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Que no nos gane el miedo

Cuando era muy chica, mi madre y mi abuela me amenazaban –como a muchos de mi generación- con que, si hacía o no hacía tal o cual cosa, el lobo me iba a comer. No las culpo. Supongo que en esa...

Que no nos gane el miedo

Cuando era muy chica, mi madre y mi abuela me amenazaban –como a muchos de mi generación- con que, si hacía o no hacía tal o cual cosa, el lobo me iba a comer. No las culpo. Supongo que en esa...

Cuando era muy chica, mi madre y mi abuela me amenazaban –como a muchos de mi generación- con que, si hacía o no hacía tal o cual cosa, el lobo me iba a comer. No las culpo. Supongo que en esa imagen resumían lo que no sabían expresar con otras palabras menos atemorizantes. O tal vez contaban con ellas, pero confiaban en que el efecto aterrador de aquella máxima las eximía de tener que esforzarse en la búsqueda de otro conjuro.

La campaña electoral que llegó a su fin hace apenas un par de días me hizo acordar mucho de aquel pasado familiar. La mayoría de los mensajes de los partidos apelaron al miedo. De una punta a la otra del espectro político. Y, se sabe, el miedo nunca es buen consejero.

Ya es un poco tarde -lo sé- para decir que faltaron propuestas que nos permitieran comprender para qué quieren llegar al Congreso quienes se postularon -independientemente de la jugosa dieta, los fueros y beneficios varios-, y qué proyectos van a presentar. También para que nos demostraran qué conocimientos tenían sobre los temas que se supone que dominan y de qué modo proponían llevar adelante sus ideas.

De lo que no hay dudas es de que hoy hay que ir a votar, no solo porque el voto es obligatorio, sino porque el civismo no se practica exclusivamente cada dos años. Al desentendernos de eso no hacemos más que avalar aquella reveladora y cáustica frase del periodista y académico Walter Lippman cuando dijo que “el ciudadano es como el espectador que llega tarde al teatro: no sabe de qué va la obra, se marcha antes de que caiga el telón y luego pretende opinar si la obra fue buena o mala”.

Le confieso, querido lector, que a la profusa apelación al pánico de la que hicieron uso y abuso nuestros dirigentes, me sumó un poco de miedito y no poca decepción -de haber primado el desconocimiento- la lectura de un informe de Google sobre las búsquedas de los argentinos durante el último mes en esa usina sabelotodo. Entre el 13 y el 19 de octubre, las consultas que más se realizaron fueron ¿por qué es importante votar? y ¿qué son las elecciones legislativas?. En el séptimo lugar del ranking se posicionó ¿qué es la democracia? y, en el décimo, ¿qué es el voto?

Aristóteles definía el miedo como “la espera de un mal” e ilustraba esa definición con ejemplos de acechanzas pavorosas: la enfermedad, la pobreza y el descrédito, aunque esta última haya dejado de serlo para muchos personajes de nuestra vida pública.

Sea como fuere, que hoy el miedo no nos gane. No obtiene quien no reclama. Nos vemos en las urnas.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/que-no-nos-gane-el-miedo-nid26102025/

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