Wakiki, el escritor que descubrió su vocación literaria en la cárcel y sueña con abrir una universidad en Fuerte Apache
Nació en septiembre de 1981, “el año más violento en la ciudad de Nueva York”, aunque él proviene de ...
Nació en septiembre de 1981, “el año más violento en la ciudad de Nueva York”, aunque él proviene de Fuerte Apache, donde aún vive con su familia. A los veinte años, tras un homicidio en ocasión de robo en Villa Lugano, fue condenado a reclusión perpetua. Sin embargo, gracias a su formación en los centros universitarios de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en las cárceles de Ezeiza y Devoto, y al buen comportamiento, Gastón Brossio salió en libertad condicional en 2016, “bajo palabra de honor”, a los 35 años. La condena concluyó en abril.
Es licenciado en Administración de Empresas, futuro licenciado en Letras (a fin de año recibirá el título de profesor) y autor de cinco libros que firma con las siglas WK (por Wakiki, pero también Waiki y Waikiki) y PVC (Pensamiento Villero Contemporáneo), que integran la colección Catarsis. Este viernes, a las 18, se presenta en la Sala Julio Cortázar de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (BNMM, Agüero 2502) acompañado por el profesor Lucar Adur, mientras en la BNMM se expone hasta el 17 de agosto, en la Sala Juan L. Ortiz, la muestra Cárceles. Narraciones del encierro (1878-2025), con entrada libre y gratuita.
“No había leído un libro hasta que caí preso a los veinte años -dice Wakiki, en diálogo con LA NACION-. Había ingresado solo con el primario a prisión, luego terminé el secundario en Ezeiza y cursé dos carreras universitarias. Me mandaron Buenos días, Espíritu Santo, del pastor Benny Hinn. Fue el primer libro que leí en mi vida y después de hacerlo pensé cómo algo tan efímero como un papel podía causar tantas emociones. Lloré mucho. Eso me motivó a querer ser escritor. Pensé que para eso tenía que comerme muchos libros, para tener experiencias y saber cómo redactarlas”.
Su pentalogía, con libros de distintos géneros escritos en contexto de encierro, están publicados por Tren en Movimiento. Brossio los distribuye por su cuenta y se pueden adquirir, a solo tres euros cada uno, en Amazon. Los títulos, con un número y una “bajada”, son 79: El ladrón que escribe poesía; 118: Cien veces sangre, con proverbios; 48: El muerto que escribe cuentos; 17: Autobiografía de un profesor (la vida de un gusano) y 33 boludeces, donde incursiona en un género literario “nuevo”, el delictivo, que deriva del policial. Con otros escritores que estudiaron en la cárcel de Devoto, integra el grupo Pensadores Villeros Contemporáneos.
“Los números de los títulos son por la quiniela y la cábala, pero principalmente por la quiniela -explica el autor-. 79 es el ladrón; 17, la desgracia; 33, la edad de Cristo”. En el Centro Universitario de Devoto también intentó estudiar Derecho, pero no pudo seguir. “Me hacía mucho daño, era una forma de autoflagelarme ahí adentro, porque todo lo que aprendía a hacer casi nunca prosperaba”.
Entre sus autores favoritos, sobresalen los “autores malditos”, de Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud a Charles Bukowski. “También me gustan Girondo, Vargas Llosa, Lispector y, entre los teóricos, Jacques Rancière y Boris Groys”, cuenta. Este año se publicará su sexto libro: 22.
Actualmente, da clases de literatura en la escuela n° 21, en Villa Los Rusos (cerca de Fuerte Apache), en las cooperativas 30.000 Razones, en Ciudadela, y Memorias del Fuego, en La Matanza. En la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en Caballito, digitaliza textos académicos para personas no videntes. “Hago de todo un poco -agrega-. Soy albañil, remisero, estoy haciendo Rappi con la bicicleta para ayudar; lo que pinte, siempre y cuando esté dentro de las reglas”.
“Vivo en Fuerte Apache, con las mismas carencias de siempre, pero con una mentalidad diferente -señala-. Aunque viva en una economía de guerra como la actual, y tenga que comer fideos hervidos o papas todos los días, no tengo acciones delictivas, porque uno puede pensar como un delincuente, pero no actuar como tal. Eso lo tengo claro”.
Su madre, que murió en 2008, lo apodó Waiki por el modo en que lloraba cuando era un bebé. Además de escritor, es artista. Tiene dos hijas y tres nietos.
Como todo escritor que se precie, aspira a ganar el Premio Nobel de Literatura. “Creo en mi trabajo y, desde la precariedad en la que vivo en Fuerte Apache, sueño con ser Premio Nobel; es un sueño y un deseo. Hace veinte años le dedico todo a la literatura y la escritura; sé lo esforzado que fue el camino, lo que tuve que leer y lo que sigo leyendo. No creo que exista un ser humano que haya escrito cinco libros en la cárcel, así que pienso sacarle jugo. La literatura tendría que hacer algo en favor de Waikiki, y el Nobel sería un vuelto”, grafica.
“Los prejuicios vienen de afuera y los perjuicios, de adentro, son los que le corresponden a cada uno internamente -sentencia-. A los prejuicios no les paso tanta cabida, aunque sé que son como pequeños cortes en la piel, en el corazón. Cargar esos estigmas te hieren un poco y te van desangrando. No justifico lo que hice por la indiferencia social, eso ya está pagado y, a pesar de todo, sigo adelante. Me dieron otra oportunidad y la universidad me brindó herramientas con las que quiero modificar mi mundo. Una de mis metas es poner una universidad en Fuerte Apache”.
Defiende los centros universitarios en cárceles con vehemencia. “No nos olvidemos que solo reincide el 2% de las personas que pasaron por los centros universitarios en contexto de encierro. ¿Qué quiere decir esto? Que la educación salva, te da otro criterio, otra subjetividad que en la calle no la encontrás. Es mentira que no hay mejor escuela que la calle. El estudio te da educación, comportamiento y un cambio de subjetividad para afrontar la vida, para tener proyectos de vida y para cambiar tu entorno”.
“Leerlo es una experiencia que te desarma”El profesor e investigador Lucas Adur, que integra la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, prologó el último libro del autor, 33 boludeces. “Waiki es un escritor que no se parece a ninguno -dice Adur a LA NACION-. Lo conocí cuando era estudiante del Centro Universitario de Devoto y lo primero que me asombró fue su ímpetu y desenfado. En tiempos donde muchos se acercan a la literatura como pidiendo perdón o permiso, él ya había escrito tres o cuatro libros y contribuido a fundar un colectivo, los Pensadores Villeros Contemporáneos, que se proponía renovar la narrativa argentina y hasta inventar un nuevo género literario. Usa el lenguaje y el arsenal retórico y conceptual que adquirió en sus lecturas ‘académicas’ de un modo absolutamente imprevisible, combinándolo, a veces violentamente, con sus propias ideas, experiencias, recorridos. Leerlo es una experiencia que te desarma, que te transforma, y que nadie se debería perder”.
Para agendarCárceles. Narraciones del encierro (1878-2025), donde se exhiben cartas, documentos, ficciones, ensayos, poemas, publicaciones periódicas y fotografías, se puede visitar hasta el 17 de agosto, de lunes a viernes, de 9 a 21; y sábados y domingos de 12 a 19, en la Sala Juan L. Ortiz de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502).