ni por el cuerpo, no tengo la necesidad, siento que ya pasó mi momento. Me siento muy querida por los que me rodean, por las personas con las que me encuentro y me abrazan.
–Disfrutaste y también sufriste. ¿Cómo superaste las pérdidas?
–Creo mucho en Dios, en mi Dios, en el Universo que son las energías de los seres buenos y leales, los que no hicieron daño. Esas energías son las que mueven y a las que les rezo. Creo que todos tenemos una pequeñísima parte de ese Dios de todas las religiones. Y creo en los mandamientos de Jesús, en la lealtad, en la ética. ¿Para qué tener tanto dinero?