Tenía una florería, la cerró en pandemia y se mudó para jugarse a un nuevo estilo de vida
Victoria Provenzano está al frente de Jardinosofía, su espacio soñado en General Rodríguez, provincia de Buenos Aires. Rodeada del jardín que imaginó y materializó con sus propias manos, su ...
Victoria Provenzano está al frente de Jardinosofía, su espacio soñado en General Rodríguez, provincia de Buenos Aires. Rodeada del jardín que imaginó y materializó con sus propias manos, su sonrisa revela el placer al ver su sueño convertido en realidad.
No es solo un terreno, sino que es un testimonio vivo de su historia, de su pasión y de su deseo de transformar la relación entre las personas y la naturaleza. Su amor por las plantas tiene raíces profundas. Desde que era muy pequeña, en un pueblo llamado Cortines, ubicado a unos kilómetros de Luján, donde su abuela cultivaba un jardín lleno de vida y su abuelo tenía un almacén de ramos generales, Victoria sintió la magia de la naturaleza. “Toda mi infancia transcurrió ahí. Mi abuela tenía su huerta, gallinas y flores por todas partes. Crecí en contacto con ese mundo y, sin darme cuenta, me estaba marcando el camino”, recuerda.
Estudió diseño de interiores, pero pronto descubrió que su verdadera pasión estaba en el paisajismo. A los 22 años, inició su formación en la Escuela Argentina de Espacios Verdes y, desde entonces, no dejó de aprender y crear. Su trayectoria la llevó a repensar los jardines no solo como espacios estéticos, sino como ecosistemas vivos que pueden regenerar la biodiversidad y enseñarnos a convivir con la naturaleza.
El proyecto Jardinosofía nació originalmente como una florería, pero la pandemia la obligó a cerrarla. “Estábamos viviendo en Merlo, una zona mucho más urbana, y yo tenía ganas de encontrar un espacio para cultivar alimentos para mi familia. Autosustentarse al cien por cien es difícil, pero eso fue el puntapié inicial para este proyecto”, comenta Victoria.
Jardinosofía es un paisaje en constante transformación, que rompe con la rigidez de los jardines tradicionales.
El nombre no fue casualidad. “Me gusta mucho leer, y el escritor español Santiago Beruete, autor del libro Jardinosofía, creó este término que me resonó profundamente. Es un libro que piensa los jardines en clave filosófica. Beruete indaga en la relación entre la naturaleza y el pensamiento humano a lo largo de la historia, desde los jardines colgantes de Babilonia hasta los paisajes zen de Japón. “Cuando abrimos la florería, decidimos llamarla así”, recuerda.
Desde su perspectiva, los jardines son reflejos de la historia de la humanidad y de nuestras propias transformaciones. “Estamos ante una posibilidad de despertar y un cambio de paradigma: reconectar con la tierra y aprender de su sabiduría”, sostiene.
Hoy, su proyecto está ubicado en una hectárea, de la cual hay intervenidos 3.500 metros, “con plantas nativas, o plantas que no representen un problema para nuestros ecosistemas. Todo lo que es exótico e invasor trato de no plantarlo, un tema de conciencia”, cuenta Victoria y agrega que el resto se completa con espacios silvestres.
Su diseño se inspira en la sinuosidad de los arroyos La Choza y El Durazno, y alberga sectores como un área acuática para anfibios y polinizadores, y un rosedal que dialoga con gramíneas y flora nativa. También hay espacio para la huerta, de 125 m², que Victoria maneja bajo principios agroecológicos, cultivando verduras y criando gallinas para asegurar un suministro sostenible de alimentos.
“Nuestro enfoque busca promover la autosuficiencia, aunque sabemos que es complicado alcanzar el 100% de autosustentabilidad”, explica. Victoria también destaca la importancia de involucrar a sus hijos, Amparo de 9 años y Bruno de 6. “A veces llegamos de la escuela y vamos a cosechar juntos. Les enseño sobre la importancia de cuidar el medio ambiente, y disfrutan de esta conexión con la tierra”, comparte con orgullo.
“El espacio acuático es uno de mis espacios favoritos. Me encanta ese sector porque es como un imán, ponés los pies ahí en el agua y bajás 20 revoluciones. Y la huerta es otro sector que me fascina. Empiezo a caminar y conecto con la importancia de lo que estoy sembrando, que es mi alimento en definitiva”, dice, con emoción. Esta manera de relacionarse hace que Jardinosofía sea mucho más que un jardín: es también un nodo de intercambio de saberes.
Con los años, se fue convirtiendo en un punto de referencia para quienes buscan alternativas sustentables en el diseño del paisaje. Allí se dictan talleres sobre huerta biointensiva, diseño naturalista y el uso de plantas nativas, promoviendo una jardinería que respete y regenere el entorno. “La idea es ofrecer un aprendizaje práctico que se alinee con los ciclos de la naturaleza”, dice. En cuanto a su filosofía, Victoria es clara: “No transo con agroquímicos, nada de eso. Y si me llaman para hacer un jardín formal donde tengo que arrasar con todo, no, no me llamen para eso porque no resueno, no puedo”.
Su compromiso con prácticas sostenibles es fundamental en su labor. El espacio acuático, que alberga una rica biodiversidad, es un ejemplo de este enfoque. “La mayoría de las plantas en los bordes son nativas, creando un ecosistema vivo y en constante transformación”, comenta.
El objetivo es que cada rincón de Jardinosofía funcione como un organismo en movimiento, donde el equilibrio natural predomine. Victoria sueña con que su espacio sea un refugio no solo para la biodiversidad, sino también para quienes buscan una forma de vida más consciente y en armonía con la naturaleza. Planea ampliar el vivero y sumar especies autóctonas, fortaleciendo los lazos con la comunidad a través de actividades educativas.
@jardinosofia