Reseña: Alguien que canta en la habitación de al lado, de Alan Pauls
Lo escrito es cosa viva donde todo escribiente habla de sí: en Alguien que canta en la habitación de al lado, Alan Pauls (1959) presenta textos acerca de “maestros y pares, dioses y demonios, d...
Lo escrito es cosa viva donde todo escribiente habla de sí: en Alguien que canta en la habitación de al lado, Alan Pauls (1959) presenta textos acerca de “maestros y pares, dioses y demonios, devociones y desconciertos” publicados entre 1997 y 2023. Son prólogos, posfacios, entrevistas, ponencias de la vecindad literaria del autor.
Abre el volumen Leer –artículo publicado en 2019 en La Stampa a raíz de la edición italiana de su libro Trance–, que contiene pasajes luminosos. Precisamente sobre la lectura, por ejemplo: “Esa asocialidad activa en la que los mundos imaginarios son tan o más reales que los reales e intervienen en ellos de manera efectiva, aunque más no sea para ponerlos en cuestión ”. O, como al pasar, su percepción ácida sobre lo que es una familia: “Esa mezcla de reality show, fábrica y laboratorio pedagógico”. De tal punto están tejidas estas treinta y ocho aguafuertes, si tomamos prestada la categoría de Roberto Arlt, más apta aquí que lo que alberga el corsé de ensayo.
Al referirse a colegas que admira (o a aquellos a los que inconscientemente cree haber querido imitar, según dijo hace poco en una entrevista), Pauls apela a una galería vasta que incluye a Franz Kafka, Virginia Woolf, Roland Barthes, Gilles Deleuze, entre otros popes, además de los connacionales María Moreno, Rodolfo Walsh, Ricardo Piglia, Josefina Ludmer, J. J. Saer, César Aira, Edgardo Cozarinsky, el temporalmente remoto Lucio V. Mansilla (“un dandy tierra adentro”) y el cercano Sergio Chejfec ( “cosmopolita sedentario, ensimismado en movimiento”) de quien incluye en el libro unos poemas escritos con él a cuatro manos. “La estrella de todos los que odiamos el estrellato” es una evocación de la cantante, actriz y escritora Rosario Bléfari donde, casi sin nombrarla, Pauls logra el más fino réquiem: “Si había algo que hacer, habría ahí un lugar para ella, para su amor práctico de artesana.”.
En la vía láctea de sus autores leídos hay muchísimos más nombres. Los evoca, compara, cita. Desde lo que dice acerca de ellos brota una cosmovisión de lo que es la escritura: “Cuando leo a Walsh no veo al denunciante ni al mártir. Veo a alguien poseído por el mandato de decir” dice Pauls en la primera línea de “El muerto que habla”, y de paso planta, en esa oración inaugural del artículo, una bandera de oficio: usufructúa con puntería el espinoso blanco posterior a cualquier título.
Otras definiciones espolean espirituosas la voz de Alguien que canta…: “El filósofo (…) esa criatura frágil, siempre a la intemperie, donde el pensamiento, por mucho que gesticule y vocifere, solo vive en la sombra, allí donde se encuentra en el peligro” es parte de lo mucho que resuena en estas páginas, inspiradas en un canto literario que hizo eco en su autor.
Alguien que canta en la habitación de al lado
Por Alan Pauls
Random House
329 páginas, $ 35.699