Y un día amanecí en el nuevo barrio cool de Nueva York
NUEVA YORK.– Cuando amigos, conocidos, familiares o lectores escribían a esta cronista en busca de recomendaciones de bares, restaurantes, galerías o “algún programa nuevo con onda” para u...
NUEVA YORK.– Cuando amigos, conocidos, familiares o lectores escribían a esta cronista en busca de recomendaciones de bares, restaurantes, galerías o “algún programa nuevo con onda” para una visita a Nueva York, la respuesta solía ser la misma y funcionaba como cierre anticipado de conversación: “Vivo en el Upper East Side”. Durante años —salvo para los todavía devotos de Gossip Girl, esa serie sobre adolescentes privilegiados espiados por un blog anónimo— esa frase bastaba para ser descalificada como fuente confiable. Más allá de una visita protocolar al Guggenheim o al Met, o del cruce del Central Park para llegar al memorial de John Lennon en el más bohemio Upper West, nadie consideraba al Upper East un destino particularmente interesante cuando se visitaba una ciudad sinónimo de avanzada. Y justamente ahí radicaba, para muchos de sus habitantes, gran parte de su encanto.
Había cierto placer en ver a turistas y jóvenes interesantes concentrarse downtown o en Brooklyn, mientras aquí reinaban los blazers con pitucones, los palos de lacrosse (una especie de hockey, pero con pelotas que vuelan por el aire), los colegios religiosos y la burguesía sin ansiedad performativa. Hasta que, para espanto de los locales, un artículo muy comentado en The Wall Street Journal cometió el sacrilegio definitivo: declaró al Upper East Side “el barrio más hot de Nueva York”.
Hasta que, para espanto de los locales, un artículo muy comentado en The Wall Street Journal cometió el sacrilegio definitivo: declaró al Upper East Side “el barrio más hot de Nueva York”
Según el matutino, se trata ahora del lugar “más inesperadamente divertido, vibrante y deseable” de la ciudad. En sus páginas se celebraba la aparición de cafés minimalistas con matcha ceremonial, restaurantes de fusión coreano-francesa y tiendas de athleisure donde antes había sederías y casas de marcos, pero todo paradójicamente manteniendo una estética ajena a las modas. Además, se multiplicaron los dining clubs, del estilo de los que el príncipe Harry visitaba en Londres. Como Holly Golightly, la protagonista de Desayuno en Tiffany’s, “los jóvenes con estilo ya no se mudan a Brooklyn; se mudan al East 70s”, sentenció el medio. Lo ilustró con influencers que filman sus rutinas de pilates en edificios de preguerra y diseñadores que aseguran que el verdadero lujo ya no son las fachadas vidriadas de Tribeca sino los ascensores con ascensorista de Park Avenue.
Lo que durante décadas fue un refugio de anonimato y cashmere ahora corre el riesgo de convertirse en set de creación de contenido y la culpa, dicen, es de la estética old money, que se puso de moda ya hace un tiempo y encontró aquí su escenario natural. Otros adjudican su renovada popularidad a que los barrios “con onda” se volvieron todos idénticos, y que el Upper East conserva autenticidad. Además, frente a la muy posible elección de un alcalde que mantiene buena relación con manifestantes que promueven la violencia, sus casas centenarias y calles arboladas transmiten alguna sensación de imperturbabilidad.
Pero, sobre todo, es más barato, y en la franja que va de Lexington Avenue hacia el río, los precios pueden ser un 50 por ciento más bajos que en barrios como Tribeca. Mientras el SoHo y el West Village “son ahora el hogar de una forma más extrema de riqueza”, y entre los nuevos rascacielos del Millionaires’ Row de la calle 57 están los departamentos que rompen récords con vistas de helicóptero, quienes entienden lo que se viene, están emigrando a las “tierras altas” de la ciudad.
“Uptown es el nuevo downtown”, se decretó en el matutino. Algunos lectores se indignaron. En los comentarios al artículo, aseguraban que semejante revalorización era imposible porque el Upper East está lleno de la peor amenaza contra cualquier intento de coolness: mujeres casadas con abogados. Sea como fuere, no hay que rasgarse las vestiduras. El Journal concluye que, en última instancia, todo en Nueva York es cíclico. Y esta cronista-que justamente pertenece a la tan denostada clase- confía en que, tarde o temprano, volverá a poder escudarse en su código postal para justificar elegantemente no tener demasiados lugares para recomendar.