Rematan un millonario retrato de la prostituta que conquistó a Tamara de Lempicka
La mujer camina unos pasos delante suyo, en el parisino Bois de Boulogne. ...
La mujer camina unos pasos delante suyo, en el parisino Bois de Boulogne. Tamara de Lempicka nota que quienes se cruzan con ella giran la cabeza al verla pasar. Siente tanta curiosidad que se apura hasta adelantarse, da la vuelta y vuelve en la dirección contraria. Entonces entiende por qué todos la miran de esa manera. “Es la mujer más hermosa que he visto en mi vida: enormes ojos negros, una hermosa boca sensual, un cuerpo precioso. La detengo y le digo: ‘Señorita, soy pintora y me gustaría que posara para mí. ¿Lo haría?’. Ella responde: ‘Sí. ¿Por qué no?’”
Así describió la artista polaca su primer encuentro con Rafaëla, la voluptuosa prostituta que se convertiría en su amante y musa de varios retratos pintados por ella de fines de la década de 1920. La misma que se ganó un rol en el musical Lempicka, estrenado el año pasado en Broadway; que inspiró la novela El último desnudo (2012), de Ellis Avery, y que protagoniza La Belle Rafaëla, pintura que Sotheby’s rematará en Londres el 24 de este mes con un valor estimado entre ocho y doce millones de dólares. El récord de su autora asciende a veintidós, equivalente a la suma pagada en libras en febrero de 2020 en Christie’s por su Retrato de Marjorie Ferry.
Si bien esta última obra fue descripta como la “Mona Lisa Art Déco”, estilo que Lempicka contribuyó a definir y que cumple un siglo este año, Sotheby’s presenta el retrato de Rafaëla como “el mayor logro” de su carrera, vendido hace cuatro décadas por la misma casa de subastas por 242.000 dólares en Nueva York. “La Belle Rafaëla es sencillamente una obra maestra: la más grandiosa de Tamara de Lempicka jamás subastada y uno de los desnudos más suntuosos del siglo XX. Lempicka fue revolucionaria al representar un seductor desnudo femenino desde la perspectiva de una mujer, en un momento en que la narrativa del arte estaba orientada por los hombres”, señala André Zlattinger, director de arte moderno de la casa de subastas en Europa. Así como muestra a “una mujer en pleno dominio de su sexualidad”, agrega, ella misma “vivió plenamente la idea de la libertad artística y sexual, durante un período decisivo entre las dos guerras mundiales”.
Tamara de Lempicka en San Francisco“Vivo la vida al margen de la sociedad, y las reglas de la sociedad normal no se aplican a quienes viven al margen”, dice Lempicka, citada en un video producido por los Museos de Bellas Artes de San Francisco. Allí se presentó el año pasado su primera retrospectiva en Estados Unidos, con pinturas que “capturaron el glamour y la vitalidad del París de posguerra, y el brillo cosmopolita de las celebridades de Hollywood”, incluida La Belle Rafaëla. Esta última no siguió viaje sin embargo en su itinerancia hacia el Museo de Bellas Artes de Houston, donde una versión más reducida de la muestra demuestra hasta julio el “brillante sentido de la moda, el diseño y lo teatral” de la artista.
Tamara de Lempicka en el MFAHSu gusto por el lujo se desarrolló en San Petersburgo, donde se crio con su familia materna tras el divorcio de sus padres. Nacida como Tamara Rosalia Gurwik-Górska, se cree que nació en 1898 en Varsovia, aunque hay distintas versiones. Cambió de apellido tras casarse en 1916 con Tadeusz Lempicki, un abogado de familia noble con quien tuvo una hija, Kizette. Se exiliaron a París como consecuencia de la Revolución bolchevique. “Como refugiada extranjera, con poco dinero y añorando los lujos de su vida anterior, Lempicka estaba decidida a ganar dinero con su arte –recuerda Sotheby’s-. Pronto cultivó un círculo social brillante, consolidándose como la retratista por excelencia tanto de los nuevos ricos como de la élite aristocrática”.
Discípula de André Lhote en la Académie de la Grande Chaumiere e influenciada por el cubismo, buscaba “crear un nuevo estilo”. Su bisnieta, Marisa de Lempicka, recuerda uno de sus relatos: llegó a la capital francesa dispuesta a convertirse en la “pintora más importante de París” y se compraría una pulsera de diamantes cada vez que pudiera, hasta que le llegaran al codo. Eso le permitiría huir con sus posesiones en caso de tener que volver a exiliarse y tener que empezar desde cero otra vez.
La Belle Rafaëla de Tamara de Lempicka“Gracias a sus contactos en el mundo de la alta costura parisina, De Lempicka siempre lucía fabulosa. Fotografiada con la luz adecuada, podría ser la hermana de Greta Garbo”, escribió la historiadora Fiona MacCarthy en The Guardian. Según ella, a fines de la década de 1920 consiguió a uno de sus mecenas más importantes: el doctor Pierre Boucard, quien compró su obra Myrto (1929) -que representa a dos mujeres desnudas en un diván- y le ofreció un contrato de dos años para pintar retratos de su familia. “Esa repentina estabilidad financiera –agrega MacCarthy- le permitió comprar una casa de tres plantas y un estudio en la Rue Méchain, en la Rive Gauche”.
En 1929 realizó una de sus obras icónicas: el autorretrato que la muestra conduciendo un Bugatti verde, con casco, los labios rojos y un pañuelo al cuello. Fue un encargo para ilustrar la tapa de la revista alemana de moda Die Dame, que la definió como “un símbolo de la liberación femenina”.
En esa misma época se divorció de su marido, quien según el curador Furio Rinaldi no toleró “sus affairs con hombres y mujeres ni su abuso de la cocaína, o el hábito que tenía de escuchar a Wagner a todo volumen mientras pintaba”. La soltería no duró mucho: pronto se convirtió en amante del barón húngaro Raoul Kuffner y se casó con él tras la muerte de su esposa, en 1933. Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial la pareja se mudó a Los Ángeles, donde ella realizó retratos de ricos y famosos de Hollywood. Allí llegaría a ser conocida como “la baronesa con pincel”.
Con el auge del expresionismo abstracto, en la década de 1950, su obra comenzó a perder popularidad. Al enviudar en 1961, Lempicka vendió muchas de sus posesiones e hizo tres viajes en barco alrededor del mundo. Luego se radicó en Cuernavaca, México, donde vivió hasta su muerte en 1980. Pidió que sus cenizas fueran esparcidas sobre el cráter del volcán Popocatépetl.
El interés por su obra resurgió en 1972, gracias a una retrospectiva organizada por el parisino Museo de Luxemburg. Desde entonces, sus pinturas fueron coleccionadas por celebridades como Elton John, Madonna, Jack Nicholson y Barbra Streisand. “Se construyó a sí misma como mujer y como artista –destacó su bisnieta al presentar su retrospectiva-. Ahora sería una estrella de Instagram, porque supo cómo autopromocionarse. Fue una verdadera original”.