Un asado con Walt Disney: el día que la leyenda de Hollywood visitó un pueblo bonaerense (y saludó a mi abuelo)
Durante años pensé que la historia era apenas eso: una fábula de sobremesa, el tipo de leyenda que los padres inventan para darle brillo a un apellido común. Mi papá juraba que Walt Disney -el...
Durante años pensé que la historia era apenas eso: una fábula de sobremesa, el tipo de leyenda que los padres inventan para darle brillo a un apellido común. Mi papá juraba que Walt Disney -el mismísimo Walt Disney- había visitado Capitán Sarmiento y, entre el humo del asado y relinchos de caballos, había estrechado la mano de mi abuelo. Yo me reía, o simplemente dudaba: ¿por qué Disney, de todos los lugares del mundo, vendría a perderse en este punto random de la provincia de Buenos Aires?
Quizás porque los pueblos necesitan mitos y las familias, pequeñas dosis de magia para sobrevivirle al paso del tiempo. Así la historia se fue quedando, difusa, como tantas otras que se cuentan una y otra vez, cada vez con algún detalle nuevo, cada vez con menos testigos. Como en la película Big Fish, esas historias imposibles encuentran un lugar entre la realidad y la fábula familiar, y aunque nadie pueda asegurarlas, se mantienen vivas por el simple hecho de seguir contándose.
Hasta que un día, por casualidad, la anécdota regresó. En una charla cualquiera, sin que nadie la llamara, volvió a aparecer. “El abuelo contaba que Disney llevaba un sombrero y que, también, estaba un poco pasado de copas”, relató -otra vez- mi viejo. Y esta vez, en vez de soltar una sonrisa escéptica, sentí la tentación de buscar la verdad. Por curiosidad, o porque algunos recuerdos crecen y piden otra oportunidad, empecé a tirar del hilo. Y lo que encontré me dejó perplejo: la historia, lejos de desmoronarse, parecía ganar espesor con cada dato.
En septiembre de 1941, Walt Disney viajó a Sudamérica como embajador cultural de Estados Unidos. Lo hizo acompañado de un grupo de artistas, guionistas y músicos de su estudio -los famosos “Nine Old Men”- en una misión diplomática disfrazada de exploración artística. La invitación vino del gobierno de Franklin D. Roosevelt, que veía en Disney una figura ideal para reforzar lazos con los países latinoamericanos en el marco de la “Good Neighbor Policy”, mientras Europa ardía en guerra y el nazismo ganaba terreno en la región.
La gira los llevó por Brasil, Chile, Uruguay y Argentina. Aquí, entre visitas oficiales y reuniones en Buenos Aires, Disney se tomó un día para salir de la ciudad y conocer el campo. El 14 de septiembre, fue invitado a un asado en la estancia El Carmen, propiedad de la familia O’Farrell, ubicada en el partido de Capitán Sarmiento. Allí, en medio de la pampa húmeda, el creador de Mickey Mouse vivió una jornada de gauchos, caballos, empanadas y guitarras criollas.
La organización de ese encuentro no fue casual. En la web del estudio Marval, O’Farrell & Mairal se consigna que Jorge O’Farrell, por entonces figura clave del estudio, fue el encargado de asistir personalmente a Walt Disney durante su visita a la Argentina, coordinando tanto las reuniones oficiales en Buenos Aires como la fiesta criolla en El Carmen. “Nuestro exsocio Michael O’Farrell cuenta que se organizó una fiesta criolla en la estancia ‘El Carmen’ en Capitán Sarmiento, provincia de Buenos Aires, propiedad de la familia de Jorge O’Farrell. Así, nuestro Estudio, allá por los albores de la Segunda Guerra Mundial, asistió a un gran cliente que visitaba nuestro país por primera vez de manera oficial”, dicen allí.
Ese día -retratado en fotos de archivo y también en registros fílmicos de la época- los artistas de Disney dibujaron escenas rurales, filmaron en 16 mm y tomaron notas y bocetos que luego inspirarían personajes como el “gaucho Goofy”. No es sólo un mito oral: en el documental Walt & El Grupo de Theodore Thomas, hijo de uno de los animadores de Disney, se reconstruye la travesía sudamericana y se pueden ver imágenes y testimonios del paso por la estancia El Carmen. En YouTube, el video “South of the Border with Disney” (a partir del minuto 14) muestra fragmentos de ese asado en Capitán Sarmiento: Walt Disney, poncho al hombro, rodeado de paisanos bonaerenses que hacen un gran asado; Walt probando el mate integrándose con naturalidad a la escena rural; Walt mirando una doma e inspirándose para sus dibujos.
Toda esta historia tuvo, además, su reivindicación reciente en la muestra “Walt Disney y El Grupo: Un viaje por Latinoamérica”, inaugurada en septiembre de 2023 en el espacio Arte x Arte de Buenos Aires, con curaduría del Walt Disney Archives. Allí se exhibieron -por primera vez en el país- bocetos originales, fotos que acompañan esta nota y fragmentos de películas rodados durante la gira, y un recorrido minucioso por el legado que dejó aquel encuentro improbable entre Hollywood y la pampa. Entre los objetos expuestos se destacaban precisamente los registros visuales y fílmicos del asado en la estancia El Carmen, una evidencia concreta de que aquella jornada existió.
En aquellos años, Walt Disney ya venía explorando otras culturas como fuente de inspiración creativa. Y había un vínculo muy concreto con nuestra iconografía rural: el pintor Florencio Molina Campos, célebre por sus ilustraciones de gauchos y escenas de campo, había trabajado en colaboración con Disney desde 1941. Fue contratado como asesor artístico y parte de su obra influyó en los diseños de las películas que nacieron de ese viaje.
Saludos Amigos (1942) y The Three Caballeros (1944) fueron los frutos más visibles de aquella travesía continental. Aunque centradas principalmente en Brasil y México, ambas películas están salpicadas de detalles recogidos en el viaje: ritmos folclóricos, paisajes, costumbres. Y aunque la pampa argentina no ocupó un lugar protagónico, algunos bocetos originales -hoy conservados en archivos del estudio- muestran sombreros criollos, boleadoras y gauchos de bombacha ancha, claramente inspirados en las escenas vividas en estancias como El Carmen.
No tengo pruebas de que mi abuelo estuvo allí. No hay una foto ni un documento que lo confirme. Pero tampoco tengo dudas. Porque si algo entendí al rastrear este pasado es que la magia, a veces, no se esconde en los castillos de Disney ni en los estudios de Hollywood, sino en un recuerdo de familia, en una historia contada al calor del mate, en un apretón de manos que -aunque invisible- se volvió eterno.