River le ganó un partido fundamental a Barcelona en Ecuador y se acerca a los octavos en la Copa Libertadores
River puede dividir esta primera parte del año en dos. En el primer tramo era un equipo previsible con una defensa segura. Poco gol, muchos empates, intrascendencia sin emociones. En las últimas ...
River puede dividir esta primera parte del año en dos. En el primer tramo era un equipo previsible con una defensa segura. Poco gol, muchos empates, intrascendencia sin emociones. En las últimas semanas, se transformó. Es otro. Gana, ataca con furia y se desnuda atrás. Es un equipo peligroso. Cuando avanza y… cuando retrocede.
En Guayaquil se vio esa película: se impuso por 3 a 2 sobre Barcelona y es el líder del Grupo B de la Copa Libertadores. Y es candidato. Lo es, también, en el ámbito local. Driussi (cinco goles en cinco partidos), Colidio y Mastantuono representan un mágico triángulo. Hay buenas sociedades, evidentemente el vaso está medio lleno. Pero atención: atrás es un equipo débil, fácil de derribar. Apenas con soplarlo.
Pasó el equipo millonario de las dudas existenciales a la confianza superlativa. Lo que intenta, le sale. La apertura del marcador fue casi sin proponérselo: Paulo Díaz, Martínez Quarta, pelotazo, Driussi baja el balón y define con clase, cruzado, inatajable.
El equipo millonario ganaba desde los 7 minutos, con la renovada lucidez de Nacho Fernández, uno de los “olvidados” héroes de Madrid. En un desarrollo abierto, con licencias defensivas, River pudo alcanzar el segundo y Barcelona, el empate.
Lo consiguió el equipo ecuatoriano, con un cabezazo demoledor de Octavio Rivero, gigante de 1,84m. Al rato, otro impacto de cabeza, esta vez de Colidio, chocó con el travesaño, en un desarrollo más parecido a un partido de la moderna Champions League que a los viejos duelos de Libertadores, rústicos y combativos. Era un espectáculo libre, con marcas limitadas y ataques punzantes.
El rubio delantero tuvo su desquite rápido: otro golazo, control y definición cruzada. El arquero José Contreras, de imperial actuación en el 0-0 en Núñez (incluyó un penal que le contuvo a Driussi), ya estaba lesionado: al rato, le dejó su lugar a Ignacio de Arruabarrena, uruguayo al igual que el goleador.
El primer tramo de la segunda mitad fue un festival. Primero, Borja, que había entrado por Driussi, luchó una pelota en el sector izquierdo, se arrojó con alma y vida, tiró el centro y Mastantuono selló el tercero. En la acción siguiente, parecida, pero por el sector derecho del ataque local, Martínez Quarta convirtió el descuento, en contra.
Los últimos 20 minutos, indescifrables, con la tónica de que cualquier cosa podía ocurrir, los sostuvo River con cinco defensores, con el ingreso de Pezzella por Pérez. Montiel, Martínez Quarta, Pezzella, Díaz y Acuña fue la resistencia contra un adversario físico, que proponía centros y pelotazos cruzados.
La reconstrucción millonaria fue respaldada por aceptables actuaciones, muy buenos resultados y, sobre todo, el impulso de las convicciones. La seguidilla exitosa, de pronto, transformó lo que era una senda irregular, entre empates y confusiones existenciales. Hasta que se presentó una tarde en el Bosque.
Un triunfo por 3 a 0 sobre Gimnasia, el imposible 2-2 con Independiente del Valle (en la altura de Quito, después de estar 0-2 y al borde del colapso), el clásico del 2-1, con el sello del tiro libre de Franco Mastantuono y la goleada sobre el Vélez de Guillermo Barros Schelotto por 4-1, bajo el diluvio. Una inyección de energía.
El optimismo millonario no debería marearlo. En todos los partidos, en un pasaje determinado, la pasó muy mal. Hay datos reveladores: dos tiros en los palos dispusieron Gimnasia, Independiente del Valle y Vélez. Y Armani le ahogó el grito en dos oportunidades en continuado a Boca en el cierre del superclásico. Sigue ofreciendo dudas la última línea, más allá de los nombres. Le volvió a ocurrir en Guayaquil: tuvo muchas dudas atrás.
La nueva etapa de River, plena de confianza, está dividida entre la Copa Libertadores (lo importante), el torneo Apertura (lo urgente) y el Mundial de Clubes (la ilusión). El torneo internacional lo encuentra en una posición cómoda, expectante, con la certeza de que depende de sí mismo y frente a rivales incómodos, aunque de menor jerarquía que el gigante argentino.
En la Liga Profesional, Barracas Central será su próximo adversario, en los octavos de final. Los mano a mano no suelen ser el fuerte histórico de River, más allá de la impronta de Gallardo y de la mística del Monumental. Una mala noche (no solo contra el disciplinado equipo que dirige el Gallego Insua) puede dejarlo afuera o derivarlo a los penales, un estigma que se mantiene.
El Mundial de Clubes es un orgullo. La participación, en primera medida. Los rivales son Inter, potencial campeón de la Champions League, el Monterrey dirigido por Martín Demichelis y un club de Japón. No es una misión imposible pasar a la siguiente instancia, desde ya.
En el mientras tanto, gana, gana y gana. Tiene gol y sufre atrás, una versión diferente de las primeras semanas de 2025.